POR LAS VÍSPERAS

MA
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1 de julio de 2020
/
12:20 am
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POR LAS VÍSPERAS

ESTO va para largo, sin perspectiva de restablecimiento. El duelo entre la emergencia sanitaria, salvar vidas, atender a los contagiados, contener las infestaciones, y evitar que colapse el frágil sistema de salud. Mientras por otro lado, la economía se amaina, los mercados se encogen, los ingresos se escurren. Marchas fúnebres paralelas con rumbo al camposanto. Mientras obreros moviendo lodo, aguardando el ingreso del cortejo fúnebre, asidos a palas y piochas cavando apresurados las fosas donde descansarán los finados. Una procesión de deudos llorando sus amados difuntos. Y la otra caravana que avanza, cargando los cajones con cadáveres de las empresas y de los empleos, deplorando las pérdidas. Muchos contagiados, con medicina o gracias a sus más vigorosas defensas lograrán resistir la enfermedad, pero no todos. Aumenta el número que ingresa a las clínicas, la cantidad de entubados en las salas de cuidados intensivos de los hospitales, rezándole al cielo por una milagrosa recuperación. Otros, ya resignados, cuentan los minutos aciagos hasta que la inexorable aguja del reloj de la vida se detenga; marcando la hora fatal.

De todo da la viña del Señor. En tiempos normales es más fácil esconderse en apariencias, pero las calamidades tienen la transparencia de exponer a la luz pública, las bondades como las pequeñeces. Ello es: El ejemplo de los héroes, de toda talla y en todos lados que, a riesgo de su propia seguridad, se han partido el pecho con la mano solidaria extendida a sus compatriotas. Contrastados esos gestos admirables con el reprensible proceder de mezquinos indiferentes a la necesidad ajena. Por mucho revés que sufra el país en esta batalla contra el endemoniado virus, hay que echar mano de todas las energías que queden. Poner ahínco en que Honduras salga de este profundo hoyo. No se trata de murmurar desde la periferia mientras la calamidad exige muestra fehaciente de probado valor. Siempre es mejor que hayan pocos haciendo esfuerzo para que lo cuestionable funcione mejor –aunque no les hagan caso– a la laya de refunfuñadores que plácidos en su cómoda morada, no aportan nada a la dura faena de llevar salud, confort y bienestar al hermano en apuros. Varias veces –con respeto al mejor criterio de los expertos–preguntamos si no era posible acondicionar las instalaciones vacías de ese Centro Cívico equipándolo con lo inmediato para detectar contagios y asistir pacientes en vez de comprar carpas mágicas a los turcos.

Dicho lo anterior, a veces pareciera que en esta columna de opinión rayamos en la necedad. Como martillando clavos en sólidos impenetrables, denunciando la lenta, indiferente e incompetente respuesta a la crisis de muchas de las instituciones internacionales. Creadas, vaya ironía, para lidiar con tragedias como esta macabra pesadilla hecha realidad, que atormenta al planeta. No respondieron ni remotamente a las expectativas. En lo peor de la hecatombe y siguen como si esto fuera una crisis cualquiera. Su obligación es universal pero debieron dar especial atención, por su vulnerabilidad, a estos pintorescos paisajes acabados. Otras naciones, por su abundancia de recursos, su cultura y educación, sus sociedades más estructuradas, gozan de mucho mayor potencial de recuperación. Aquí, sin embargo –a juzgar por los comportamientos desordenados, las pocas ganas de seguir instrucciones, por esa política sectaria que no da tregua a la peste que nos cayó encima– no empiezan a tener ni idea del berenjenal en que estamos metidos. Si la tendencia mundial que se palpa es hacia el aislacionismo internacional, a la falta de cooperación cuando más se requiere de ello, con mucha mayor razón para que vayamos enderezando actitudes a lo interno. Por las vísperas no pareciera que la asistencia de afuera vendrá ni como capote para sortear la brutal tormenta que azota.

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