Lucha por la unidad

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24 de julio de 2020
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12:03 am
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Lucha por la unidad

Por: Juan Ramón Martínez

Por formación familiar, intelectual y experiencia, hemos tenido enorme respeto por el mantenimiento de la unidad. Dentro del respeto al derecho que, los otros pueden tener con relación a nuestras posturas. En la Doctrina Social de la Iglesia, aprendimos en la década de los sesentas, la maravilla de la unidad en la divergencia. E incluso, la fortaleza de los desiguales, cuando se encuentran y se enrumban, en la misma dirección. No siempre esta conducta, nos ha producido consideración y respeto. En una oportunidad Elías Sánchez –hombre bueno, singular, de vivo carácter, listo para la discusión y dispuesto a la pelea dialéctica– me acusó de “paniagudo”, porque en la búsqueda de un objetivo, escogí el camino del diálogo y la negociación, mientras que él, se movió por la vía de la confrontación. Asumí, no sin mucho dolor el ataque; pero al final, con mi forma de ser, logré lo que los dos, andábamos buscando. En la UNAH, siempre nos pareció que era preferible la moderación. Allí, los compañeros políticamente más sectarios, nos acusaron de “reformistas”, mientras ellos eran los “revolucionarios”. Casi al final de nuestro camino vital, hemos llegado a la conclusión que, el país ha logrado más por la ruta del diálogo y la negociación, que por la confrontación. Las revueltas, –Gautama Fonseca decía que, entre 1821 y 1932, tenían una recurrencia dolorosa de 2.5 por año– no le dejaron nada al país. Desde 1959, aun con los errores cometidos por los golpes de Estado, hemos tenido más avances que, en todos los años anteriores. Por supuesto, fallamos en la construcción de una sólida democracia participativa, en la formación de una burguesía nacional que fuera la base de un capitalismo moderno; y, no hemos derrotado al caudillismo, el clientelismo político y la enfermiza inclinación, por la reelección. Pero si volvemos los ojos hacia el pasado, encontraremos evidencias que, incluso estas faltas, las pueden subsanar las nuevas generaciones, si en este momento de crisis, no destruimos lo logrado hasta ahora.

Esa es la causa, para insistir en la unidad nacional y la justificación, para pedir que aparquemos diferencias; que no podemos estar de acuerdo en todo y, que más bien, las diferencias, convenientemente manejadas, nos pueden dar fuerza y carácter para salvar a Honduras de los riesgos que enfrentamos. Y crear las bases para una mejor nación que, pueda dejar de ser la cenicienta de Centroamérica. Basado en lo anterior, hemos señalado en esta columna, y en otros medios escritos y televisivos, la urgente necesidad del diálogo general, aclarando que el mismo no significa la aceptación de los actos irregulares –y menos los referidos a la corrupción estatal o privada– sino que una tregua, en la que en dos líneas de tiempo, eliminamos las bases de lo que le provoca daño, dolor y pobreza a Honduras y construimos las que permitan, el cambio de actitud del hondureño, el fortalecimiento de su capacidad productiva, el desarrollo económico, el fortalecimiento de los mecanismos de seguridad igualitaria para todos, la formación democrática desde el interior de las familias, hasta la vida pública de la ciudadanía y la forja de un nuevo carácter que haga que el hondureño, levante la cara con orgullo, y enfrente con hidalguía los retos de la vida.

Para ello, hemos empezado a hablar con algunos compatriotas. Exrectores de las universidades, expresidentes de la República y líderes políticos. En todos los consultados –fuera de las diferencias y los enconos naturales que nos caracterizan– hemos encontrado una buena disposición para conversar y buscar un acuerdo de unidad. No nos equivocamos. El camino es difícil. Los rencores cultivados son fuertes. Y los objetivos de los grupos, sociales, culturales, económicos y políticos, en la mayoría de los casos, son contradictorios. Tampoco el carácter del hondureño es el mejor. Somos rencorosos, obstinados y orgullosos. Y dudamos, cosa que es inconveniente incluso mencionarla, ser nosotros la persona indicada para esta tarea. Tenemos resistencia en algunos; oposición en otros e incluso animadversión, que la siento cada día, en no pocos de los hombres y las mujeres que dirigen –algunos sin saberlo– a este país.

Pero no nos arredra el fracaso. Somos uno más, de los miles de hondureños buenos que, se los ha tragado el olvido, pese a sus buenas intenciones. Lo intentaremos y compartiremos los resultados.

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