Regusto por las letras de una garganta de oro

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19 de junio de 2020
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12:05 am
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Regusto por las letras de una garganta de oro

¿Vuelven los oscuros malandrines del 80?

Por: Óscar Armando Valladares

Tres disciplinas: periodismo, literatura y en muchas veces el derecho, han tenido entrelaces en el estudio y trabajo de hombres y mujeres, principalmente en países de Europa y América. Sirva el ejemplo de Gabriel García Márquez, en un principio alumno en ciencias jurídicas, más tarde redactor periodístico y finalmente, entregado enteramente a lo que era su real vocación -la narrativa-, base de su fama y prestigio. Desde luego la militancia en el diarismo escrito -reportero, articulista- tuvo bastante que ver en la formación de su estilo literario: los textos recopilados por Jacques Gilard, en cuatro tomos rollizos, acreditan ese quehacer.

Parecidos y frecuentes casos pueden hallarse en nuestros anales, como lo certifican los nombres de Juan Ramón Molina, Rafael Heliodoro Valle, Pompeyo del Valle; Froylán Turcios, Alfonso Guillén Zelaya, Óscar Acosta, Antonio Ochoa Alcántara; Julián López Pineda, Eliseo Pérez Cadalso, Miguel R. Ortega.

Abreviemos el paso y proyectemos la mirada hacia un locutor, periodista, maestro de ceremonias, relacionista de reconocida veteranía e impulsor de importantes tareas e iniciativas, a pesar de que la vida no le ha dado siempre lo mejor de sus sonrisas. La entrega a la bebida -dichosamente eliminada hace 50 años- y el progresivo desgaste visual -cercano a la invidencia de un Homero, un Milton, un Borges-, no han dejado de incidir en su trayecto; pero la recia voluntad indeclinable como el potente atributo de su voz -de su garganta de oro-, confluye sobradamente en Mario Hernán Ramírez, desde luego con el auxilio espiritual de su familia, aunque sobre todo con el soporte amoroso y la guía sustantiva de Elsa Ramírez García, su esposa.

Varios quinquenios han transcurrido desde que Mario -en compañía de un puñado de amigos- “los trece locos del Guanacaste”- conllevó el compromiso de exaltar la memoria del poeta Molina, concentrada tarea en la que ha sido un baluarte entusiasta, sin omitir -por constarme- el aporte de otro común amigo, Marcial Cerrato Sandoval. Participé en esta obra -que el poeta intuía cuando pergeñaba que su nombre “Las aguas del olvido no arrastrarán del todo” y habrá quienes recuerden sus versos con “noble simpatía”, su fugitivo paso “por la tierra sombría”, su yo, “compuesto extraño de azúcar, sal y hiel”-. En la Ciudad Universitaria, en San Pedro Sula y en San Salvador aunamos esfuerzos “molineanos”, contando en dicha capital con el concurso de otro hondureño y camarada singular, José Ramos Méndez, promotor, además, de la figura procera de Francisco Morazán y de su consorte, María Josefa Lastiri.

En los últimos tramos de su vida, percibió Mario Hernán el llamado de las letras.

Valido de sus recuerdos y del anecdotario que revoloteaba en su mente, decidió entrarle a la producción de libros, en los cuales figura un vasto repertorio de datos históricos, personas y personajes de la vida social, política, empresarial, cultural y periodística; de hechos, curiosidades, referencias familiares, experiencias y logros personales, relatados a vuelapluma con sutil amenidad.

Llevado quizás por su generosidad -la virtud más estimada, según el viejo Aristóteles-, el autor estila un pronunciado empleo del adjetivo, notable ante todo en el libro “Gargantas de oro”, en donde el elogio corre en línea pareja, motivo que -a mi juicio- pudo haber mermado su valor consultivo en las escuelas de periodismo.

Como sé que los esposos Ramírez-García aúnan esfuerzos en la empresa bibliográfica, estimo que la observación hecha será compartida y, si la misma es procedente, los trabajos que a buen seguro tienen en preparación creo que ganarán en sobriedad e interés. Y aun cuando me expongo a caer en el refrán “Consejo vendo, y para mí no tengo”, la cordial relación que cultivo con ellos me da la licencia de opinarles como lector, en lugar de asumir un silencio doctoral y arrogante.

Gracias a Elsa conozco más y mejor los andares de Mario Hernán, contentivos en su obra primigenia “Memorias de un periodista”, que colocó en mi diestra a mitad del mes de mayo de 2019 con una “ilustre” dedicatoria.

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