“¡Qué bueno que respires, que conspires, Sendic!”

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26 de junio de 2020
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12:24 am
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“¡Qué bueno que respires, que conspires, Sendic!”

¿Vuelven los oscuros malandrines del 80?

“¡Qué bueno que respires, que conspires, Sendic!”, Por: Óscar Armando Valladares

Dos ciudadanos orientales, no de China Popular: de la República Oriental del Uruguay, le tomaron el pulso a Latinoamérica, conducta compromisoria por la que en estos días de aniversarios se actualizan sus nombres y releen sus escritos. Si fueron amigos y en qué dimensión, está por saberse, aunque ambos sufrieron exilios, acosos militares, ojerizas imperiales -por insobornables- y rechazos contumaces al activar conscientes adherencias en derredor del proceso político cubano.

Nacido hace 100 años, Mario Benedetti ofició como poeta, narrador, dramaturgo y ensayista, con una producción de más de ochenta títulos y una temática fluida, lírica e irreverente que, se ha dicho, nos asoma a una visión del mundo cotidiano, profunda, solidaria, inexorablemente justa.

Poemas de la oficina, la novela La tregua; el ensayo El país de la cola de paja, empinaron su nombre y celebridad. “Gracias por el fuego”, de 1965, tuvo igual acogida al poner en la picota la corrupción del periodismo como forma de poder. En 1973 partió a un destierro forzoso de doce años, extrañamiento que dio fondo a los libros La casa y el ladrillo, Primavera con una esquina rota y Vientos del exilio. En la pieza teatral Pedro y el capitán, denunció la aplicación usual de la tortura. De su cuentística se recuerdan los nombres de La muerte y otras sorpresas, Buzón de tiempo, Rincón de Haikus y El porvenir de mi pasado. El ejercicio periodístico -de índole política y cultural- lo plasmó en el libro El desexilio y otras conjeturas, mientras en la novela Andamios alzó su vuelo autobiográfico.

Como era la constante en Benedetti, de sus poemarios -aparentemente de fácil textura- se escurren el amor y la urgencia social de “decir nosotros”. Noción de patria y Próximo prójimo, son de ese talante, con frecuencia huérfanos de puntuación: “Esperando que el viento/ doble tus ramas/ que el nivel de las aguas/ llegue a tu arena/ esperando que el cielo/ forme tu barco/ y que a tus pies la tierra/ se mueva sola/ pueblo/ estás quieto/ cómo/ no lo sabes/ cómo no sabes/ todavía/ que eres el viento/ la marea/ que eres la lluvia/ el terremoto”.

El segundo guaraní, Eduardo Galeano, tocó el mundo hace 75 años; murió el 13 de abril de 2005. Hizo del periodismo, el ensayo y la narración, graníticas atalayas. Su palabra, documentada, escueta y razonada, se erigió en la voz y el grito de los sin voz en los laberintos del subdesarrollo. Con “Guatemala, país ocupado” y “Las venas abiertas de América Latina”, popularizó tanto su nombre cuanto su pluma. Recibió en dos oportunidades el Premio Casa de las Américas por sus textos Canción de nosotros (novela) y Días y noches de amor y de guerra (relato testimonial). Con Memorias del fuego -suma de la trilogía Los nacimientos, Las caras y las máscaras y El siglo del viento- ganó sendos galardones en su país y en la Universidad de Washington.

Las venas abiertas…, su obra más difundida, no obtuvo el favor “de ningún crítico de prestigio -recuerda el propio Galeano-, sino de las dictaduras militares que la elogiaron prohibiéndola”. No pudo circular en Uruguay ni en Chile; en Argentina, las autoridades la denunciaron como instrumento de corrupción. “No dejan ver lo que escribo, decía a propósito Blas Otero, porque escribo lo que veo”.

Acá, en nuestras playas, estrangularon “las venas” por un pie de página atinente a Morazán. En él figura la aserción equivocada de que la estatua sita en el Parque Central, corresponde a Michel Ney. Doce años después, García Márquez reiteró el mismo cuento, por lo que en ambos momentos se produjo el desmentido del celo nacional. Y aunque el autor uruguayo y el novelista colombiano ofrecieron disculpas, no deja de haber en todo esto un “detalle” no explicado a plenitud: que el morrión fundido en la cabeza broncínea del héroe y mártir, pudo abonar a la “tesis” de Ney, dado que ni el unionista centroamericano, ni el libertador Bolívar, ni Sucre, ni Santander, ni ningún otro prócer americano lucieron armaduras de tal porte.

Un colofón con líneas de los escritores sudamericanos: “En este mundo nuestro, mundo de centros poderosos y suburbios sometidos, no hay riqueza que no resulte por lo menos sospechosa”. Galeano. “En el fondo todos conspiramos y no solo los viejos que no tienen con qué pintar murales de protesta; conspiran el cesante y el mendigo y el adulador y los pobres adulones, cuyo incienso no rinde como hace cinco años”. A Raúl Sendic: “¡Qué bueno que respires, que conspires!”. (Benedetti).

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