“Locha” Caballero, mujer generosa

ZV
/
26 de junio de 2020
/
12:21 am
Síguenos
  • La Tribuna Facebook
  • La Tribuna Instagram
  • La Tribuna Twitter
  • La Tribuna Youtube
  • La Tribuna Whatsapp
“Locha” Caballero, mujer generosa

“Locha” Caballero, mujer generosa, Por: Juan Ramón Martínez

Muchos años después de pasar frente a su casa, –en la calle La Palma–, desde donde mi abuelo Victoriano Bardales, hasta donde la tía Julia, que todos llamábamos “Mayula”, supe que la mujer hermosa, que siempre veía sentada en la puerta abierta de su casa, era “Locha” Caballero. La casa llamaba mi atención, porque era de adobe sin repellar. Y ella, después supe que se llamaba Eloísa Martínez de Caballero. Era hija de Norberto Quezada –uno de los adinerados del pueblo– y Lucía Martínez. Estaba casada con un olanchano, venido de El Rosario, Ángel Rafael Caballero, que todos llamaban Caballero. Como “Locha” era guapa, enérgica y luchadora, opacaba al marido que siempre fue visto con menor simpatía. Siempre que pasaba la saludaba y ella respondía con una sonrisa. Antes había inclinado la cabeza, dándole la bendición, como se costumbraba, a la tía Calixta Bardales, la única mujer que en Olanchito, se negó a conocer el tren. No olvido las puertas cerradas de la casa de Salomón Sosa; a Carmencita Núñez de Lanza, barriendo el frente de su casa y gozar el verdor de la palma frente a la casa de Neptalina Cárcamo, la gerente de la Farmacia Honduras. Siendo un niño de once años, y aunque pocas cosas entendía, me llamaba la atención el adobe desnudo, afectado por las lluvias y la falta de repello que, pese a mis pocos conocimientos, me hacía pensar que allí vivía una familia más pobre que, la que yo formaba parte.

Fue hasta en 1963, cuando aquí en Tegucigalpa, empezó mi relación con “Locha” Caballero y su esposo Ángel Caballero. Para entonces, visitar a “Locha” Caballero era parte del ritual del recién llegado a la capital. Era un “consulado” en donde, la mayoría de los universitarios de entonces, se establecían, –como el nido seguro– para después, iniciar la aventura de explorar otras residencias en la capital que, llamábamos “la culta”. Después de 1970, cuando ella y Caballero vivían en “El Chimbo”, frecuentemente les visitábamos. Era la mujer más atenta y generosa que he conocido. Y como se acostumbraba en el Olanchito de mis recuerdos, el cariño tenía un solo camino: el de los manjares en que ella era diestra. Me tuteaba con gran naturalidad y yo también a ella. Caballero, más retraído, había que rodearlo de preguntas para entrar en confianza. Era el típico olanchano que, siempre está esperando la emboscada, mientras su mujer iba adelante, haciendo amistades, desarrollando negocios, con los cuales educó a sus hijos. Fui amigo de los mayores: Fabio, empresario cafetalero de Marcala; Gladis, (QDDG); María Luisa, Marco Tulio y César. Hice amistad con los tres mayores y mantengo buenas relaciones con Francisco Umaña, –viudo de Gladis– exembajador en Corea del Sur y, cuya amistad, me honra y crece con el tiempo.

“Locha”, nació el 21 de diciembre de 1919. Tres años menor que Amaya Amador. No estudió por razones que desconozco; pero no le hizo falta, porque tenía gran talento natural, afecto desbordante y simpatía para querer, a quien se le acercara. Espontánea y natural, siempre tenía la frase oportuna y la invitación para honrar sus infaltables tazas de café, y sus almuerzos deliciosos. Cuando le celebraron los 100 años de nacimiento, fue un acontecimiento al que deliberadamente no quise asistir. Pero le hicimos un reportaje en la televisión y ella, supo que siempre estaba a su lado. Así como en la celebración de los 95 años, en una fiesta que le organizó uno de sus nietos –inversionista en China–, hicimos discursos laudatorios de “Locha”, Elvin Santos, Víctor Manuel Lozano y yo. Contamos anécdotas y la hicimos reír, cosa que ella respondió con vivas anécdotas que nos hicieron felices a todos. Fue una especie de madre adoptiva de todos los que, dejamos atrás a nuestras familias, para venir a estudiar a Tegucigalpa.

Murió el sábado pasado. Su muerte, natural para su edad. No la aquejaba enfermedad alguna. Su sobrina Aída Quezada, me avisó inmediatamente. Después, Carlos Martínez, me hizo llegar un trabajo genealógico de Mirna Orellana, maestra de la finura y el detalle. Por razones obvias, tampoco pude estar en su funeral. Por ello, estas notas en su homenaje, las dicta el cariño profundo que le guardé siempre. Y son un abrazo solidario, a sus hijos y descendientes.

Noticias Relacionadas: “Chelato” Uclés: «Motagua-Marathón es una final generosa»

“Locha” Caballero, mujer generosa

Más de Columnistas
Lo Más Visto