¿DÓNDE QUISIÉRAMOS ESTAR?

ZV
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9 de agosto de 2020
/
12:53 am
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¿DÓNDE QUISIÉRAMOS ESTAR?

DEBERÍAMOS, primero, ir a la raíz de los hechos. Ubicarnos mentalmente en los comienzos republicanos germinales de América Central, allá por los años de 1808-1812. Y luego en los procesos independentistas, sin perder de vista, en ningún momento, la precaria realidad financiera de aquellos estados nacientes de comienzos del siglo diecinueve. La verdad es que no era nada halagadora la situación real de nuestros pueblos ístmicos, mucho menos del pueblo provincial hondureño, que surgía a la vida federal con un decaimiento de la actividad minera, con un “estanco de tabaco” limitado en Santa Rosa de los Llanos y con una ganadería que a mediados de aquella centuria llegaría a convertirse en algo muy significativo para el comercio local e inter-regional.

Con la luminosidad transitoria de la reforma romántico-positivista de 1876-1883, y algunos proyectos económicos interesantes en Amapala y Choluteca, con proyecciones más allá de lo fronterizo, el resto del siglo diecinueve catracho estuvo recargado de revueltas, montoneras, conservadurismo, anarquía y mucha inestabilidad política. Así que el siglo diecinueve no es ningún modelo histórico para nosotros mismos. Es más, entramos al siglo veinte con muchos de los resabios y prejuicios del siglo que le precedía. Con la reincidencia de las rebeliones e inclusive de la guerra civil en 1924, mostrando la esterilidad de las confrontaciones intestinas.

El siglo veinte, a pesar de los resabios anarquistas aludidos, presentó mejores oportunidades para el Estado y la nación hondureña. Se registraron algunos ensayos democráticos y ciertos crecimientos económicos específicos. La agricultura se fortaleció y la caficultura logró por fin insertarse en el mercado mundial. Los intelectuales de comienzos del siglo veinte fueron realmente una promesa simbólica para el posible despegue espiritual y material de nuestro país. Hubo desarrollismo modernizador desde 1950, hasta alcanzar la elaboración de un meticuloso “Plan Nacional de Desarrollo” de la década del setenta, con la participación de distintas fuerzas militares y civiles, incluyendo a los campesinos. Pero al final de la tarde el proyecto desarrollista fue sepultado por el tradicionalismo negativo y por la incidencia tramposa de una empresa transnacional.

El resto de la historia hondureña de las dos últimas décadas del siglo veinte, lo conocemos casi todos, desde diferentes perspectivas. Pero una conclusión preliminar es que tampoco el siglo veinte, amén de las oportunidades desaprovechadas, se podría convertir en símbolo para guiarnos en el futuro. Mucho menos las dos primeras décadas del siglo veintiuno, recargadas de zigzagueos económicos, ideologías revanchistas y de una pandemia que nos ha empujado, desde afuera, hacia una situación de calamidad.

¿Dónde quisiéramos estar entonces? En un primer momento es difícil precisar, dentro de un horizonte brumoso actual. Pero es normal que los hondureños de buena voluntad aspiremos a una sociedad de abundancia económica y financiera; con un sistema de salud al servicio de toda la población; con educación gratuita o accesible; con empleo para las mayorías y con los portones abiertos para la literatura, el pensamiento y el buen arte. Se podría pensar que se trata de un mundo predominantemente utópico. Pero resulta que otros países pequeños, que fueron pobres o extremadamente pobres, han logrado unos índices de desarrollo humano envidiables. Comprendemos de antemano que ese nivel de desarrollo y autonomía comparativa nunca se han logrado de la noche a la mañana. Que más bien hay que seguir un proceso evolutivo de crecimiento económico y de desarrollo humano sostenible, hasta las últimas consecuencias. De lo contrario perderemos nuestro tiempo.

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