Cuento Policial: DESPUÉS DE VEINTE AÑOS O’ HENRY

ZV
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14 de junio de 2020
/
12:47 am
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Cuento Policial: DESPUÉS DE VEINTE AÑOS O’ HENRY

El policía de ronda subió por la avenida majestuosamente. La majestuosidad era habitual y no de exhibición, porque espectadores había pocos. Aún no eran las diez de la noche, pero frías ráfagas de viento con sabor a lluvia casi habían despoblado ya las calles.

Comprobando puertas mientras hacia su recorrido, haciendo girar la porra con muchos movimientos diestros e intrincados, girándose de vez en cuando para lanzar su mirada vigilante por la pacifica avenida, el policía, con su figura fornida y su ligero balanceo, componía una excelente imagen de un guardián de la ley. El vecindario era de los que se acuestan temprano. De cuanto en cuanto podrías ver las luces de una cigarrería o de una cafetería de las que están abiertas todas las noches; pero la mayoría de las puertas pertenecía a locales de negocios que hacía mucho que habían cerrado.

Cuando iba por la mitad de cierta manzana, el policía aminoró de pronto el paso. En la entrada de una ferretería a oscuras había un hombre apoyado, con un cigarro en la boca. Cuando el policía llego hasta el, el hombre hablo rápidamente.

—No pasa nada, agente – dijo, en un tono tranquilizador. Solo estoy esperando un amigo. Nos citamos aquí hace veinte años. Le suena un poco raro, ¿verdad? Bueno, le explicare por si quiere usted cerciorarse de que no hay problema. Hace todo es tiempo había un restaurante aquí, donde está ahora esta tienda…. el restaurante de “Big Joe” Brady.

— Hasta hace cinco años, — dijo el policía—Lo echaron abajo entonces.
El hombre de la entrada de la ferretería rasco una cerilla y encendió el cigarro. La luz mostró un rostro pálido de mandíbula cuadrada y ojos penetrantes, con una pequeña cicatriz blanca cerca de la ceja derecha. Su alfiler de corbata era un diamante grande, en una posición extraña.

—Hace esta noche veinte años – dijo el hombre – yo cene aquí en “Big Joe” Brady con Jimmy Wells, mi mejor amigo y el mejor tipo del mundo. Él y yo nos criamos juntos aquí en Nueva York, como dos hermanos, siempre unidos. Yo tenía dieciocho y Jimmy veinte, y a la mañana siguiente yo debía salir al Oeste para hacer fortuna. A Jimmy no había manera de sacarle de Nueva York; él pensaba que era el único lugar del mundo. Pues bien, esa noche, quedamos en que nos encontraríamos aquí de nuevo exactamente veinte años después de aquella fecha y aquella hora, fuesen cuales fuesen las condiciones en que estuviéramos o de lo lejos que pudiésemos tener que venir. Consideramos que en veinte años cada uno de nosotros debía tener su vida resuelta y su suerte decidida, fuesen cuales fuesen.

— Eso parece muy interesante – dijo el policía. Pero es mucho tiempo entre encuentros, me parece a mí. ¿No ha sabido de su amigo desde que se fue?

–Bueno, sí, durante un tiempo nos escribimos – dijo el otro –. Pero al cabo de un año o dos nos perdimos la pista uno a otro. En fin, el oeste es un sitio muy grande, y yo andaba corriendo mucho de aquí para allá. Pero sé que Jimmy vendrá a encontrarse conmigo si está vivo, pues fue siempre el amigo más fiel e inquebrantable del mundo. Es imposible que se le haya olvidado. Yo he recorrido más de mil seiscientos kilómetros para estar aquí, en esta puerta, en esta noche, y merece la pena si mi amigo aparece.
El hombre que esperaba sacó un reloj excelente, con las tapas tachonadas de pequeños diamantes.

—Faltan tres minutos para la diez—proclamó—Fue exactamente a las diez cuando nos separamos aquí, en la puerta del restaurante.

–Le fue muy bien en el oeste, ¿no? —preguntó el policía.

–¡Puede apostar que si ¡Ojalá que a Jimmy le haya ido la mitad de bien! Aunque, bueno como era, solo pensaba en el trabajo, yo he tenido que vérmelas con tipos muy listos para hacerme rico. En Nueva York uno cae en la rutina. Hace falta el oeste para que uno espabile.
El policía hizo girar la porra y dio unos pasos.

–Seguiré mi camino. Espero que su amigo aparezca sin novedad. ¿Se ira enseguida si no aparece a la hora?

–¡Por supuesto que no! —dijo el otro – Le daré media hora por lo menos. Si Jimmy aún sigue en este mundo, estará aquí a esa ahora. Adiós agente.

–Buenas noches, señor – dijo el policía y continuo su ronda, tanteando puertas.

Estaba cayendo para entonces una llovizna fina y fría, y el viento había pasado de las ráfagas inseguras a un soplo constante y firme. Los pocos transeúntes que pasaban por aquella manzana aceleraban el paso, lúgubre y silenciosamente, el cuello del abrigo subido, las manos en los bolsillos. Y en la puerta de la ferretería el hombre que había recorrido más de mil seiscientos kilómetros para acudir a una cita, incierta hasta casi el absurdo, con el amigo de su juventud, fumaba su cigarro y esperaba.

Espero unos veinte minutos, y luego un hombre alto de abrigo largo, con el cuello subido hasta las orejas, cruzo presuroso desde el otro lado de la calle. Fue derecho hasta el hombre que esperaba.

—¿Eres tú, Bob? Preguntó dubitativamente,

–¿Eres tú Jimmy Wells? —exclamó el hombre de la puerta.

–¡Bendito sea Dios! —exclamó el recién llegado, cogiendo ambas manos del otro con las suyas—Eres Bob no hay duda. Estaba seguro qué te encontraría si todavía seguías en este mundo. ¡Bien, bien, bien!… veinte años es mucho tiempo. El viejo restaurante ha desaparecido, Bob; ojalá siguiese aún aquí, para que pudiésemos cenar en él, otra vez. ¿Cómo te ha tratado el oeste, viejo amigo?

–Estupendamente; me ha dado todo lo que pedí. Has cambiado mucho Jimmy. Nunca creí que pudieses a crecer varios centímetros más.

–Bueno, sí, crecí un poco más de los veinte.

–¿Y te va bien en Nueva York, Jimmy?

— Moderadamente. Tengo un puesto en uno de los departamentos de la ciudad. Ven Bob; iremos a un sitio que conozco y hablaremos largo y tendido sobre los viejos tiempos.

Los dos hombres se pusieron en marcha calle arriba cogidos del brazo. El del oeste, su egolatría ampliada por el éxito, empezó a delinear la historia de su carrera. El otro, sumergido en su abrigo, escuchaba con interés.

En la esquina había una botica, brillaba con luces eléctricas. Cuando llegaron a aquella claridad se volvieron los dos simultáneamente para mirar al otro la cara.

El hombre del oeste se detuvo de pronto y retiro el brazo.

–Tú no eres Jimmy Wells – le soltó – veinte años es mucho tiempo, pero no suficiente para cambiar la nariz de aguileña a chata.

–A veces cambia a un hombre bueno en uno malo – dijo el otro – Llevas diez minutos detenido, “Silky” Bob. Chicago pensó que podrías haberte dejado caer por nuestro territorio y dice que quiere tener una charla contigo. Tómalo con calma, ¿quieres? Eso es más razonable. Ahora antes que vayamos a la comisaria, hay una nota que me pidieron que te entregara. Puedes leerla aquí en el escaparate. Es del patrullero Wells.

El hombre del oeste desplego el trocito de papel que le entregó el otro. Su mano era firme cuando le entrego el otro. Su mano era firme cuando empezó a leer, pero temblaba un poco cuando terminó. Era una nota bastante breve.

Bob: Estuve a tiempo en el lugar que acordamos. Cuando encendiste una cerilla para prender el cigarro vi que era la cara del hombre que buscaban en Chicago. Yo mismo no podía, ya sabes, así que fui a buscar a un detective de paisano para que hiciera el trabajo

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