Cinismo gubernamental

MA
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22 de julio de 2020
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12:59 am
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Cinismo gubernamental

Dennis Castro

Está más que claro que los pueblos aspiran a mejores condiciones de vida, y que sus esperanzas no desaparecen, a pesar de la gobernanza equivocada que eligen las mayorías en la supuesta práctica democrática de cada cuatro años. Y, claro está también, que esas esperanzas, que esas expectativas de una vida mejor son traicionadas, o no son correspondidas en la medida justa y necesaria. Pero esto pasa por la calidad de los funcionarios que administran el Estado, muchos de ellos más apegados a satisfacer sus propios intereses y los de su grupo, que los de la población.

Muestra de esto es el triste manejo de la pandemia. No solo se tomaron decisiones lentas, débiles y gallo-gallina, sino también, se hundieron las uñas en el presupuesto, dejando una secuela de daños del que tal vez no nos repongamos nunca.

Por supuesto, cuando se elige lo peor lo que debe esperarse es el caos, y Honduras está pagando las consecuencias de su error. Y, como dice la canción: ¿A dónde vamos a parar?
La respuesta es clara: vamos por mal camino. Y no es para menos, sobre todo cuando una nación tiene funcionarios “de lujo”, miembros de una élite escogida que se cree con el derecho divino a dirigir el país.
Por desgracia, este tipo de funcionarios pertenecen a una casta verdaderamente nefasta, cuya característica esencial es la sociopatía, esa afección narcisista que los hace manipuladores, explotadores y violadores de los derechos de los demás. ¡Pobre del pueblo que cae en sus manos!
Estos sociópatas son fáciles de identificar:

Se creen únicos: porque se consideran a sí mismos como sabios, capaces y poderosos.
Son engañadores: manejan todo desde sus propios puntos de vista, mienten constantemente y llegan a creer sus propias mentiras. Cuando tienen poder, imponen sus criterios bajo la amenaza constante, a pesar de las equivocaciones y los resultados desastrosos de sus actos.

Son impulsivos: actúan sin razonar el efecto de sus acciones, y sin medir las consecuencias del daño provocado.
Son agresivos: su fuerte es la irritabilidad ante la oposición, o ante quien se atreva a contradecirlos.
Son imprudentes: al tener un alto concepto de sí mismos, están seguros de tener la razón en todo, y actúan sin orden, aunque pongan en riesgo la seguridad de los demás.
Son víctimas: sus acciones dejan consecuencias que los ponen en entredicho ante los demás, y que muchas veces los llevan a enfrentar la justicia, sin embargo, incapaces de asumir responsabilidades, se consideran víctimas de los demás.

Son insensibles: y tanta es su insensibilidad, que no admiten culpa alguna por sus actos equivocados, al grado que llegan a culpar a los demás de sus propios errores.
Son narcisistas: el alto concepto en que se tienen a sí mismos los lleva a considerarse especiales, insustituibles, únicos en su especie y absolutamente necesarios para la sociedad a la cual mal sirven.
Son perseguidos: cuando se enfrentan a las consecuencias de sus actos, se convierten en víctimas y se autoproclaman perseguidos, y hasta perseguidos políticos, aunque bien podríamos decir que, como política natural, los pueblos persiguen a quienes han abusado de su confianza y se han aprovechado de sus cargos para saquear los recursos que se pusieron en sus manos.

Ahora, ¿cuántos de estos conocemos en Honduras? ¿Cuántos como estos están poniendo el grito al cielo ahora que tienen que rendir cuentas de sus malas acciones? ¿Dónde quedan su arrogancia, su crueldad y su grandeza?
Hoy gritan que son inocentes, que son víctimas de persecución, que sus enemigos quieren destruirlos, y nada más alejado de la verdad.

Los pueblos merecen dirigentes honestos y funcionarios capaces. Cuando un sociópata con poder asume un cargo, esperemos el desastre, porque sumamos a esto su falta de empatía y humanismo, tan vitales para el que sirve a los demás.

En tiempos de crisis, nada peor que el cinismo con el que los funcionarios sociópatas sirven a sus propios intereses, jurando que sirven al pueblo.

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