Cuento: La fiesta de cumpleaños

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12 de julio de 2020
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12:15 am
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Cuento: La fiesta de cumpleaños

POR: J. WILFREDO SÁNCHEZ V.

Fernando Castillo, un mozalbete de veintitrés años, exitoso estudiante de medicina en una universidad extranjera, se encontraba en Comayagua disfrutando de vacaciones, en sus frecuentes noches festivas era muy asediado por las casaderas chicas que como mariposillas alrededor de una flama, engalanaban los días de este gallardo galán.
Una tarde recibió una exquisita tarjeta de invitación a una fiesta de cumpleaños, como varias que había recibido, pera esta fue muy especial, en la plana de presentación estaba adornada con la fotografita de medio cuerpo de una bella y hermosa chica con el peculiar detalle de una peineta y chalina al estilo sevillano, rezaba la invitación: “Os invito a mi fiesta de cumpleaños, domingo 20 de diciembre a partir de las 09:00 p.m. Hacienda de don Xavier. San Vicente”.

En el día y hora indicada, acudió el invitado a la fiesta, una estancia de estilo colonial, una avenida profusamente iluminada con faroles de aceite indicaba el acceso a la entrada principal. Estacionó su coche frente a la casa y procedió a presentarse. No había ningún otro carro.

En la entrada, la bella cumpleañera, a quien de inmediato reconoció por la fotografía en la cartulina de invitación, María del Carmen de la Fuente y su padre don Xavier de la Fuente y Cabral recibían a los invitados, en el salón principal varias parejas con sus lujosas galas se encontraban en grupos en ameno coloquio, escanciando ricos vinos Moscatel de Málaga. Fernando entregó a la bella anfitriona cumpleañera un ramo de rosas rojas y un frasco de perfume Dior.

El salón estaba adornado con finos cortinajes que cubrían del cielo hasta el piso las gruesas paredes de adobe, finos brocados con bordados de famoso pintores adornaban las paredes, estas tenían de trecho en trecho adosados a las paredes unos nichos en donde se ubicaban las lámparas que iluminaban toda la estancia. En las paredes del salón habían amplios ventanales con balcones de hierro hacia los corredores hacia la calle y hacia el patio. Era extrañó que no había luz eléctrica, toda la iluminación era con faroles y lámparas con combustible a base de aceite.

Se hizo la presentación de un grupo de “bailaoras sevillanas”, y su correspondiente orquesta de guitarristas, el rítmico palmoteo y las castañuelas dieron al ambiente, la típica y alegre festividad sevillana. Los coloridos y orlados vestidos con alegres encajes y los vertiginosos y frenéticos giros de las bailaoras y el vivaz taconeo, exaltaban el ánimo de aquella concurrencia que premiaba con merecidos aplausos la maestría de aquel acto, engalanando el festejo a la bella María del Carmen que en su exuberante belleza estaba poseída de una exultante felicidad.

El Brindis de don Xavier, por los veinte años de su hija y su éxito estudiantil en la Universidad de Sevilla en sus estudios de Filosofía, recién llegada a disfrutar de sus vacaciones, el merecido brindis por las virtudes de su hija y los deseos por su florido y exitoso futuro los hizo con Champán Don Pérignon, del que se escanció en asaz.
Por los ventanales asomaban curiosos los vecinos, mozos de la hacienda, que así participaban de aquel festejo conmemorativo. Las puertas estaban cerradas, y eso cargaba la atmósfera con el aroma del champán y vino y el aceite de las lámparas, pero el fresco viento decembrino que penetraban por las ventanas refrescaba el cargado ambiente del salón.

El baile empezó y el salón se agitó en ritmo de música y danza, Fernando fue acaparado por María Fernanda baile tras baile, aquel salón atiborrado de danzantes rezumaba de contento y bienestar. Se sentía el aroma del champán que seguía recorriendo a raudales el barullo de aquel cimbreante conjunto festivo.

Extrañó a Fernando que todas las ropas de los asistentes eran de modas del siglo antepasado, largas faldas de anchos vuelos, multicolores, las peinetas, las chalinas, pero supuso que siguiendo la moda en boga de hacer fiestas ambientadas a un país o época en particular, de eso se trataba, incluso los bailes y música eran de pretéritas épocas, el baile por cuadrillas y todo eso, pero el ambiente de alegría era el mismo, no importa la época.

Como a la medianoche, durante una rumbosa danza, la bella Maricarmen fue llevando a Fernando hacia un extremo del salón y repentinamente lo haló tras una cortina en donde había una puerta y lo condujo a un pasillo, donde se encontraba su aposento, lo introdujo; ella se despojó de sus ropas y ayudó a Fernando a desnudarse, sorprendido él ante aquella espontaneidad y ver aquellos firmes pechos invitadores a su caricia, los besó y se tumbaron en la cama en donde le entregó su virginidad, y se amaron intensamente hasta que en las primeras horas de la madrugada se durmieron entrelazados sus cuerpos en una sola unidad de amor.

Los rayos del sol de la mañana que alumbraron su cara, el trinar de las aves mañaneras y el cercano mugido de las vacas que triscaban el pasto de la campiña en cuyo duro suelo se encontraba, despertaron a Fernando, su asombro fue mayúsculo al verse tumbado en el suelo entre el brozal del campo raso, completamente desnudo y sus ropas colgando de las ramas de arbustos en su derredor, nadie más en aquella llanura, estaba completamente solo, entre restos de unas ruinas centenarias, ennegrecidas por el humo, en algunos segmentos de paredes de veían restos de maderos carbonizados, entre las ruinas los árboles centenarios evidenciaban que aquello era ya muy antiguo.

Pero, ¿que había sucedido?, ¿el padre, don Xavier o los familiares al descubrir semejante afrenta al honor de la familia lo había ido a tirar allí?, pero ¿Dónde estaba todo mundo?, allí no había nadie, solo las vacas daban testimonio de este mundo. Ni hacienda, ni sirvientes de la hacienda, nadie, completamente solo y desnudo entre aquellas ruinas.

Azorado por aquel inusual suceso procedió a descolgar su ropa de los matochos y vestirse
lentamente, tratando de entender su realidad, ¿era aquello una pesadilla, o una pesada broma?
Todo tiloso, salió del aquel guamil entre ruinas, y se dispuso a ir a buscar la casa de la fiesta para recoger su carro, pero al salir vio que al frente se encontraba su carro, donde lo había dejado, eso lo conturbó más.

No había nada de la avenida iluminada con faroles, se encontraba en un callejón por donde transitaban carretas, encendió su coche y condujo por aquel callejón hasta desembocar a una calle por la cual se dirigió al pueblo cuyas primeras casas vislumbró en las cercanías, conduciendo despacio se detuvo ante una casa de bahareque, al lado de la puerta y sentado en una desvencijada silla se encontraba hacia la calle, un anciano degustando un aromático puro.

Después de salir del carro y saludar al anciano, le indago sobre la casa hacienda que había en la entrada al pueblo, a la que él había asistido a una fiesta de cumpleaños y que su sorpresa es que ahora en la mañana ya no encuentra la hacienda, él le contestó que allí existió una famosa y próspera hacienda pero de eso hacía ya mucho tiempo, y se aprestó a contarle la historia que por tradiciones orales se conocía.

Pasando a la sala adonde había sido invitado a un guacal de café, que mucha falta le hacía
A Fernando, procedió don Isidoro cuyo era el nombre del anfitrión, a narrarle la conseja conocida de aquella ancestral hacienda. Hace ya mucho, mucho tiempo, en tiempos de la colonia, se asentó aquí, allí donde están esas ruinas, un caballero español a quien le dieron la encomienda de este pueblo de indios y las tierras de todo este rico valle, se dedicó a la crianza de ganado y chivos, y parte del terreno al cultivo de maíz, todos los indios de este pueblo trabajaban para el señor como esclavos, enviaba carne seca y cueros, así como lana y quesos, mantequilla y cebo, y en tiempo de cosecha enviaba maíz también para España, por allí iban los patachos de mulas cargadas todos los meses para Puerto Cortés. Era muy rica la Hacienda, cuentan que el patrón gustaba de pasear por las tardes por este pueblo, que entonces era un caserío, en un caballo ricamente enjaezado, buscando indias bonitas para llevarlas a la hacienda, dejó muchos hijos por aquí.

Se cuenta que por estos días de diciembre, vino de España, una hija de él muy bella, y el Patrón hizo una gran fiesta en la cual invitó a todos los españoles de las cercanías, vinieron de Comayagua, Santa Bárbara, en fin, fue una gran fiesta porque además de la bienvenida a su hija, ella estaba cumpliendo veinte años precisamente en un día como ayer veinte de enero, no escatimó en gastos e hizo venir unos grupos de artistas desde España, hubo mucho trago, ella invitó a un joven de Comayagua, hijo de una familia muy amiga del Patrón, su nombre era Fernando, el interlocutor del momento, exclamó, ¡ve, mi nombre también es Fernando!, don Isidoro, botando la ceniza de su puro le contestó, debo aclararle jovencito, que todos los jóvenes invitados a esa fiesta a la que Usted asistió y que se celebra cada cien años, se llamaban Fernando.

Fernando, interrumpiendo a don Isidoro en su narración le preguntó, pero, no estando tan lejos, alguien desde aquí o algún paseante nocturno, pudo haber visto y escuchado la fiesta, -vea muchacho, el único que ve y escucha la algarabía de esa fiesta, es el invitado, nadie más-.

El narrador continuó, resulta que por el fuerte viento que penetraba por las ventanas, las cortinas cogieron fuego, y se originó un gran incendio, como las cortinas eran gruesas y por el humo del aceite de las lámparas rápidamente se hizo una gran acumulación de humo, estando las puertas cerradas, pronto aquello fue una gran tragedia, el artesón y envarillado del techo del edificio era de madera de pino, encerrados toda aquella gente, pronto aquello fue un infierno de fuego y humo, nadie escapó.

En el viejo cementerio español, que así se le llama desde entonces, están enterrados todos. Fernando se buscó las tarjetas de invitación para enseñársela a don Isidoro, pero no se la encontró, acordándose de una dirección, así le indagó al cuentista. En la Invitación había una dirección que decía: “El Edén, avenida principal, segunda calle a la izquierda No. 4”, No decía si el Edén era una ciudad, colonia o barrio, ni dónde es eso. ¿Hay aquí alguna colonia o barrio que se llame así?, Don Isidoro, respondió, no, no existe tal cosa, pero el cementerio español, que nosotros le llamamos, tiene un arco en la entrada que dice “El Edén”, Me gustaría ir a verlo, dijo Fernando, a lo que el anciano con gusto se dispuso a acompañarlo.

Aparcado el carro frente al cementerio, bajándose entraron pasando bajo el arco que en el centro y en letras ya un poco deteriorado decía EL EDÉN enero 1680.

Avanzaron por la senda principal y a la segunda calle tomaron a la izquierda, Los visitantes, percibieron desde aquí un aroma, avanzaron a la tumba número cuatro (4), y el perfume era más acentuado, cuando llegaron a ella, don Isidoro dijo -esta es la número cuatro- sobre la tumba estaba un ramo de rosas rojas y el bote de perfume Dior abierto y tumbado con un poquito de perfume y lo demás derramado sobre la losa. Sobre aquel añejo cenotafio, no había ni un nombre, ni cruz, posiblemente ya se habían destruido, pero aquella señal de los presentes de Fernando, marcaban cuál era la tumba de su amada María del Carmen.

Consternado por aquel suceso Fernando guardó silencio y oró frente a aquel mausoleo, un escalofrío recorrió su cuerpo y tembló por un instante.

En silencio salió y en la ruta de regreso, le reconvino don Isidoro, -cuídese mucho muchacho, se dice en la tradición que el invitado a estas fiestas no sobrevive mucho-. No se preocupe Don, estoy saludable y me se cuidar, pero gracias por el aviso.

Agradecido con don Isidoro, Fernando se despidió y condujo de regreso a su casa. Pensativo por aquel original y extraño suceso, no apartaba de su mente todos los detalles de aquella fiesta, y especialmente de las sensaciones con la bella Maricarmen, como ella le pidió que la llamara, le contó de sus estudios y de las impresiones de su casa en Sevilla, España, de su travesía por el mar. Buscó la tarjeta de invitación entre sus ropas que antes no encontró, pero ahora sí la halló en su bolsa del saco, donde antes la había buscado, se ensimismó al ver la bella imagen de su amada Maricarmen, descuidando la vigilancia en la vía en el preciso momento que llegaba a la carretera panamericana, un veloz y pesado transporte de carga lo arrolló, matando de inmediato al desventurado joven, dejando su cuerpo destrozado entre los hierros de su destruido vehículo.

Cuando los paramédicos y bomberos recuperaron su cuerpo, le encontraron asida en su mano una tarjeta con una fotografía de medio cuerpo con una peineta y chalina al estilo sevillano adornando un esqueleto.

Tegucigalpa mayo 29 del 2020

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