El amigo de siempre

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17 de julio de 2020
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12:12 am
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El amigo de siempre

Por: Ricardo Alonso Flores

León Fiszman, nació en aquel San Pedro Sula, a principios de la década de los años cuarenta, en plena Guerra Mundial. Sus padres, don Manuel y doña Tila, habían llegado unos años atrás de su Polonia natal, huyendo de los horrores del conflicto, como hicieran millones de judíos que buscaban escapar del nazismo imperante.

Era una ciudad más cosmopolita que hoy, porque en ella se habían establecido familias judías como los Wiezenbluth, Portnoy, Brandel, Goldstein, Starckman, Stayerman, Sucrovich y otras que con su trabajo contribuyeron al crecimiento de San Pedro Sula, donde también llegaron grupos de alemanes, franceses, ingleses, italianos, rusos como los Marrder y los Illin, así como españoles. Los árabe-palestinos empiezan a llegar a inicios del siglo XX.

Asimismo, se estableció con gran éxito el doctor Roberto Eibuchitz, también judío pero procedente de Austria, quien atendió a doña Tila al nacer León, en un pabellón privado del entonces Hospital del Norte, más tarde “Leonardo Martínez Valenzuela”.

Desde que llegaron, primero don Manuel y más tarde doña Tila, quien traía a su pequeño Marcos, el mayor de los hijos del matrimonio, comenzaron a trabajar con imaginación y gran esfuerzo, abriendo él una sastrería en la que también vendía zapatos y otras prendas de vestir, las que distribuía en una bicicleta, que tenía al frente una cesta de mimbre en la que llevaba mercancías que le eran pagadas a plazos cada semana.

Los sábados, el señor Fiszman, acudía al negocio de mi padre, don Salvador Flores Alonzo, propietario de un aserradero, El Cóndor, en compañía de un pequeño niño, más o menos de dos a tres años, quien se divertía revolcándose en el aserrín y ahí lo conocí.

Con el tiempo, don Manuel y doña Tila hicieron un saneado capital, producto de su trabajo, aunque él muere relativamente joven en Canadá, adonde había ido a visitar a un hermano que allá residía.

Al terminar su primaria en la Escuela Evangélica Pablo Menzel, se traslada a los Estados Unidos para iniciar sus estudios secundarios y al finalizarlos escoge la prestigiosa Universidad Vanderbilt, en Nashville, Tenessee, la misma en la que se graduó el ex vicepresidente Al Gore.

Finalizada su carrera, León regresa a San Pedro Sula, para trabajar con su hermano Marcos y su madre en el Almacén El Récord, emblemático negocio de la ciudad, al que dedica sus mejores años, realmente hasta el fin de su vida.

Antes que se pusieran de moda “los apartados” para escoger los regalos de boda, ya León con su excelente memoria, sabía qué debía regalarse a la pareja, porque recordaba lo que otras personas habían escogido, por lo que no se repetían los obsequios, cuando los novios recibían tres o cuatro ollas de presión, una buena cantidad de lámparas y unas cuantas vajillas.

Además, tenía un exquisito gusto en lociones y joyería. Siempre se quedaba bien cuando era él quien aconsejaba a los clientes.

Durante varios años, fue propietario de una conocida agencia de viajes y en esos tiempos, las compañías aéreas invitaban a esos agentes a visitar algunos países, proporcionándoles excursiones con todo incluido y a él que le gustaba mucho viajar tenía un buen pretexto para hacerlo. Y, siendo amante del fútbol viajó a Australia para animar a nuestra selección olímpica, en compañía de familiares y cercanas amistades.

Allá, a mediados del setenta ingresa en la Sociedad de Amigos del España (SADE) y más tarde es llamado a integrar la junta directiva del Real España, siendo presidente cuando se conquista el Campeonísimo y durante largos años participa activamente como directivo, siendo un aportador muy importante en los últimos tiempos.
En su vida religiosa, acudía todos los viernes a la Sinagoga de San Pedro Sula, a la cual me invitó en diversas ocasiones, pero ello no le impedía servir como padrino de bautismo o de bodas en una Iglesia Católica.

Por eso, con su mente abierta y civilizada no tenía problema de hacer amistades con los descendientes de palestinos, porque sobre todo se sentía profundamente hondureño.

Era amante de la música clásica, le gustaba mucho la ópera y los musicales que se presentaban en Broadway, por lo que aprovechaba sus frecuentes viajes para verlos. Lo mismo cuando iba a Londres o a Madrid y como buen gourmet, disfrutaba de exquisitos platos allá donde fuera.

Su sorpresiva muerte, debido a un paro respiratorio fue un golpe para todos sus amigos y naturalmente para sus familiares, especialmente para sus sobrinas Lisa y Margie y amigos como los Rivera Abadie, los Abadie López Arellano, María Elena y Tony Keller en Nueva Orleans, Gerardo Haddad, Jaime Villegas, Roberto Reyes Silva, Paulino López Sabillón y tantos que tuvimos la suerte de conocerlo y el infortunio de perderlo. Shalom, querido amigo León.

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