Explorando a Leopoldo Panero

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19 de julio de 2020
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12:01 am
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Explorando a Leopoldo Panero

Por: Segisfredo Infante

Cuando era un simple muchacho leía y releía a muchos poetas por el simple deseo compulsivo de leer. A veces por curiosidad intelectual, y otras veces por verdadera sensibilidad poética. Algunos autores se fueron y otros se quedaron para siempre. Uno de aquellos poetas que recuerdo haber degustado es Leopoldo Panero. Creo que su apellido está mencionado en uno de mis poemas extensos. Sin importar los motivos originarios por los cuales me acerqué a la obra de aquel escritor español, ahora deseo realizar una primera exploración, en serio, de la mayor parte de su producción lírica.

Conviene anticipar que Panero pertenece a la generación de “1936”. Una promoción literaria poco conocida en América Latina, por haber surgido en el contexto de la guerra civil española. Entre nosotros subrayamos los nombres de la generación de “1898” y la de “1927”, ya sea por motivos históricos o literarios. Casi nadie menciona la generación a la cual pertenecieron Ortega y Gasset y Eugenio D’Ors. Ni mucho menos la de “1936”. Es como si pretendiéramos borrar los nombres de los filósofos que escribieron o pronunciaron conferencias dentro del espantoso contexto de la “Segunda Guerra Mundial”, como Jean-Paul Sartre, Albert Camus, Karl Jaspers y Hans-Georg Gadamer. Ni los poetas ni los filósofos tienen culpa, por regla general, de las atrocidades fraguadas por algunos políticos extremistas y halcones de la guerra. En cierta forma son víctimas de sus paisanos o de “sus” políticos contemporáneos. Es el mismo caso de Leopoldo Panero y de otros escritores exquisitos de aquella generación que debemos recuperar. (Subrayo, nuevamente, que mi padre era español republicano y “judeo-masón”, y que fue expulsado del cuerpo diplomático en los comienzos de la guerra civil. Vivió y murió en el exilio en la costa norte hondureña. Pero jamás le echaré la culpa a Dámaso Alonso, Blas de Otero, ni mucho menos al gran filósofo Xavier Zubiri, con quien tengo algunas deudas intelectuales).

Para comenzar hay que afirmar que al margen de los zigzagueos de la política en tiempos del generalísimo Francisco Franco, el poeta Leopoldo Panero era una persona buena, cuya bondad exuda en sus poemas y en sus relaciones con amigos o con personas ajenas a la amistad. Ni por encima del prójimo. Ni por debajo del prójimo. Es uno de los pocos escritores españoles, de aquella generación ya lejana, que visitó nuestro país, y quien literalmente menciona en uno de sus poemas “el riñón de Honduras, tan palpable// que aún me parece que lo estoy creyendo”.

Pienso que es un tanto desacertado decir que Panero se encuentra influido, predominantemente, por Miguel de Unamuno y los hermanos Machado. Tal afirmación podría derivarse del gusto personal del crítico literario de ocasión; o quizás por haber renunciado a una lectura meticulosa de su obra. Las influencias externas e internas se encuentran en casi todos los poemas de “Don Leopoldo”. No sólo literarias, sino incluso filosóficas, al grado que le dedica un poema a José Luis López Aranguren, un filósofo católico especializado en temas éticos, y que al final de su larga vida comenzó a simpatizar con el “protestantismo”. (Aranguren fue uno de los pensadores favoritos del escritor hondureño Ramón Oquelí).

Sin embargo, a prudente distancia de las inevitables influencias, “Panero es un poeta en completa maestría de sus medios expresivos”, tal como lo afirma contundentemente Dámaso Alonso. Leopoldo Panero logró manejar casi todas las técnicas de la literatura clásica, moderna y de vanguardia: El soneto, el romancero, las coplas y el verso libre. Exhibía mucha habilidad en los versos endecasílabos, y en los poemas alejandrinos consolidados por Rubén Darío.

Pienso, aparte de lo externado en el párrafo anterior, que hay un hermoso detalle que estamos en la obligación de resaltar. Siguiendo la vieja técnica medieval y renacentista de Dante Alighieri, la obra central de Leopoldo Panero la encontramos estructurada por cuartetos y tercetos endecasílabos (o estrofas de tres versos con once sílabas métricas) en donde rima el primer verso con el tercero. Esta obra central de Panero lleva por título “Epístolas para mis amigos y enemigos mejores” (1952-1953), en donde añade la “Carta perdida a Pablo Neruda”, nada sabemos si por amistad o distanciamiento, habida cuenta que Neruda se expresó muy mal de algunos autores que congeniaban con la promoción de “1936”, entre ellos Dámaso Alonso. Sin alcanzar la magnificencia de la “Divina Comedia” de Alighieri, el señor Leopoldo Panero consigue en esta obra la calidad formal y el profundo contenido humano. Dedicarles, una de sus principales obras a sus amigos y a sus enemigos, sin explicar en los poemas quién es quién, revela una gran altitud moral. Solo comparable a la de Rubén Darío cuando le contesta con toda la elegancia posible a su adversario modernista José Enrique Rodó. Continuaré explorando la poesía de Leopoldo Panero, mientras Dios Eterno me lo permita. ¡¡Sea!!

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