Espiritualidad oriental y occidental

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14 de junio de 2020
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12:08 am
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Espiritualidad oriental y occidental

Por: Segisfredo Infante

En estos tiempos de tensiones indescifrables entre una parte de los países orientales y nuestro “Mundo Occidental”, tal vez valga la pena un acercamiento desprejuiciado a las sabidurías antiguas, especialmente orientales. No solo porque en algún momento de la historia futura habremos de superar, quizás, las secuelas atroces de la pandemia actual, sino porque es una obligación moral autónoma conocer el pensamiento de otras culturas a fin de afianzar ciertos principios éticos “universales”, con el objetivo parejo de normalizar unas relaciones comerciales justas, para moderar el “choque de civilizaciones”, del cual habló en un momento especial el estadounidense Samuel P. Huntington.

Hablar de las civilizaciones orientales antiguas significa, en primer lugar, pensar en los geniales sumerios, y en otras culturas del “Creciente Fértil”, en donde fueron inventados los números para contar y las letras para escribir palabras comunes y lenguajes sacros. Esto incluye a otros pueblos como los egipcios, los fenicios, los hebreos, los cretenses, los hititas y troyanos, para sólo mencionar algunos de la parte oriental del Mar Mediterráneo. Más allá, en otras latitudes y longitudes, aparecieron las civilizaciones indostánicas, lo mismo que las civilizaciones de raíz mongólica. Todo esto es importante al momento de utilizar el concepto de “humanidad”, objetivado tal concepto en la existencia de pueblos concretos.

Nosotros los occidentales les debemos muchos a los sumerios, a los fenicios y principalmente a los hebreos. Es más, nuestro alfabeto actual originariamente era fenicio, elaborado sólo con letras consonantes. Los griegos añadieron más tarde las vocales, extendiéndose tal alfabeto por el “Mundo Occidental”, y luego, en el modo cirílico, por la Europa del Este. A la par de esto debemos subrayar que el “cero”, importantísimo en la matemática posicional, fue descubierto o inventado por los hindúes. Desde luego que los mayas del periodo clásico habían, igualmente, inventado el “cero” por su propia cuenta; pero esto lo supimos hasta fechas recientes.

En este punto es importante viajar hacia el presente y hablar otra vez de la cultura de nuestros amigos japoneses y de otros aliados, con sus aportes actuales al conocimiento universal contemporáneo. En otros textos hemos destacado, por ejemplo, las contribuciones de la “Escuela Filosófica de Kioto”, con su filósofo principal Keiji Nishitani, un tanto conectado a las tendencias filosóficas alemanas. Habría que añadir las aportaciones recientes de la organización budista de la “Soka Gakkai”, que lidera el humanista trashumante Daisaku Ikeda, quien ha impartido más de veinte conferencias en diversas universidades orientales y occidentales, incluyendo la Universidad de Harvard.

Daisaku Ikeda ha expuesto, desde su propia cosmovisión espiritual, sus ideas más avanzadas en contra de la guerra y en favor de la paz universal, coincidiendo en algún punto con Immanuel Kant. El budista japonés Ikeda ha conocido a los pensadores chinos, griegos, hindúes, franceses, italianos, alemanes, ingleses, norteamericanos, rusos, españoles e incluso cubanos, con el propósito ulterior de restaurar una especie de nuevo humanismo que venga a servir de orientación vital, espiritual y poética a las generaciones de este nuevo siglo cargado de imprevistos, incertidumbres, fatalidades y esperanzas.

No soy budista. Pero trato de comprender y tolerar a otras religiones y otros pensamientos oriundos de culturas lejanísimas. Recuerdo que “Carolina Lin”, una amiga taiwanesa que vivió en Honduras, me confesó en algún momento que ella era budista de la línea de los lamas tibetanos. Recuerdo, además, haberme sorprendido ante tal confesión, pues conocer a una budista taiwanesa en Tegucigalpa era algo llamativo, sobre todo en un momento en que me había interesado por la cultura tibetana. Inclusive un buen amigo de adolescencia, hoy doctor en filosofía, me había obsequiado, por esos meses, un bello libro que trata sobre aquellas remotas cumbres, las más altas del planeta, insignes en términos históricos. Por otro lado, “Carolina Lin” estaba interesada en conocer la religión católica en Honduras, y los interiores de la catedral de Tegucigalpa.

La enseñanza derivada de estas viejas y nuevas lecturas es que el mejor remedio para neutralizar las guerras regionales y globales, o las convulsiones sociales caóticas, es infundir a las nuevas generaciones de todos los países un profundo respeto a la dignidad suprema de la vida, lo mismo que a la dignidad humana, recreando valores para encontrarle un cierto sentido a la existencia bajo cualquier adversidad. Tal objetivo es posible, según el autor arriba citado, practicando las cinco virtudes del budismo majayana: la benevolencia o el amor a toda la especie humana; la justicia que controla los impulsos egoístas; el decoro para respetar la existencia de los demás; la sabiduría como fuente de todas las actividades creativas; y la fidelidad o sinceridad para convertir los odios en misericordia.

Comprendo que tales virtudes parecen utópicas, como utópicos resultan ser algunos principios morales y éticos elaborados por los filósofos antiguos, medievales y modernos, lo mismo que por los profetas y escribas que substanciaron la Biblia.

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