El libro en Honduras: algunas consideraciones

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19 de julio de 2020
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El libro en Honduras: algunas consideraciones

Por: Rubén Darío Paz*

Nadie pone en tela de dudas, que la imprenta, ha sido uno de los inventos de mayor trascendencia para la humanidad, determinante en sus inicios para la propagación de las ideas religiosas, políticas y culturales a lo largo de varios siglos.

Expertos sostienen que México por haber sido sede del Virreinato de Nueva España, fue quien tuvo la primera imprenta a mediados de 1539, a instancias del arzobispo Juan de Zumárraga, bajo la coordinación de señor Juan Pablos. A la fecha, no sabemos cuál fue el primer libro impreso en el continente americano, aunque en la Biblioteca Nacional de España, se conservan tres páginas del Manual de Adultos impreso en el mencionado taller de Juan Pablos.

El segundo centro de América donde se instaló la imprenta fue Lima, capital del Virreinato del Perú, adonde la llevó el impresor italiano Antonio Ricardo, en 1580. Cuatro años después sale la primera obra; “Pragmática sobre los diez días del año. En 1635 funcionaban ya en Lima cuatro talleres de impresión, número que fue en aumento, de tal modo que en 1820 la cantidad de obras impresas, alcanzaba cerca de 4000”.

Guatemala por su parte, a lo largo del período colonial ostentó el título de Capitanía General y por ello aglutinaba desde entonces un fuerte movimiento comercial y cultural. El libro impreso en 1663, se tituló Explicatio Apologética y fue escrito por el fray sevillano Payo Enríquez de Rivera, del cual aún se conserva un ejemplar en el Museo del libro, en la ciudad de Antigua Guatemala.

En el caso de Honduras, la imprenta y la Universidad llegaron durante las primeras cuatro décadas del siglo XIX, justo después de que en otros puntos del continente ya habían adquirido notoriedad y por supuesto ya existían personas especialistas en los distintos procesos de producción de libros.

A Honduras, la imprenta llegó para cumplir funciones de Estado, por iniciativa de Francisco Morazán en 1828, se instaló en el convento de San Francisco, siendo su primer director el nicaragüense Cayetano Castro, y de ese taller salió impreso en mayo de 1830 el primer ejemplar de la Gaceta del Gobierno.

El primer libro impreso del que se tiene referencia en nuestro país se tituló, Rudimentos de Aritmética y se le atribuye a un sacerdote de apellido Dárdano, posteriormente vio la luz la Cartilla Forense de Pedro Pablo Chévez en 1853, para esa fecha ya se había efectuado el traslado de la imprenta a la ciudad de Comayagua, que para ese entonces seguía siendo la capital del país.

No debemos despreciar el hecho que algunos hondureños, habían realizado estudios en los países vecinos, sobre todo en universidades de Guatemala y Nicaragua, en este último país, se permitió desde un inicio el ingreso de personas, no necesariamente con abolengo y pureza de sangre, como se acostumbraba en otras universidades, prueba de ello es que el padre José Trinidad Reyes, cursó sus estudios en la Universidad de León.

Los distintos conflictos políticos tan frecuentes en la Honduras de mediados del siglo XIX, incidieron en la producción y difusión de libros e incluso en la escasa actividad cultural en las dos ciudades de mayor trascendencia; Tegucigalpa y Comayagua respectivamente, por lo que, gran parte de la actividad intelectual se alentó desde los conventos.

A iniciarse el ambicioso programa de Reforma Liberal en Honduras, que dicho sea de paso no se gestó al interior del Estado, sino más bien fue un proyecto meditado desde afuera, con la injerencia de Guatemala y El Salvador. El proyecto fue liderado por Marco Aurelio Soto y Ramón Rosa, formados en la Universidad de San Carlos de Borroneó en Guatemala, ambos intelectuales se habían nutrido del bagaje cultural de la otrora Capitanía General de Guatemala, más una tenue experiencia como funcionarios públicos en dicho país.

La Reforma Liberal, aún con una sucesión de errores cometidos, incluyendo amplias prebendas favorables al capital extranjero, sigue siendo el programa más ambicioso llevado a cabo a la fecha en Honduras. Durante este período se fortaleció el trabajo de las imprentas siempre para producir las memorias del Ejecutivo, periódicos sueltos e incluso algunos textos escolares, para áreas básicas como Historia, Filosofía, Geografía y Aritmética.

El gran acierto de los reformadores fue encargar a Antonio R. Vallejo, la organización de la Biblioteca y Archivo Nacional, además de comprar libros en Guatemala, se contó con la buena voluntad de numerosas familias capitalinas, que por años venían conservando libros.

Para fortalecer el Archivo Nacional, se emitieron ordenanzas, con el fin de que los títulos de propiedad, certificaciones, actas de nacimiento, defunciones y libros escolares fueran enviados a Tegucigalpa. Producto de lo anterior el Archivo Nacional, aunque sigue funcionando en pírricas condiciones, se guarda gran parte de la memoria nación. En algunos países donde se valora el legado generacional, los documentos se vuelven parte del acervo cultural e incluso tienen instalaciones apropiadas, con seguridad y expertos en el manejo de fondos documentales. Clemencia por nuestro Archivo Nacional, a pesar de las buenas intenciones de quienes trabajan ahí, no se tienen las condiciones básicas para garantizar la perpetuidad, las partidas presupuestarias son irrisorias, de ahí que los riesgos de incendios u otro tipo de tragedias, penosamente estén aseguradas.

Don Antonio R. Vallejo, sin duda realizó un trabajo excepcional, su vida estuvo presta al servicio de los intereses del país. Bajo su liderazgo se publicó la Colección de Constituciones Políticas, un compendio de Historia Social, Apuntes de Gramática Latina. Igual se editaron la División Municipal y Judicial de la Republica de Honduras, que a su vez se trata de una descripción por los distintos Distritos, correspondientes a los 13 departamentos de ese entonces. Vallejo, además dirigió varios periódicos como “El Orden” y “La Republica”, evidentemente su mayor aporte lo constituye el Primer Anuario Estadístico-1889, obra cumbre, panorámica y sustancial que resulta referencia obligada para entender la Honduras del siglo XIX. Magnifico acierto de la Editorial Universitaria dirigida por el historiador Segisfredo Infante y su equipo, que en 1997, o sea más de un siglo después, realizaron la edición facsimilar del Primer Anuario Estadístico de Antonio. R. Vallejo.

La efímera Tipografía del Gobierno, pronto paso a ser la Tipografía Nacional, creada por el Estado reformista, de donde salieron; una serie de Memorias, Decretos, Códigos y Leyes. En esa misma institución se imprimieron los Contratos del Ferrocarril, famoso documento que deja al descubierto las facilidades que el Estado hondureño, con alguna ingenuidad o perversidad les ofrecía a inversionistas, nacionales y extranjeros.

Nada despreciable son las publicaciones que se realizaron en la Imprenta de La Esperanza en 1889 en Juticalpa, Olancho, donde se destaca una Composición recitada en el 84 aniversario de la Independencia en Centro América. Típica salutación más orientada a enaltecer una visión sensible de la patria. Otras poblaciones con menos recursos también hicieron esfuerzos importantes por publicar, periódicos, revistas y escasos libros como Danlí y Choluteca.

Ciudades como Comayagua, hicieron importantes contribuciones en la difusión impresa, lo lamentable de todo esto, es que en Honduras, aún no existe un Museo del Libro hondureño, en su momento lo propuse a la Universidad Nacional Autónoma de Honduras, ojala alguna fundación o grupos de amigos bien intencionados pudieran retomar un proyecto tan necesario. Aún después de tantas tragedias en las que se han perdido valiosos textos, quedan en el país, colecciones de libros dispersos, algunas en manos de familias responsables, otras en instituciones estatales e incluso por apasionados coleccionistas.

Especial interés despertó en Santa Rosa Copán la publicación de Semanarios, Revistas y Periódicos, quizás emulando a centros importantes como Tegucigalpa y Comayagua a finales del siglo XIX, o aprovechando la cercanía con Guatemala, es básica la descripción del maestro G.A. Castañeda, donde refiere a los titulares de algunos periódicos; “El Copaneco (1872), El Centinela de Copán (1876), La Regeneración (1879), El Universitario (1881), La Voz de Copán (1884), El Colegial (1885), El Trabajo (1885), El Imparcial (1893), El Liberal (1894)” entre otros.

Fue la capital Tegucigalpa, la que lideró las publicaciones, gracias a la Tipografía Nacional. En 1897, se publicó Breve noticia de Honduras: datos geográficos de la autoría de Manuel Lemus y H.G. Bourgeois. El trabajo sirvió de base, para tener un mayor conocimiento geográfico del país.

La última década del siglo XIX, fue fructífera, bajo la responsabilidad de Francisco Cruz Castro, se publicó La Botica del pueblo, donde se aborda la flora medicinal de Honduras, sin duda es un referente de la medicina tradicional. Se conservan algunos ejemplares de la cuarta edición realizada en España en 1901. El libro explica de manera amena sobre la forma de administrar medicamentos comunes, practicar operaciones domésticas, más una serie de recetas para enfermedades comunes de ese entonces.

En 1898, se publicó el primer Diccionario de “Hondureñismos” (Diccionario de Provincialismo de Honduras). Obra de gran factura, texto obligado para aproximarse a las toponimias hondureñas, bajo la responsabilidad de Alberto Membreño. También vio la luz el polémico relato Angelina, precursor de la novela en el país, sin ser novela, Angelina, obra de Carlos F. Gutiérrez.

En las últimas décadas del siglo XIX, se publicaron, siempre desde la Tipografía Nacional, Crepusculares (1887), Honduras Literaria. Colección de escritos en verso y prosa (1896). Gobernantes de Honduras (1902) La Provincia de Tegucigalpa bajo el gobierno de Mallol (1904), Hojas Literarias (1905), Las Pastorelas, del Presbítero José Trinidad Reyes (1906). Para esas fechas se publicaron en Tegucigalpa una serie de biografías de personajes como; Francisco Antonio Márquez, José Nicolás Irías, Juan Lindo, Marco Aurelio Soto y José Cecilio del Valle entre otros. Todas las obras anteriores fueron realizadas por Rómulo E. Durón, intelectual de altos vuelos, jurisconsulto, historiador y gestor de novedosas iniciativas. Su estudio histórico sobre la Provincia de Tegucigalpa, resultó fundamental, para conocer parte del devenir histórico de la referida ciudad y base para infinidad de estudios, con mucho acierto la Editorial Universitaria Centroamericana (Educa) lo reeditó en 1978.

En esos años transitorios del siglo XIX a inicios del XX, se difundieron las primeras obras de Lucila Gamero de Medina entre ellas; Amelia Montiel 1892, Adriana y Margarita 1893, Páginas del Corazón 1897, Blanca Olmedo en 1908 y en 1914 apareció Aida, por cierto obra escrita en la pintoresca ciudad de Danlí.

Sobre su labor intelectual ha habido numerosas controversias, su calidad literaria, e incluso confusiones en las fechas de publicación. Los expertos sostienen que en la novela Blanca Olmedo, el lenguaje que se utilizó para aquel momento, ya era desfasado. Sería de mucha trascendencia analizar desde diferentes aristas las contribuciones literarias de Lucila Gamero. Un esfuerzo por antologar su obra, sería una magnifica contribución, y mucho mejor si fuera una iniciativa desde las autoridades edilicias en su ciudad natal, seguimos considerando la importancia de fortalecer los valores locales.

No debemos olvidar que ante las dificultades que podría acarrear la publicación de un libro a principios del siglo XX, los autores optaban por realizar varias entregas periodísticas o en dilatadas revistas. Helen Umaña, nos lo recuerda en su valioso texto La Novela Hondureña. “Del 22 al 28 de enero de 1901, Timoteo Miralda (1866-1955) publicó, en el Diario de Honduras, “El Ideal”, breve novela de tinte romántico.

José María Tobías Rosa, maestro comprometido con el quehacer cultural en su provincia, publicó Colección de Composiciones en 1902 y más tarde una serie de obras de teatro y numerosos artículos en Prensa nacional, con el singular seudónimo de Williams The Farmer. También publico algunos ensayos en Guatemala y El Salvador.

Rosa, es el pionero del teatro infantil en Honduras, el escribía y ensamblaba las obras en su propio teatro escolar, por cierto en la primera planta del Palacio Municipal de Ilama, que él mismo gestionó durante fungió como alcalde. Tobías Rosa llevó la imprenta a su pueblo, sin duda un hombre talentoso, una especie de irrefutable educador.

Resulta hasta vergonzoso, que el trabajo intelectual, de tan distinguido personaje, no se haya valorado. Ni siquiera el colegio del municipio en referencia lleva su nombre. Tal vez se les ocurre a las autoridades en Ilama, Santa Bárbara, su pueblo natal, fundar una Casa de la Cultura, con el nombre de José María Tobías Rosa, eso sería empezar a saldar deudas con quien tanto prestigio le dio al país.

Ya en 1904, se publicó un texto escolar Educación, trabajo y ciencia (Método de enseñanza integral de José María Moncada. Es una publicación precursora, sin ninguna foto, pero con valiosos ejemplos de cómo hacer ciencia. De formidable alcance es el compendió de Artículos sobre La Mosquitia (Condiciones económicas de la República de Honduras del diplomático francés Desiré Pector en 1908.

El año de 1913, se conoció Temas Geográficos de Enseñanza Primaria, obra del destacado maestro y hombre de ciencias, Luis Landa, describe criterios básicos sobre la geografía hondureña, e incluye una serie de fotos satinadas, resulta interesante la de la Plaza Morazán, donde la estatua de nuestro máximo héroe, está orientada hacia el sur. Contiene una foto del estero de San Lorenzo, una serie de croquis de la ciudad de Tegucigalpa y algunos mapas del interior del país.

Debemos acotar que muchos de los libros que leían nuestros estudiantes a principios del siglo XX, eran libros impresos en Guatemala y México. Todas las publicaciones eran en blanco y negro, la mayoría en ediciones limitadas pero cuidadas con esmero.

En esa primera década del siglo XX, dos personajes continúan destacando el quehacer intelectual, Froylán Turcios y Juan Ramón Molina, amigos con personalidades extremadamente distintas. Muchos coinciden que el máximo exponente de la poesía hondureña en el siglo recién, fue Juan Ramón, su obra póstuma Tierra Mares y Cielos, se publicó en Tegucigalpa en 1911, por iniciativa de su inseparable amigo Froylán Turcios. Un siglo después, el reconocido poeta Rolando Kattán, preparó una edición conmemorativa de Tierras Mares y Cielos, de impecable edición, que se terminó difundiendo incluso, más allá de nuestras fronteras patrias, con buen suceso.

Froylán Turcios, (1872-1943) es quizás el mejor prosista que ha tenido Honduras, un hombre vinculado a la cultura y al poder, vivió en Francia y Costa Rica. Su obra abarca poesía, cuento y novela. Almas trágicas (1900), El Vampiro (1910), El Fantasma Blanco (1911), se conservan además fragmentos de las novelas Flor de sangre, (1904) y dos capítulos de Annabell Lee, (1906). Especial reconocimiento merece el laureado poeta José Antonio Funes, mientras se desempeñó como funcionario del Ministerio de Cultura, editó parte de la obra de Turcios, además Funes, publicó un extenso y acucioso libro Froylán Turcios y el Modernismo en Honduras, a la fecha el más completo estudio realizado en el país, sobre la figura de tan brillante intelectual. (Continuará).

Mi agradecimiento a los colegas de la UPNFM-Santa Rosa, Copán, quienes me invitaron a un conversatorio sobre La historia del libro y de ahí surgió la idea de preparar estas notas.

Cancincamón, Talgua, Lempira, julio, 2020

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