Honduras y la urgencia de un cambio de altura

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17 de julio de 2020
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12:25 am
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Honduras y la urgencia de un cambio de altura

¿Vuelven los oscuros malandrines del 80?

Por: Óscar Armando Valladares

Encuestas seriamente realizadas, han puesto en números rojos la deteriorada imagen del sector público en términos de confianza y credibilidad, percepción decreciente -en picada de once años- ajustada a la triste realidad. Un partido político y tres gobiernos al hilo -venidos de mal en peor- desbordaron la pobreza, la violencia, la corrupción, el endeudamiento y el desprestigio externos, en mancuerna con cúpulas religiosas, mediáticas, empresariales, castrenses y policiales, causando, cuál más cuál menos, el rechazo y la desobediencia palpables más todavía en la actual crisis pandémica.

Los más recientes eventos: el último robo grande de mascarillas más caras, de móviles hospitales -inmóviles en Turquía-, de millonarios desembolsos de dólares sin garantes y de las lentas investigaciones centradas solo en el ejecutor -quien como en el cuento ruso “recibe las bofetadas”-, denotan que suman y siguen las prácticas deshonestas; que por más rodeos que hagan los defensores de oficio el mal está en la cabeza, en tanto el nudo gordiano estriba en cómo romper estas ataduras y que el cambio -del que tanto se habla y desean tantos- asome en el horizonte.

Menudo dilema es esto, por cuanto un cambio significativo no equivale poner la vestimenta en el cuerpo de los mismos, pongamos de JOH a Oliva o la orden de “Papi”, el alcalde. Un cambio no puede esperarse, en el terreno político-electoral, si previamente no se “ataja” el fraude de que se nutre la estrella solitaria. Un cambio a lo menos relativo, no provendrá de una oposición divergente y resentida; devendrá probablemente si al fin arriba a un consenso y a una misma figura presidencial, no porque la bandería encolada en el solio sea mayoritaria; más bien por su demostrada habilidad de maniobra y la riqueza dineraria que le ha permitido anudar la corbata azul en cuellos sebosos de otras facciones.

Decididamente, la viabilidad de ese relevo y renuevo no puede advenir más que de las fuerzas políticas y sociales contrarias -por distintas vías y razones- al cerrado oficialismo, sin que el triunfo de 2021 descanse necesariamente en nuevos liderazgos o en un outsider -como dicen los jactanciosos-, pues en los últimos once años los políticos del PN son quienes en exclusiva han detentado los hilos de la cosa pública. Aunque hayan sido candidatos, Luis Zelaya, Nasralla y Xiomara no han dejado de ser opción en el seno de sus bases.

Las diversas secuelas y lecciones de la pandemia, han causado sin duda alguna que la ciudadanía y los políticos opositores sientan en esta ocasión y situación que la hora del cambio está en sus manos. Que la unidad necesaria debe cuanto antes propiciarse, con un programa político y de gobierno compatible y realizable, cuya matriz asegure alivianar las precariedades de los hondureños y la administración proba y eficiente de los recursos nacionales. Nada de redes ni de vasos comunicantes, como los que operan impunemente. Nada de activos lavadores de activos, ni cuentos de cuentas discrecionales, ni tazones con platillos de seguridad. ¿Ingenuidad, retórica, ensoñación, optimismo invidente?

Avanzar del dicho al hecho, no es nada fácil naturalmente. Desmontar lo que en años se ha encastillado, para con ello acceder a la gobernanza, no es ni será sabroso, incluso sin pronunciar veredictos de castigo. Sortear las trancas del manoseo en las urnas, encarnará un reto mayúsculo, si el voto favorable no decide con su peso abrumador.

Luego de alcanzarse la manija del Estado, habrá que dialogar y, en su momento, procurar decorosos y públicos entendimientos con sectores propositivos de la sociedad, junto a los cuales se pueda verificar la situación en que se halla y se recibe la economía del país, sin transigir en aquello de “borrón y cuenta nueva”. Quizás sea dable cursar una fase de transición de dos extremos: lo que caduca a regañadientes y lo que llega en pos del cambio prometido.

Hipotético por ahora, el gobierno en estos términos visionado -de consumarse- tendrá que fungir con tiento y acusada transparencia, por cuanto es fácil inferir el clima adverso que a su entorno alentarán al reagruparse los excluidos del poder. Si pese a tales escollos, el régimen unitario llegare a cumplir el plan de actividades y servicios en interés del procomún, renacerán las dormidas esperanzas y volverá de su exilio la fe en el quehacer del político catracho. Como escribía Valle, en 1822, ¿será el patriotismo un delirio?

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