A ras de suelo

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25 de junio de 2020
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12:33 am
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A ras de suelo

Por: Segisfredo Infante

Esta idea poco poética proviene de viejas lecturas fenomenológicas. Pero también de la percepción de los acontecimientos más recientes registrados tanto adentro como afuera del país, en un contexto de acumulada incertidumbre. Por un lado se anuncian las vacunas probables, y luego algún medicamento antiviral efectivo como el “Avifavir”, fabricado por los rusos para sus aliados y para ellos mismos. O sea que países como Honduras quedarían por fuera, a menos que se recurriera al “mercado negro internacional”.

Lo repito: Nadie está repartiendo esperanzas concretas a los pueblos de todo el mundo. Cada país presenta sus propios liderazgos transitorios y se resuelven como el caracol ensimismado hacia su propia concha. Las sociedades que mejor han respondido a la pandemia han seguido cuatro caminos diferentes: El primero es el de los países que todavía conservan el “Estado de bienestar” de tercera vía, con unos sistemas sanitarios robustos, como los de Escandinavia y Nueva Zelanda. El segundo camino es el de aquellos que han confiado en sus experiencias anteriores, y en sus tecnologías anti-epidémicas, como Taiwán y Corea del Sur. El tercer camino es el de aquellos dirigentes que han confiado en la cultura de sus propios pueblos, como Israel, Japón y Alemania. Y el cuarto camino, ha sido el de la represión brutal sistemática en algunos puntos cruciales de sus geografías internas, como ha ocurrido, herméticamente, en China Popular.

No he deseado subrayar el quinto camino, que es el de los países atrasados como Honduras, en donde una gran cantidad de gente se deja llevar por sus odios personales; el oportunismo extremo; la irresponsabilidad verbal; los resentimientos sociales y, sobre todo, por su enorme ignorancia. Aquí en nuestro medio algunas redes sociales han llegado al colmo de negar la existencia del nuevo “virus”. Por eso salen a las calles y llegan a los lugares públicos sin mascarillas; o mal puestas. Las utilizan debajo de la nariz; se las guindan en las “quijadas”; o las exhiben de adorno. Con el agravante que nuestro Congreso Nacional aprobó una ley de uso obligatorio de tales mascarillas, pero en una circunstancia en que los inventarios continúan vacíos en la mayor parte de farmacias catrachas. Quizás en el barrio “El Chiverito” o en la séptima avenida de Comayagüela, lo mismo que en los barrios Medina y Concepción de San Pedro Sula, se puedan adquirir tales mascarillas. Las que venden en el Parque Central de Tegucigalpa son de mala calidad. Se zafan de las orejas o ya vienen contaminadas.

Como estamos hablando y reflexionando “a ras de suelo”, aparte de lo anterior hace más de un mes insinué en un artículo, en este mismo espacio, que no deseaba siquiera imaginarme las cosas que estaban ocurriendo en el “Mercado Zonal Belén”. Las nefastas consecuencias han sido más obvias con la reapertura económica muy poco “inteligente” en todos los mercados de Comayagüela. Con mis propios ojos he visto gente amontonada recibiendo supuestos regalos entre la colonia Centroamérica Oeste y la colonia San Francisco, sobre el “Bulevar de las Fuerzas Armadas”, con jóvenes y viejos pegados pechos con espaldas sin ningún resguardo de la famosa bioseguridad. Es más, el primer lunes de “reapertura” observamos videos directos de autobuses cargados con personas, unas con mascarillas y otras sin las mismas. O carritos con pailas, cargados de gente amontonada. Ignoro si alguien puso en su sitio a los motoristas y a estas personas descuidadas.

Otro lugar común en Honduras, e incluso en algunas sociedades desarrolladas, es que aquellos individuos “asintomáticos” creen que tienen todo el derecho de andar por los barrios y las casas contaminando a los demás. Realizan francachelas en las noches sin ningún miramiento hacia los prójimos. Como derivación de estas conductas indefendibles (algunos seudopolíticos y empresarios las pretenden oscuramente defender), la curva de contaminados y enfermos en Honduras ha continuado creciendo de manera exponencial e insospechada.

Un capítulo trágico de toda esta problemática es que los hospitales públicos están abarrotados; casi colapsados. En los comienzos de la alerta roja de la pandemia, sugerimos a más de algún funcionario del gobierno que tuvieran mucho cuidado con el “Seguro Social”, en tanto que los hospitalizados por otras enfermedades terminarían padeciendo de “coronavirus”, por aquello del desaseo interno de los baños y por otras calamidades que hemos experimentado aquellos que hemos pasado internos tanto en los pabellones del Hospital Escuela como en el Instituto Hondureño de Seguridad Social. En aquel momento sugerí que dadas las circunstancias extremas utilizaran mejor algunos edificios vacíos que estaban bajo la posesión del Estado y del gobierno. O que se alquilaran otros edificios. Por suerte la Universidad Nacional Autónoma de Honduras, tan desdeñada en estos días, puso a la disposición el “Palacio de los Deportes”. No andamos en campaña política. Decimos todo esto porque realmente amamos a Honduras, y a su triste y pobre pueblo.

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