ÉLITES EDUCADAS

MA
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21 de julio de 2020
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12:20 am
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ÉLITES EDUCADAS

POR si las metáforas fueran útiles. Fragmentos de un escrito publicado por un historiador y catedrático peruano. Un contraste entre la clase política colombiana y la peruana. Lamenta el autor que “la comparación entre repúblicas de la América Latina debería ser una temática frecuentada hasta el agotamiento, pero ocurre lo contrario”. “Son pocos los trabajos en ese sentido”. Distingue 3 peculiaridades relativas al desarrollo de ambas naciones que, con raíces y tradiciones comunes, fueron dando a los pueblos resultados diferentes. La tercera eventualidad –extrapolándola al análisis de otras naciones latinoamericanas– es de particular interés: “Tuve la ocasión en Colombia –narra el autor– de conocer y conversar no solo con colegas y académicos, sino con lo que Hegel llamaba la “clase política”: “Ministros, expresidentes, gobernadores locales”. “Y lo digo ahora y lo repito en cada ocasión”. “Quienes ejercen el poder republicano en Colombia son gente culta”. “No es el caso del Perú contemporáneo”. “Una época y cuando joven, pensé que la causa de esa ausencia de conocimientos se debía, en Perú, a lo que llamábamos «oligarquía». Una capa de terratenientes que desaparecen cuando se establece la reforma agraria, 1969”.

“Pensé, entonces, en términos de antropología, las costumbres señoriales, el desdén por el saber ya que eran un estamento social que igual dominaba, sapiencia o no”. “Pero no siempre la ‘clase ociosa’ (Thorstein Veblen) se dedica a solo las fiestas, al gasto lujoso”. “En otras sociedades, con la riqueza aumenta también el «capital simbólico» del que habla Bourdieu”. “No en el Perú: a más crecimiento, más juerga y corrupción”. “En fin, me intriga la clase política colombiana”. “¿Por qué son tan cultos? Eso es para mí un enigma”. “Colombia como Perú son sociedades que provienen de un sistema social colonial. Ambos son masivamente católicos y de un pasado histórico común”. “¿Por qué las costumbres son tan diferentes? En el Perú actual, la frecuencia de lectura es medio libro por año”. “Eso explica que del 2000 al 2018 hayamos tenido una serie de presidentes elegidos por el pueblo –y con pocas excepciones–, personajes sin ninguna experiencia de partido ni vida política”. “Fujimori, Toledo, Humala, (y sigue la cuenta) han sido lo que llamamos, caritativamente, outsiders”. “Lo que puede ocurrir en el 2021, dado el colapso de la educación pública en los últimos decenios, va a sobrepasar la ingenuidad de los que votaron por Hugo Chávez”. “Espero equivocarme”. “Pero por desgracia, Giovanni Sartori dice que la lógica de la democracia, depende de tener ciudadanos educados”. “En fin, una sociedad podría no desplomarse si al menos tuviera élites”. “Pero ¿qué puede ocurrir cuando al pueblo no le importa la política y, además, no hay élite alguna?”. (Hasta aquí las citas).

Ahora, la tentación de proseguir con los contrastes. Digamos, en lo pertinente a los hondureños, ¿deduce el amable lector similitudes? No con el modelo colombiano sino precisamente con el otro. Lo que obligadamente, por mera curiosidad, conduce a formular la siguiente pregunta: ¿Cuál será, en un año, la frecuencia de la lectura en Honduras? (Sobrentendido nos referimos a lectura útil, instructiva, cultivadora del intelecto). Ya no hablemos de libros, sino de sinopsis de los libros. Y quizás ni siquiera de eso. Del prólogo de un libro. ¿Será, entonces, el promedio de lectura tanto de la clase política como de una buena parte de la culta sociedad siquiera, medio prólogo? Por simple deducción, ¿no sería ello una razón que oriente porqué estamos tan mal como estamos? Nótese que esa tirria a las élites –asociando las élites con un poder indeseable, dizque para ubicarse del lado de los humildes, del pueblo, pueblo– no deja de ser una aberración si lo que se persigue es ascender en la escala meramente mundana. ¿Consideración hecha que toda nación requiere de la arquitectura de una clase pensante y de líderes influyentes, que la construyen? ¿La ausencia de una élite culta, pero también de una sociedad más leída, no sería entonces –como lo señala el autor del artículo– la razón que explique porqué no se alcanzan niveles de mayor bienestar y mejoría? Conociendo la causa del mal, insensato sería no tomar medidas por remediarlo. ¿Qué papel juega el sistema de enseñanza nacional, desde las autoridades educativas, pasando por los maestros en las escuelas, los colegios, los institutos y las universidades, en la promoción de los viejos hábitos de la lectura? ¿Ese valor depreciado que la frivolidad, la superficialidad inducida por la comunicación tecnológica moderna, condenó a abandonada reliquia del pasado?

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