UN POCO…

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2 de agosto de 2020
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12:17 am
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UN POCO…

SE ha repetido hasta la saciedad que las guerras y las catástrofes naturales sacan a relucir lo peor y lo mejor del ser humano. El caso de Honduras no es, ni mucho menos, la excepción de la regla. Aquí entre nosotros hemos visto comportamientos feos de gente respecto de la cual se esperaba algo mejor. Hemos observado el recrudecimiento de los “odios cafres” que se han acumulado con el paso de los años, por razones y sinrazones ideológicas. Pero también han aflorado hacia la superficie las facetas humanísticas de varios hondureños con alma solidaria, que han intuido las dimensiones del problema global, percibiéndolo como una crisis humanitaria.

Desde hace algunos meses la gente ha salido a pedir dinero a los bulevares y vías importantes de la capital hondureña. Y probablemente en otras ciudades y puntos estratégicos ha ocurrido lo mismo. Algunos piden por vieja malicia y otros por extrema necesidad. Muchas señoras caminan con sus hijitos tiernos en los brazos, solicitando un par de lempiras para comer. La mayoría de los transeúntes se apiadan y sacan algo de sus bolsillos. Otros por temor a ser asaltados rehúyen los encuentros.

El grave problema ha sido encarado desde varios frentes. Por un lado el gobierno central se encargó durante las semanas iniciales de la primera cuarentena, de repartir millares de bolsas solidarias para las familias más pobres. Esto tuvo que agotarse pronto en tanto que los fondos gubernamentales y estatales son limitados. Sin embargo es innegable que aquella primera tarea fue cumplida, casi al pie de la letra, en las ciudades con mayor probabilidad de riesgo, como Tegucigalpa, Comayagüela, Choluteca, San Pedro Sula y La Ceiba.

Por otro lado las iglesias cristianas –tanto la católica como las evangélicas–, han continuado trabajando día y noche en la recolección y distribución de alimentos básicos, y de algunas ropas nuevas y usadas. Mientras otras instituciones se han detenido, los católicos y los “protestantes” han continuado con sus labores humanitarias, en donde varios han corrido el riesgo de contagiarse con el nuevo virus. Se trata de un trabajo silencioso, heroico y ad honorem, que nunca deberá ser olvidado.

Aparte del auxilio de ciertas instituciones públicas y privadas, algunos ciudadanos de la clase media, a título personal, también han salido a las calles a comprar víveres con el fin de compartirlos con los pobres que alzan sus brazos suplicantes en los bulevares; o que se mantienen en un sufrimiento silencioso y apenado dentro de sus casas. Esta es la faceta positiva del hondureño noble que se suma, con sus limitaciones numismáticas, a las tareas de mitigación del hambre y de otras desgracias de los más necesitados.

Sabemos que en Honduras hay personas que han acumulado muchos caudales con el paso de los años y las décadas. Sería saludable que también se sumaran a las operaciones de auxilio de todos los enfermos y hambrientos. Este es el momento clave para demostrar que son buenos hondureños, regalando, por ejemplo, equipos médicos a los hospitales públicos. A menos que ellos exhiban la misma actitud de algunos “ateos” que disfrutan atacar a cualquiera que se les ponga por enfrente, con justificación o sin justificación alguna. Por la mera costumbre de atacar y desfigurar los hechos, sin ninguna manifestación de sensibilidad humana concreta en relación con el dolor del prójimo.

En conclusión todos debiéramos colaborar espontáneamente con un poco de algo, sin presiones, ni tensiones ni trampas gubernamentales. Aquí es donde debiera demostrarse el verdadero liderazgo nacional. Tal como lo hicimos, sin sectarismos extremos, durante la guerra fratricida honduro-salvadoreña de julio de 1969. Y más tarde durante el huracán “Mitch”.

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