Paulino, Medardo y Salatiel

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21 de junio de 2020
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12:01 am
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Paulino, Medardo y Salatiel

Por: Segisfredo Infante

Estas ariscas regiones quizás nunca hayan sido propicias para el pensamiento profundo y sosegado. Ni siquiera para las lecturas más o menos sistemáticas. Ya sea por la carencia de buenos libros y autores; por la pobreza ambiental que conspira contra el “Espíritu”; o por el bajo perfil intelectual de varios profesores de los niveles secundarios y universitarios, con las buenas excepciones de la regla, en tanto que hemos contado con pedagogos y profesores, hondureños y extranjeros, de primerísima línea.

A pesar de lo expresado en el párrafo anterior, en Honduras han nacido personajes respetables en el ámbito intelectual o, si se prefiere, en la esfera del pensamiento. Se puede comenzar la lista con el nombre inevitable de José Cecilio del Valle, de vasta cultura enciclopédica, en los comienzos del siglo diecinueve. Luego aparecería el nombre de Ramón Rosa, un liberal, romántico y positivista utilitario muy a la manera latinoamericana de finales del siglo diecinueve. Naturalmente que en la época finisecular aludida, surgen los nombres de varios poetas; algún orador sobresaliente; los prosistas panfletarios como Adolfo Zúniga; un antólogo respetable y los primeros narradores.

Sin embargo, deseo atenerme a los individuos que produjeron o intentaron producir pensamiento, sobre todo en páginas periodísticas. En los comienzos del siglo veinte refulgen Salatiel Rosales, Paulino Valladares y un poco más tarde Alfonso Guillén Zelaya. Tal vez hubiese sido prudente incluir a Juan Ramón Molina, quien poseía una disposición favorable para las lecturas filosóficas. Pero creo que Molina destaca más como un gran poeta lírico que como un prosista de pensamiento equilibrado.

El primer problema de un hombre como Salatiel Rosales, es que en la Honduras provinciana de aquel entonces, no había nadie, o casi nadie, con quien se pudiera conversar ampliamente de temas profundos derivados de la filosofía. A lo sumo algunos autores lugareños conocían de tercera mano los nombres de ciertos filósofos y científicos europeos, que citaban en sus artículos, sin conocer para nada las obras de tales pensadores que quizás estaban de moda. El segundo problema de Salatiel era su propensión a enzarzarse en polémicas estériles, es decir, en callejones sin salida que podrían volverse contra él mismo, por aquello que no es nada fácil manejar un “sistema” cerrado de pensamiento. Un solo caso de tales disputas fue su polémica sobre el creacionismo y el evolucionismo con el sacerdote católico alemán Agustín Hombach, con una formación intelectual superior a la de Rosales. Pero creo que ambos personajes entraron en un laberinto sin salida por las limitaciones de la época, y por los dogmas con los cuales se arroparon. Todavía hacían falta algunas décadas para que fueran publicados los libros principales del paleontólogo jesuita Teilhard de Chardin, quien percibió un proyecto divino dentro del proceso evolutivo de la creación del Universo.

Paulino Valladares, otro amante del pensamiento filosófico, apenas podía dedicarle tiempo a sus estudios autodidácticos por sus intensas tareas periodísticas. Cuando Salatiel Rosales murió en México en 1926, “Don Paulino” fue de los primeros en reconocer las virtudes del fallecido, quizás exagerando su elogio con la frase que “Salatiel lo leyó todo”. Lo cual era improbable en cualquier parte del mundo; pero, sobre todo, en aquella Honduras provinciana de las primeras décadas del siglo veinte. Valladares subraya que la de Salatiel “era una mentalidad que daba lustre a las letras contemporáneas.” Y añade que “Parecía el escritor adusto una de esas naturalezas herméticas impermeables a todo lo que es de este mundo que no se traduzca en seriedad y reflexión.” Al final subraya que se trata de un “literato pensador”. Creo que Froylán Turcios coincidiría en un buen porcentaje con aquellas apreciaciones de “Don Paulino”.

Si Paulino Valladares hizo una aproximación de la personalidad intelectual de Salatiel Rosales, unos decenios más tarde Medardo Mejía elaboró, en Guatemala, uno de los mejores ensayos que se ha escrito sobre el “príncipe” del periodismo hondureño. Me refiero a los “Capítulos Provisionales sobre Paulino Valladares”, en donde “Don Medardo” demostró que poseía la mejor vena de ensayista, cuando todavía manejaba un lenguaje emparentado con el humanismo renacentista. Después “Don Medardo” se deterioró, o decantó, por la influencia de los dogmas del materialismo ortodoxo. (Dice Rolando Sierra que Medardo Mejía más bien simpatizaba con la “teosofía”). Al margen de esto también le obsequió mucha importancia a Salatiel Rosales, razón por la cual hemos colocado su nombre como eje titular entre Paulino y Salatiel.

No coincido con todas las opiniones de Paulino Valladares sobre diversos personajes históricos, políticos y literarios de Honduras. Pierde de vista, por ejemplo, las singularidades líricas de Juan Ramón Molina. Sin embargo, siempre he reconocido la modernidad del estilo sobrio y penetrante de “Don Paulino” respecto de otros periodistas de aquella misma época, más propensos al panfleto que al análisis.

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