Lo que viene

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1 de agosto de 2020
/
12:03 am
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Lo que viene

Lo que viene, Por: Julio Raudales

Lo que viene es espeluznante, escabroso, atroz. Por donde se vea solo se perciben negros nubarrones, rugir de truenos, desolación.

Y no hace falta ser augur ni délfico para entenderlo; se ve venir. Basta salir y observar la desesperanza dickeniana por esas calles. Allí, como en las casas y campos abiertos, se respira tristeza, desamparo y rabia.

Quisiera ser optimista, decir que hay que aprovechar esta crisis y hacer de ella una oportunidad para cambiar nuestro país. No puedo. Mis ojos curtidos por trepidar de cuatro macroproblemas en las últimas dos décadas han perdido casi totalmente su capacidad para la esperanza, que dice el refrán, es lo último que se pierde.

Lo que más entenebra el futuro es la forma caótica en que se ha manejado el problema. Desde el comienzo quedó claro que la poca credibilidad de las autoridades, su limitada capacidad para hacerse seguir por la ciudadanía y la falta de experiencia en la gestión de políticas públicas iba a mellar en el éxito.

Los números me avalan: para finales de mayo, la actividad económica había menguado en un 9% con respecto a 2019 y los dos meses siguientes no han sido mejores. Los sectores que más sufren, aquellos que generan ingresos a la población más pobre: comercio, turismo, transporte y construcción.

Los técnicos más avezados de la Secretaría de Trabajo y Seguridad Social aseguran que se han perdido o están en suspenso, es decir, sin ingreso salarial, unos 400 mil empleos, esto es casi la mitad de la fuerza laboral que trabaja en la economía formal. Aunque el Seguro Social mantiene su cobertura para estas personas, la falta de un ingreso fijo provoca tal estrés al mercado informal, que la caída en el ingreso promedio de todos los trabajadores sufrirá en forma más que proporcional.

El otro lado, el más grande y precario del mercado laboral, los autónomos, es decir, quienes deben salir día a día a buscarse la vida, sin derecho a prestaciones, ni seguridad social, sin más esperanza que una mejora en la estacionalidad o en su propia creatividad para hacer desear sus productos o servicios a la gente, ellos no saben de cuarentenas o confinamientos. Simplemente, el no salir a trabajar es sinónimo de muerte. Y la realidad es así: atrabiliaria y simple, por tanto, son ellos y no los demás los que más se contaminan y, por ende, los que más expuestos están a morir. No miento, los números que nadie publica aun me avalan.

Quizás las cosas habrían sido distintas si quienes tienen la responsabilidad de tomar las medidas, hubiesen entendido que esta crisis, a diferencia de otras, afecta a la oferta agregada en primer término, y que la forma más inteligente de combatirla es estimulando a los factores que determinan dicha oferta: el trabajo, el capital y la tecnología.

Nada de esto se hizo: el estímulo a la inversión mediante inyecciones de liquidez, en poco o casi nada ayudan y esto ha quedado claro en las cifras: la banca sigue cargada de recursos sin poder colocarlos, pese a la falta de capital de trabajo de las empresas. Pero desgraciadamente hace falta quien diga las cosas como son y no como lo dicta el libretito del FMI o, peor aun de la intuición.

Por su parte, la SEFIN se puso a gastar en “bolsitas solidarias” y “bonitos teledirigidos” sin una adecuada regla de focalización. Lejos de presentar de manera rápida un nuevo presupuesto al Congreso Nacional, de modo que se pudieran establecer de forma clara las prioridades de gasto, en base a las escuálidas proyecciones de ingresos tributarios y una adecuada proyección de endeudamiento, el fisco decidió -y está consignado en una llamada telefónica que circuló en redes- gastar a diestra y siniestra los empobrecidos recursos. Los resultados están a la vista de todas y todos. ¡Lamentable!

No quiero saber qué vendrán a hacer las nuevas autoridades en 2022. Será como recoger pedazos de un país, luego de la resaca de la fiesta del bicentenario. ¡Como dije al principio, por más que quiera ser optimista, no me da la esperanza!

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