Añadir ilusión a la esperanza

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9 de julio de 2020
/
12:06 am
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Añadir ilusión a la esperanza

Añadir ilusión a la esperanza, Por: Segisfredo Infante

Se ha popularizado en las redes sociales una vieja expresión: “Hay que vivir este día como si fuera el último”. El contenido posee un trasfondo filosófico y religioso. El único problema es que no añade ninguna ilusión, ni buena ni mala, al hombre real, concreto, que a pesar de pertenecer al reino biológico de los animales cotidianos mortales, con el paso de los siglos ha aprendido a reconocerse a sí mismo y a los demás; a soñar despierto; a cobrar autoconciencia y a remirarse en el espejo quebradizo de la “Historia”. Ningún otro ser vivo posee las cualidades del “Hombre” que sabe soñar, amar, planificar y construir. Y luego autocriticarse con honestidad, sin presiones ideológicas o políticas y sin hipocresías, cuando ha logrado alcanzar un periodo de madurez histórico-filosófica.

Hemos escrito en otros artículos que las mujeres y los hombres civilizados han experimentado momentos de paz duradera y grandes catástrofes naturales, tecnológicas y guerras despiadadas. En medio de esos torbellinos los hombres de buena voluntad se han desencantado o bien, por el contrario, han reflexionado a profundidad. A veces se han mezclado las desilusiones con las reflexiones, en búsqueda de la “Esperanza”. Las epidemias y las guerras exhiben la propiedad de conducir al descontrol y al desencanto inclusive a los espíritus más fuertes. Sin embargo, la paciencia es un mecanismo de sobrevivencia “logoterapéutica” que permite a la especie del “Homo Sapiens Sapiens” sobreponerse frente a toda atrocidad.

El siglo veinte fue testigo de grandes catástrofes naturales y humanas. Durante el segundo decenio se desencadenó la “Primera Gran Guerra”, en que la mayoría de los soldados humildes no tenían ni la menor idea de por qué estaban peleando. Nada sabían acerca de la cosa rara que había provocado todo aquello; exceptuando quizás a Douglas MacArthur, que se instalaba, deliberadamente, en la primera línea de fuego. Al final de la “Gran Guerra” apareció la mal llamada gripe española, que hizo desastres sanitarios por doquier. Luego vino el “Tratado de Versalles”, que humilló a los alemanes de todas las tendencias, y cuya reacción principal fue un sentimiento de venganza contra los franceses originariamente. En este contexto se realizó el ensayo de la República democrática alemana de “Weimar”; pero los extremistas de izquierda y de derecha se encargaron de hacer pedazos el proyecto, lo cual permitió el ascenso abrupto, en 1933, de los nazi-fascistas hitlerianos, sorprendiendo incluso a ciertos sectores de la derecha moderada. El resto de la historia de la “Segunda Guerra Mundial” es más o menos conocido.

En medio, y después, de las anteriores catástrofes hubo acusaciones y contra-acusaciones de todo tipo. Algunas fundadas y otras infundadas. Pero lo que deseo destacar es que en el centro mismo de estos grandes torbellinos históricos han aparecido personajes equilibrados, conciliadores y sabios. Quisiera mencionar dos nombres de filósofos que se mantuvieron equidistantes y sosegados, o que incluso fueron maltratados, en el contexto de la “Segunda Guerra Mundial”, primero por los nazis y después por los totalitaristas de procedencia rusa. Me refiero al existencialista Karl Jaspers, y al hermeneuta Hans Georg Gadamer. El primero por estar casado con una medio-judía, y el segundo por ser amigo de los judíos y luego de los trabajadores. Frente a toda adversidad continuaron ofreciendo cursos universitarios autónomos, a pesar que la Universidad de Leipzig fue prácticamente destruida, incluyendo su biblioteca. Los libros también habían desaparecido en Frankfurt y otras ciudades. Pero el “Espíritu” por el lado positivo de la cultura prevaleció frente a las devaluaciones monetarias extremas y frente a todos los totalitarismos.

Sabemos que la actual pandemia conduce a la desesperación, al desencanto, a la desinformación y la muerte. Por eso hemos repetido en varios artículos (tal vez alguien los lee) que nadie ha estado distribuyendo “Esperanza” mundial en ninguna parte del globo terráqueo. Cada quien ha estado metido en las “Caracolas antiguas de la vida”, o en su propia caracola, tal como lo sugería en un cuento mi primo Abel Herrero. Y algunos metidos hasta el cuello en las conspiraciones políticas.

Tratemos de vivir este solo día. Pero también una porción considerable del día siguiente, para añadir una buena ilusión al “Principio de Esperanza”. Sabemos que varios científicos de la medicina han venido trabajando, denodadamente, día y noche, por encontrar los mejores componentes de algún antiviral o de alguna vacuna contra la peste que hoy por hoy se ensaña mucho más en los países tercermundistas, en donde los políticos, los trabajadores y empresarios, nunca nos hemos preocupado por robustecer los deleznables sistemas sanitarios. Debemos reconocer, sin embargo, el heroísmo de aquellos médicos y enfermeras que en Honduras han expuesto sus preciosas vidas, trabajando con las uñas, para salvar a sus pacientes moribundos, auxiliados también por las oraciones de sus buenos amigos y conocidos. Que suene un tambor mayor por todos ellos y ellas.

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