PADRE TRINO, LA MUJER, DÍA DEL ESTUDIANTE

ZV
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13 de junio de 2020
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12:45 am
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PADRE TRINO, LA MUJER, DÍA DEL ESTUDIANTE

EL CONTAGIO Y LAS ALARMAS

EL coronavirus, también se desquitó con las celebraciones del 11 de junio, Día del Estudiante. La efeméride pasó sin pena ni gloria. No que los festejos del presente tengan medida de comparación a lo que fueron los buenos tiempos de las “cocacoladas”, las kermeses amenizadas por la marimba y los rítmicos bailongos, animados con las bandas psicodélicas de moda, que duraban la semana entera. Risueño ambiente de espléndidas veladas. Destellos de la aptitud de jóvenes talentosos en cada presentación de la Estudiantina de Derecho o bien en cada inmejorable interpretación del repertorio ensoñador de Voces Universitarias. El desfile de carrozas por las calles empedradas del centro de la capital, a paso de marcha triunfal, entre el bullicio y el aplauso frenético de un cordón multitudinario de mirones abarrotados en las aceras. De curiosos atisbando por las ventanas de casas de no más de dos pisos y edificios que no pasaban de tres, el despliegue abigarrado pero esplendoroso de la procesión.

Pendientes del momento cumbre, la lectura de la proclama estudiantil, encargada a uno de conspicuos líderes de los clanes universitarios. Fiestas irrepetibles, sin mediar otro motivo que la real investidura de las madrinas de las facultades. Quién, en aquellos años de bucólicos entornos, iba siquiera a sospechar que el muladar de las redes sociales de la era moderna, haría palidecer en grosería y burdo contenido al combativo “Tornillo Sin Fin”. El estilo del periódico que circulaba en la clandestinidad –hasta cierto punto vulgar, aunque escrito con el fino humorismo de anónimas plumas prodigiosas e ilustrado por hábiles caricaturistas– no es ni remotamente comparable a la mediocridad del ambiente que hoy se corona. Todavía entonces, no era pecado hacerse acompañar en los ratos de ocio, de textos de literatura –hoy un libro de cuentos, mañana uno de historia, pasado uno de ciencia ficción o una autobiografía y para los muy intelectuales, desde la ciencia hasta la filosofía–. El buen hábito de la lectura era pilar que, junto a otros perfiles, sostenían el empinado edificio de la sociedad, y el ejercicio público y privado, exigía ciertos estándares de cultura general. Aparte de decencia. No había estudiante universitario, mucho menos persona profesional, que no considerase requisito moral, mucho antes de cursar las aulas de la educación superior, haber leído y conocer la fecunda obra del diácono y presbítero José Trinidad Reyes. En memoria suya, los párrafos introductorios de su carta –con la seguridad que pocos, que hoy contaminan las redes sociales de burradas, la conocen, y ojalá por curiosidad la busquen y la estudien completa– escrita, como aporte trascendente y revolucionario para la época que se vivía, bajo el seudónimo de Sofía Seyers (Reyes al revés):

“Yo, débil mujer, me atrevo a levantar la voz reclamando los derechos de mi sexo, en medio de un pueblo que apenas los conoce: yo, sin misión expresa de mis compañeras, hablo en su favor a una sociedad que se cree iluminada con los resplandores del siglo XIX, y que no va a retaguardia en la marcha de la civilización y del progreso, pero que, en orden a nosotras, no tiene ideas que vayan en consonancia con sus adelantos”. “No pido tanto como las mujeres parisienses; no me quejo de que en el siglo de las democracias se tolere y se sostenga la aristocracia varonil, ni de que, abolida la esclavitud, esa aberración tan depresiva de la especie humana, no se haya también emancipado la mujer, quedando ella sola esclava en medio de tanta libertad; ni tampoco hago reparar que el principio, tan decantado, de la igualdad civil y política, no se haya extendido hasta nosotras”. “No pretendo, como las socialistas francesas, que seamos asociadas a la administración gubernativa que se nos dé el derecho de concurrir con nuestros votos a la elección de los funcionarios públicos, ni que nos declaren hábiles para obtener los destinos de la Patria”. “No me avanzo hasta ese punto, aunque, en verdad, no veo que haya un motivo ostensible y justo para que, en el siglo de la luz y de la razón, se sostengan principios y costumbres que nacieron en los tiempos más oscuros de la ignorancia de la barbarie; aunque no hallo razón suficiente para que se dé a los varones el privilegio exclusivo de optar por los empleos, de dictar leyes y de gobernar a los dos sexos; aunque podría esperarse, tal vez que sería mejor la suerte del género humano dependiendo de la mujer que dependiendo de los hombres, de los que tenemos experiencia de que han trastornado y desfigurado el mundo moral, de tal manera que ya no es aquel que el Creador destinara para la raza humana”. (Hay más. Léanla)

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