PUNTO MUERTO Y LA DIFERENCIA

MA
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30 de junio de 2020
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12:24 am
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PUNTO MUERTO Y LA DIFERENCIA

ACCIONES AUDACES

TENEMOS zozobra para rato. Esta calamidad apenas comienza. Cuando avanzaban a otra etapa de la reapertura económica progresiva, la curva de contagios y fallecidos se dispara y regresan al punto muerto. El cierre en la capital y otras ciudades pobladas fue prorrogado a 15 días adicionales. Limitando nuevamente la circulación de vehículos –“hoy no circula”– a placas pares e impares. Quién sabe cuántos entenderían ese enredo de la Sinager, de autorizar salidas dependiendo del número de la matrícula de automotores que coincidan con la terminación de los dígitos de la tarjeta de identidad. Las bromas no se hicieron esperar. Preguntan ¿si los que salen a pie circulan un día con el pie izquierdo y al siguiente con el derecho? Otros, sin vehículo, andan indagando ¿si la autorización sería asignada al número del zapato; si la medida la toman calzados o chuñas, y si las patrullas van a andar metros bien calibrados midiéndole las “patricias” a los transeúntes? Los bichines preguntan ¿si no los va a detener la policía si no se ponen las placas?

Con los nervios de punta y el reproche a flor de piel de arrechos intolerantes, hay que cruzar los dedos que ninguno de ellos se sofoque por un instante de buen humor; que no es conveniente perder ni en la mayor de las tribulaciones. La vaina de este prolongado confinamiento, obligado para prevenir una explosión sanitaria, el atestamiento de clínicas y hospitales sin capacidad de brindar atención, es que los ciudadanos –que también tienen que ingeniarse la forma de ganarse la vida– con cada día que pasa se vuelven más renuentes a observar medidas de prudencia. Multitudes andan afuera, abarrotando las farmacias, los supermercados, las pulperías, los mercados que sí abrieron hoy los clausuraron mañana, las entradas de los centros comerciales, de las tiendas y dispensarios que venden lo esencial. Unos más disciplinados cumpliendo las instrucciones de bioseguridad, pero otros deambulando a la zumba marumba. No tanto eso, sino que desprotegidos, poniendo en manos divinas –inhibiéndose de su propia responsabilidad– la protección y el cuidado contra el contagio. Un día cualquiera, para cerciorarse cuánto se hayan acatado las medidas impartidas, basta asomarse a la ventana y sacar la cabeza. Un tránsito endemoniado en los bulevares. Pero más grave aún, sin ánimo de cumplir disposiciones giradas por la autoridad sanitaria. Se corre el riesgo de llegar a un punto de total desacato, sin poder contener la afluencia callejera.
Cuando la desobediencia rebasa dictados de la autoridad, se tientan los peligrosos linderos de la anarquía. Si inquieren sobre la diferencia en la contención de la propagación del virus, entre estos pintorescos paisajes acabados y otros lugares donde se ufanan del éxito obtenido, comprobarán que la diferencia está en la educación y la cultura de esos pueblos. Donde ni siquiera han sido necesarias medidas coercitivas, cuando han imperado conductas voluntarias de respeto mutuo y actitudes de sentido común. Así las cosas, esta pesadilla no acaba ahora. Lástima que ni la calamidad ni el espíritu de sobrevivencia obliguen comportamientos de una sociedad más ordenada. En nada contribuyen esos escándalos de cuestionada compra de hospitales a los turcos, a apaciguar la intranquilidad colectiva, ya bastante inquieta por la crisis. Para nada es conveniente exacerbar el ya tenso ambiente de sospechas, confusión e incertidumbre, más irritable después de tantos meses de encierro y de privación de las actividades normales. ¿Presumen que abone al requerido clima de sosiego ese retiro intempestivo de la cúpula empresarial de la mesa multisectorial, arguyendo que no toman en cuenta sus sugestiones para una correcta y eficiente gestión de la emergencia sanitaria? Mensaje a todos sin excepción. Piensen claro y respiren hondo. Ojalá solo estuviera en juego el interés de unos en especial, pero se trata del interés de todos en general.

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