General Arnulfo Cantarero

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29 de junio de 2020
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12:25 am
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General Arnulfo Cantarero

Por: Cnel. ® José Luis Núñez Bennett
IX Promoción AMHGFM

Comenzaré, ante todo, por honrar a un jefe, ya rendido, y presente ante las huestes eternas de nuestro comandante espiritual el Creador del Universo. El general Cantarero ya es parte de nuestro pasado militar y es justo y, al mismo tiempo, apropiado a una ocasión como la presente, que se le rinda este homenaje de recordación al jefe, al compañero, al amigo al esposo, padre y abuelo. Caminó los caminos del honor, pudo libar las mieles de la gloria, disfrutó del halago del amigo, del político cortesano, pero también la lagotería y la genuflexión del zalamero y adulador. Justo es también reconocer gallardamente que transitó los amargos caminos del tenebroso abrazo de Judas, el calvario de la traición y la deslealtad institucional de sus propios compañeros de armas.

El hombre debe tener como meta trascender y dejar huella de su paso por esta vida. Para algunos pueda que esta acción no tenga ninguna trascendencia terrenal. Está claro, cada ser humano trasciende a su manera, pasar del ámbito de lo ordinario a lo extraordinario, de lo común a lo sublime, de lo humano a lo sobrehumano es una acción individual plagada de errores y aciertos. Es así que la historia personal de cada quien puede determinar qué nivel de trascendencia alcanzará en su vida, misma que solo podrá ser evaluada al final de su vida física y el inicio de su existencia espiritual, rindiendo testimonio final ante nuestro Padre Celestial. Puede que para algunos hondureños la vida de este ciudadano, jefe militar, haya sido irrelevante, para otros, tal vez, un jefe excepcional, o simplemente un amigo sin parangón.

Lo cierto es que Cantarero nació con varios dones especiales: la sencillez, la pulcritud, la candidez, la sinceridad y la entrega total al juramento de la amistad. Militarmente no era el Napoleón que muchos esperaban ver, era simplemente un oficial con una personalidad excepcional, componedor, poco dado a la intriga, optimista y siempre jovial. Un amante de la buena vida, los buenos vinos y el manjar exquisito, un anfitrión extraordinario, pero sobre todo un amigo leal y sincero.

El general Arnulfo Cantarero, graduado (año 1967) de la entonces Escuela Militar (Sexta Promoción) marcó la transición de una época dentro de las Fuerzas Armadas, fue el primer oficial graduado de esa academia militar que ocupó el más alto cargo que soldado alguno puede aspirar institucionalmente. El 27 de enero de 1990, la euforia de la toma de posesión del presidente Rafael L. Callejas (QDDG) marcaban un cambio democrático para Honduras, la imagen del desfile y revista de las tropas mostraban elegancia, juventud, dinamismo y cambio. Nuevos liderazgos asumían el mando de la nación y sus Fuerzas Armadas.

Si, al final, el general Cantarero trascendió a la historia, dejó marca de honor para su alma máter y supo gallardamente cumplir con el decálogo del cadete. El 1 de diciembre de 1990, ante los hechos de su salida apresurada del cargo que ostentaba, ya resignado, en aras de mantener incólume la unidad institucional, hizo suyo aquel juramento incluido en el Decálogo del Cadete Hondureño “Mi inspiración Morazán, mi fortaleza moral Dios, mi motivación Honduras”, aceptando conscientemente la subordinación al mando. Ya retirado, vivió a su manera, dedicado a su familia, alejado de la política y la controversia. Al final de su vida, en Chivana, Cortés, se mantuvo siempre dispuesto y con puertas abiertas a recibir sus amigos, nunca le escuchamos un rictus de amargura o resentimiento, siempre optimista y lleno de vida. Pasó sus últimos años afectado de una enfermedad degenerativa, al lado de su esposa Maritza Martínez y bajo los cuidados de doña Sandra Ortega. Su muerte el día 25 de junio, aunque predecible nos tomó por sorpresa.

Su virtud fue habernos legado una institución dispuesta al cambio que para la década de los noventa la democracia ya exigía, esa metamorfosis fue consolidada por los mandos políticos y militares subsiguientes. Es mérito suyo el que las Fuerzas Armadas sean parte de la institucionalidad democrática y que, aunque la recibió como legado, es digno de alabanza que como jefe haya dejado su herencia, no sin fatigas, y que supo con humildad hacerse a un lado y dejarnos el fundamento de los logros institucionales que hoy tenemos.

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