Cosas periféricas

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2 de agosto de 2020
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12:14 am
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Cosas periféricas

Por: Segisfredo Infante

En una mesa redonda del “Círculo Universal de Tegucigalpa Kurt Gödel”, realizada en Tegucigalpa el 10 de diciembre del 2016, y en otra que se verificó el sábado primero de febrero del 2020 en los predios de la Universidad Panamericana de “El Zamorano”, tuve la oportunidad de externar a mis amigos y colegas el problema de las lecturas según las inclinaciones intelectuales de cada quien. También hablamos de “Filosofía”. Y se recordó la memoria del cirujano, escritor y amigo Abraham Pineda Corleone, quien falleció la primera semana de agosto del año pasado.

Oscar Falchetti, un intelectual uruguayo hondureñizado, parafraseaba que Simón Bolívar había sido “un lector desordenado”. A partir de entonces arribé a la conclusión preliminar que casi todos los latinoamericanos hemos sido lectores desordenados, unos más que otros, con las excepciones de la regla. La causa de este problema ha sido multifactorial, como suelen serlo casi todas nuestras circunstancias orilleras: La carencia de buenos libros; las precariedades económicas; los aislamientos geográficos y demográficos; la subsistencia del espíritu anárquico y la ausencia de bibliotecas públicas respetables para sólo mencionar algunos de los factores aludidos.

Les compartía a los amigos de nuestro “Círculo” que según las inclinaciones de cada lector y escritor, bien podríamos proponer tres tipos de lecturas conectadas unas con otras: 1) Lecturas centrales. 2) Lecturas colaterales. Y 3) Lecturas periféricas. Precisar las prioridades es fundamental para alguien que aspire alcanzar conocimientos sistémicos en el área que el sujeto fotopensante “equis” haya determinado, por motivos vocacionales o por exigencias profesionales. O por simple goce estético. Aun cuando varios filósofos importantes hayan subrayado la necesidad que el arte debe caminar más allá del mero placer; o del formalismo estético. Es como retomar por otro sendero el viejo problema moral y ético del “ser” y del “deber ser”.

Pero a veces los momentos se complican un poco como cuando alguien me pregunta qué cosa sería una lectura periférica. Lo primero que se me ha ocurrido contestar es que las obras de Agatha Christie son una representación simbólica de esas periferias, aun cuando se trate de una escritora exitosa que ha sido traducida a muchas lenguas. Veamos si me doy a entender. Creo que en el subgénero policíaco el fundador principal es Edgar Allan Poe. Si alguien está interesado en estos asuntos debe proponerse como lectura central la obra de este escritor estadounidense. Por añadidura podríamos sugerir los cuentos de G. K. Chesterton, agrupados bajo el título “El Candor del Padre Brown”. Por cierto que este escritor británico fue elogiado por el filósofo alemán Ernst Bloch, por aquello de las paradojas dialécticas. Seguidamente tendríamos que leer, en forma colateral, a Sir Arthur Conan Doyle, con su famoso personaje Sherlock Holmes, en tanto que en su obra se siguen de algún modo los patrones de Allan Poe. En las lecturas centrales y colaterales, del subgénero literario policíaco, podríamos continuar con otros autores hasta desembocar en la obra contemporánea del laborioso John le Carré; en la enigmática obra de Colin Forbes, con su “Leopardo de Piedra”; y en por lo menos dos novelas importantes de estilo gótico del italiano Umberto Eco. En todo caso la obra de Agatha Christie la dejaríamos para más tarde, como una lectura relajante.

Veamos este fenómeno literario más detenidamente: Agatha Christie fue una escritora británica respetable. Publicó muchas novelas y creó un personaje llamado Hércules Poirot, un investigador privado de origen belga que reside principalmente en Londres, y a quien le gusta utilizar muchas frases en lengua francesa. Poirot se jacta de poseer unas neuronas cerebrales privilegiadas, sobre todo frente a su amigo el capitán Hastings, una especie de parodia del “querido Watson” de Sherlock Holmes. A mí me parece que Agatha Christie sigue casi al pie de la letra los patrones de Arthur Conan Doyle, con una diferencia sustancial, mientras Doyle intenta utilizar la verdadera lógica para descubrir los crímenes, el supuesto “proceso de investigaciones lógicas” para llegar hasta “la solución final” de Agatha Christie, son más bien rompecabezas caprichosos inventados, a la ligera, por esta escritora de ficción.

Creo, sin embargo, que merecen la respetuosa atención dos cuentos de Agatha Christie: “El robo del millón de dólares en bonos”, y “El caso del testamento desaparecido”, en cuyos renglones percibo un auténtico valor detectivesco. Los lectores podrían replicar, con todo derecho, que algunas de las obras de Agatha Christie han sido llevadas al cine. A lo que habría que contra-replicar que en ese caso intervienen los guionistas, el director y el productor de cine, quienes mejoran el texto. Un solo ejemplo de esto es la película “Muerte en el Nilo” (1978). Una segunda objeción se relacionaría con el objeto de leer obritas policíacas para pasar la tarde. La respuesta es que filósofos como Ernst Bloch y literatos como Jorge Luis Borges también hicieron este tipo de lecturas.

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