Aquel 6 de agosto de 1945

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13 de agosto de 2020
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12:50 am
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Aquel 6 de agosto de 1945

Por: Ricardo Alonso Flores

Desde que se reconoció el coronavirus 19 como una pandemia, se comenzó a decir que los años por venir ya no serían lo mismo que este tiempo que nos ha tocado vivir. Yo pienso que el mundo no es el mismo, para bien o para mal, después que se lanzara la bomba atómica sobre las ciudades japonesas de Hiroshima y Nagasaki.

La primera de estas ciudades vio el horror increíble cuando desde el “Enola Gay” cayó la bomba irónicamente llamada “Little boy” y el 9 del mismo mes, fue Nagasaki quien vivió la tragedia cuando fuera lanzada la “fat man”.

Después de eso, vino la rendición japonesa y la guerra se terminaba en el Pacífico. Luego, llegó a comandar las fuerzas de ocupación el general Douglas MacArthur, quién a pesar de su carácter arrogante, pero no exento de inteligencia y sensibilidad, entendió lo que significaba el Japón, su gloriosa y excepcional historia y sobre todo sus ancestrales instituciones.

En lugar de dar al traste con todo, conservó la monarquía, encarnada en la figura del emperador Hirohito, respetando la figura del Mikado y hay un detalle muy curioso y es que cuando se firma la rendición a bordo del acorazado Misssuri, contrario a lo que esperaban los japoneses, el discurso del general fue más bien pacifista, lleno de respeto y sin ninguna clase de reproches.

Y es que hubo una feliz coincidencia, al congeniar con el primer ministro Shigeru Yoshida, con quien trató muchos y delicados temas, creando un ambiente respetuoso, pese a las discrepancias del momento que no eran precisamente las más propicias.

Hace pocos días, el primer ministro Shinzu Abe, refiriéndose al tema atómico expresó: “Japón, como único país que ha sufrido ataques nucleares, considera que es nuestro deber apoyar los esfuerzos de la comunidad internacional por lograr un mundo libre de armas nucleares”, señalando también que Japón hará de puente entre los países con posiciones distintas.

Ante esa tragedia de carácter muy difícil de calificar por sus terribles dimensiones y consecuencias, han surgido -sin mucho éxito- iniciativas para frenar la producción y uso de armas nucleares, por lo catastrófico que sería una guerra de esas características, Churchill llamó “el equilibrio del terror”, produciéndose una situación que va desde la buena intención a la mera postura hipócrita porque realmente no se ve voluntad, sinceridad en algunas propuestas.

Van desde la que lideró el antiguo ministro de Exteriores polaco, Adam Rapacki en 1957, llamado Desnuclearización de Europa Central, en plena guerra fría, a la que en 1960 presentaran los suecos llamada Club de Países sin armas nucleares, sin olvidar la del dictador rumano Nicolae Ceascescu, refiriéndose a una conferencia para desnuclearizar los Balcanes.

En la Unión Soviética, en su momento Leonid Breznev hizo gestiones en el mismo sentido y hasta el “pacifista” norcoreano Kin Yong un, que está buscando la forma de convertirse en potencia nuclear, pidió a Vladimir Putin que le ayudase a impulsar un plan que lograse en tres fases una supresión de las mismas.

Ha habido otras iniciativas, como el Tratado de Tlatelolco, que prohíbe el desarrollo, adquisición, ensayos y emplazamiento de armas nucleares en América Latina y en el Caribe y otro de carácter mundial surgido en el seno de las Naciones Unidas llamado Tratado sobre la Prohibición de armas nucleares aprobado el 7 de julio de 2017. Lo han firmado 82 países, pero hasta la fecha solamente lo han ratificado 40 y se requieren 50 para que entre en vigor.

Lo curioso es que las grandes potencias no quieren saber del tema y también cada día hay más intentos por entrar en ese todavía reducido número de fabricantes de bombas atómicas, como Irán y Corea del Norte.

El mundo sabe lo que significaría ese nuevo holocausto, pero se hace muy poco por evitarlo. Mientras tanto, hay que recordar aquel mensaje que existe en Hiroshima pidiendo “que todas las almas descansen en paz, porque no se repita el error”.

Yo hubiese añadido y que también las armas descansen para que haya paz. Copiando a Ernest Hemingway. “Adiós a las armas”.

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