FALLA COLOSAL DEL SISTEMA INTERNACIONAL

ZV
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6 de julio de 2020
/
12:27 am
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FALLA COLOSAL DEL SISTEMA INTERNACIONAL

UN análisis de Stewart Patrick divulgado en una prestigiosa publicación de asuntos internacionales sostiene que “la caótica respuesta global a la pandemia del coronavirus ha puesto a prueba la fe, incluso, de los internacionalistas más ardientes”. El artículo profundiza en las causas de “la pésima respuesta multilateral a la pandemia”. Dirán algunos que esta columna de opinión raya en la necedad. Denunciando la lenta, indiferente e incompetente respuesta a la crisis de las burocracias internacionales. Que existen, vaya ironía, para lidiar con perturbaciones que azotan el globo y asistir en los desequilibrios estructurales de las naciones. Pero con especial atención, por su vulnerabilidad, a los más débiles. La exasperación que provoca tales grados de impericia es por que los efectos dolorosos de esta desgracia no serán de semanas ni de meses sino de años. Todavía –con el agua al cuello– no se percibe en su totalidad la sensación devastadora de los estragos.

Mucho pudo haberse atajado con una labor vigilante y reparadora más inmediata cuando recién se presentaron en la China los primeros casos de la peste. No cabe la menor duda que ha fallado de manera colosal el sistema internacional creado, precisamente, para enfrentar desgracias de esta naturaleza. Comenzando por la OMS y la OPS. A ambas el estallido del siniestro las agarró con los calzones en la mano. No se despabilaron con la prontitud deseada, en la medida que el virus se regó desde el lugar de procedencia y de allí al resto del mundo. Tuvieron tiempo de intervenir con mayor preparación, cuando Europa estallaba en crisis, los frágiles sistemas de salud de los países americanos, que para aquel entonces no reportaban muchos casos. Sí, por supuesto que hay responsabilidad en el manejo de los gobiernos, pero lastimosamente la dependencia hace que muchos de estos descansen, como párvulos, en la asesoría y la contribución de estas entidades internacionales. Después de varias semanas de calamidad, de alaridos desesperados en todo el mundo suplicando socorro, de cientos de miles de víctimas soportando los crueles latigazos del feroz flagelo, se enteran que la epidemia ha cobrado fuerza de pandemia. Aún allí, con cajas destempladas acuden desprovistos sin la provisión de insumos suficientes para atender la pandemia. Aquí, solo a manera de ejemplo, el país sigue a la espera del saldo –las otras dos terceras partes– de las pruebas para coronavirus, que –como herramientas de vida o muerte– la embajadora hondureña hace meses solicitó al Secretario General de la ONU.

Ahora que comienzan a salir esos fármacos milagrosos que bloquean el virus y las vacunas para inmunizar –que las potencias y los ricos se reparten con la cuchara grande–es el momento que estas pachorrudas sucursales de la ONU, siquiera como acto de constricción por el fracaso hasta ahora, se abastezcan de los genéricos producidos por los laboratorios para distribuirlos en estos pintorescos paisajes acabados y no queden relegados en los últimos pelos de la cola. Siguen, con parecidos patrones de abúlica respuesta, los bancos y los prestamistas llamados a responder con moratorias, recursos excepcionales, financiamientos y rescates. Se mueven parsimoniosamente como si tuviesen los pies hinchados, y en todo se quedan cortos. No han mostrado ni eficiencia mucho menos creatividad. Muchas palabras pocas acciones. Alertas, cifras apocalípticas, manifestaciones de preocupación, como si sus preocupaciones fueran bálsamo que mitigue pesares o remedio que cure males. Todavía al día de hoy, las naciones pobres continúan a la espera del resultado concreto de las gestiones del Banco Mundial con el G-20. Mientras su tal Corporación Financiera Internacional nunca pudo lijar sus oxidados protocolos convencionales con los que desembolsa recursos a cuentagotas en épocas de normalidad. Si estos no son tiempos normales. Son excepcionales. Ni tuvo el ingenio suficiente para apoyar en forma directa al sector privado que, junto a los empleos que genera, se desmorona a pedacitos en el confinamiento y el encogimiento de los mercados. Con las manos vacías o sin responder ni medianamente al tamaño de la gigantesca crisis, sin soluciones de alivio a la aflicción de pueblos acosados, les quedó grande la camisa a las organizaciones hemisféricas, al Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas y a las aves agoreras –con contadas excepciones– que ni la brutal sacudida las ha hecho despertarse.

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