LA “RESILIENCIA” Y LA TORTUOSA ESPERA

ZV
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18 de junio de 2020
/
12:04 am
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LA “RESILIENCIA” Y LA TORTUOSA ESPERA

CAPITALINOS Y EL AEROPUERTOLO DOMÉSTICO Y LA SOLIDARIDAD

LA directora del Banco Mundial para Centroamérica, acaba de manifestar “que la región ha mostrado una buena resiliencia frente a la crisis sanitaria causada por la pandemia de la COVID-19 y ahora debe trabajar en la búsqueda de oportunidades para que propicien el desarrollo, una mayor productividad y la integración”. Con toda la consideración que sin duda merece la señora Sakho, pero si ello ha sucedido –lo de la resistencia para aguantar, que palpa en la región– ha sido por esfuerzo interno de los países y la moderada asistencia concedida por otras instituciones de crédito internacional, digamos del FMI y el BCIE, y de ninguna manera por concurso de ellos. La tal iniciativa del Banco Mundial con el G-20 de una moratoria al endeudamiento bilateral, y alivio del servicio de la deuda con plazos más largos, resultó como la infeliz frase de un político mexicano: “ni los veo, ni los oigo”. Aparte de aguardar, con resignada fe, que se concrete lo anterior, nada se supo sobre moratorias de la deuda multilateral.

Esa burocracia internacional ha actuado con ofensiva parsimonia, insensible a los apremios que no soportan una tortuosa espera de semanas y mucho menos meses. Sin ápice de creatividad –como si esto fuera un desequilibrio cualquiera– frente a una colosal tragedia. Ufanándose aquí de haber dado a Honduras un crédito de US$119 millones, sin deslindar que estos no han sido nuevos recursos ni tampoco extraordinarios, sino para programas –respuesta al cambio climático– diseñados antes de la crisis de la COVID-19. Otros dineros ya comprometidos a la sanidad, son para el dengue –que flagela el costado izquierdo mientras el coronavirus embiste el derecho–pero nada que tenga que ver con las superiores necesidades de esta despiadada pandemia. Una tal Corporación Financiera Internacional, IFC, su brazo derecho para asistir al sector privado en países pobres, no mostró una gota de ingenio, digamos, de hacer a un lado sus oxidados protocolos y reinventarse, para asistir directamente a las empresas desguazadas por la fatalidad. Si bien las recomendaciones que ofrece la doña del Banco Mundial no son despreciables –que “la pandemia se podría usar para iniciar una transformación hacia una región más integrada, avanzar hacia la digitalización y mejorar la competitividad por medio de productos con valor agregado”– más fácil decirlo que hacerlo. De acuerdo con lo anterior. Pero más allá de los consejos que dan, que de nada sirven si no hay recursos, y de las preocupaciones que profesan –del diente al labio– como si las preocupaciones fueran bálsamo que frotándolo alivia el pesar de los pueblos, son hechos y no palabras los que convencen.

Lo que se exige de ellos es asistencia inmediata, suficiente, en una proporción equivalente al gigantesco tamaño de la calamidad. El último informe del Banco Mundial “Perspectivas económicas mundiales”, revela que el coronavirus ha hundido la economía en la que sería la peor recesión desde la Segunda Guerra Mundial. O sea, no desconocen las aves agoreras ni sus tías las zanatas, la grosera realidad que cae como maldición infernal sobre estos pintorescos paisajes acabados. Más triste todavía, ya que, conociendo la profundidad de las heridas, no han podido responder, con acciones, no con preocupaciones, facilitando los remedios. Que sirvan para mitigar la impotencia que los pueblos sienten, observando impávidos, ya sin fuerza para asimilar el azote que propina el siniestro, cómo se muere la gente. Cómo, el encierro para evitar el contagio, se traduce en el colapso de los mercados, del sistema económico y productivo, de la infraestructura pública y privada. Cómo se resquebrajan los cimientos de frágiles estructuras que tomaron años erigir, mientras la zozobra, el temor de la población, la incertidumbre sobre cómo manejar algo tan catastrófico, destartala las vigas, los maderos, las piezas ensambladas del complejo entarimado social.

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