NO HAY QUE FIARSE

ZV
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30 de julio de 2020
/
12:48 am
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NO HAY QUE FIARSE

CAPITALINOS Y EL AEROPUERTOLO DOMÉSTICO Y LA SOLIDARIDAD

MEJOR temprano que tarde y antes que el diablo lo sepa, los dos últimos espacios de esta columna de opinión los ocupamos limpiando el terreno de la maleza. Haciendo público nuestro criterio –aunque de nada sirva ya que nadie hace caso– sobre algunos vericuetos del acontecer nacional. No ignoramos lo que cuesta penetrar burbujas de prejuicios. O esperar, pese a la claridad con que presumimos exponer los puntos de vista, que vaya a traducirse, dada la relativa facultad cognitiva de algunos, a entendimiento total de lo planteado. Muchos –cuya vida discurre alrededor del intercambio de mensajes insustanciales por sus aparatitos digitales– poco dedican a la lectura constructiva de algo útil. Los que sí leen se dividen entre los que lo hacen someramente para asimilar el contenido y quienes atropelladamente hojean el material sin retentiva o mente despejada para absorberlo. La labor no está concluida. Se trata de no claudicar en el empeño –y de paso atajar suposiciones maliciosas– en la medida que afloren otros tópicos.

De momento, es pandemia lo que el amable público desayuna, almuerza y cena. El hormiguero que anda en las calles –unos con mascarillas, algunos con la jeta destapada y otros con la boca descubierta–acaban de enterarse del arranque del nuevo arranque de la economía. Una vez que sentaron en la mesa multisectorial a los que se habían levantado, se enteraron que la última etapa del encierro mandó otra tendalada de fuentes de trabajo a hacerle compañía a otras moribundas a la sala de cuidados intensivos. Con el Consejo de Ministros a tuto, decidieron el retorno a la primera fase. Ahora, la esperanza de muchos es que salga la vacuna. Sin embargo, una advertencia. No hay que fiarse. Que sirva de experiencia lo mal que respondieron las multilaterales desde el inicio y durante la propagación de la peste en el mundo entero. Las instituciones financieras internacionales, ni hoy, después de meses de angustiosa emergencia, corrigen su parsimoniosa e insuficiente respuesta a la calamidad. Parecido al objetable papel desempeñado por las organizaciones mundiales y hemisféricas encargadas del manejo de la crisis sanitaria. La salida de Estados Unidos del “WHO” ha ocasionado una avalancha de críticas de sus aliados europeos. Aún así, la falta de un socio tan grande, a lo mínimo, acarrea una revisión completa imputable a la incapacidad en el manejo de la pandemia en manos de la OMS.

La queja de los países tercermundistas por la falta de insumos, pruebas, herramientas médicas, y ahora los fármacos que salen de los laboratorios, ha obligado a la OPS a anunciar que a través de un fondo de cooperación está “coordinando con otros socios garantizar que los países más vulnerables de la región vayan a recibir la vacuna de una forma subsidiada con precios accesibles”. Pero ojo al Cristo. A juzgar por lo que han demostrado hasta ahora, dudoso que cumplan con ese compromiso. Un artículo de Rebecca Weintraub, Asaf Bitton, Mark L. Rosenberg, publicado en el Harvard Business Review, advierte: “Hay muchos motivos de preocupación para quienes creen que una vacuna para COVID-19 terminará o contendrá en gran medida esta pandemia o que esperan que se descubran nuevos medicamentos para combatir sus efectos”. “En lugar de trabajar juntos para elaborar e implementar una estrategia mundial, un sinnúmero creciente de países están adoptando un enfoque ‘mi nación primero’ para desarrollar y distribuir posibles vacunas u otros tratamientos farmacéuticos”. “Este ‘nacionalismo vacunal’ no solo es moralmente censurable, sino que es la manera equivocada de reducir la transmisión a nivel mundial”. (En otra ocasión cubriremos otros aspectos citados por otros expertos en prestigiosas publicaciones).

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