ÉRASE UNA VEZ

ZV
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13 de agosto de 2020
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12:45 am
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ÉRASE UNA VEZ

CAPITALINOS Y EL AEROPUERTOLO DOMÉSTICO Y LA SOLIDARIDAD

BOLIVIA, en medio de la calamidad de la pandemia, se encuentra sumida en otro aprieto. Una crisis política. Muestra de la insensatez de la clase política que no da tregua al país que atienda a sus enfermos. Pero además de hasta dónde llega el interés mezquino de los partidos y sus dirigencias. Más o menos este es el cuento de la pesadilla inacabable del pueblo boliviano. Érase una vez un jefe indígena que llegó a la cima. Conduciendo a sus fieles cocaleros a protestar en las calles cuando la crisis del gas. Cayó un grande. Al depuesto mandatario lo sustituyó el segundo a bordo. Un académico cuya popularidad, iniciando la gestión, subió como la espuma. Tan autosuficiente se sintió que deshizo los partidos políticos. Hasta que los alborotos por un nuevo desencanto se salieron de control. Nuevamente, las trancas en las carreteras, la paralización del país, terminaron apocando la doctoral imagen. Para ese entonces no cupo la menor duda al pueblo boliviano que solo habría tranquilidad, si en vez de tenerlo abajo desarreglando, trepaban al artífice de las trancas callejeras.

Una vez encaramado, no hubo forma de bajarlo. Cambiando constituciones a su antojo, agotaba un período y se quedaba otro. De todos los socios de la Revolución del Siglo XXI fue el más duradero. Confiado en el respaldo de su grey, convocó un referéndum pidiendo permiso de continuar. Perdió la consulta. Sin embargo controlaba magistrados en la Suprema encargados de anular el escollo atravesado a medio camino por la consulta popular. Ya sin el estorbo se sometió a otra elección. Invitó al Secretario General de la OEA –opuesto a esos continuismos– pero allá en La Paz recapacitó aclarando que si otros se reelegían no sería un derecho igualitario que él no lo hiciese. Así, sintiéndose legitimado, el país concurrió a otra elección. Solo que en la noche del recuento de los votos, los números no ajustaban para cantar victoria en la primera vuelta. Sorpresivamente, al siguiente día, las cifras oficiales se voltearon. El Tribunal Electoral lo anunciaba, otra vez, como el indisputado ganador. Estalla el bochinche en las calles. Los opositores se le vienen encima. Manifestaciones que no daban señales de acabar. La OEA, dudosa del resultado, exige que vayan a la segunda vuelta. Insubordinación. El poder que se tiene no se suelta. Prosigue la procesión y los disturbios. El ejército y la policía intervienen. Renuentes a echarse el trompo a la uña de la represión. Cortésmente le solicitan que se vaya. Ni parpadeó. Sale disparado a México en busca de un aliado que le dé asilo. Allá denuncia ser víctima de un “golpe de Estado”. Para estar más próximo al escenario del conflicto se refugia bajo el ala protectora del irremplazable venezolano.

Mientras, un gobierno de transición agarraba el sartén por el mango –respaldado por los antiguos grupos opositores– con el compromiso de convocar a nuevas elecciones. Solo que sin repetición del que se fue, o sacaron, usted escoja. Tanto ha durado el interinato que el respaldo inicial, poco a poco, se han ido desparramando. Los antiguos aliados –enemigos del jefe espantado– hoy no se entienden. Con la tuerce que ahora todos quieren ser candidatos. Incluso los que una vez probaron la silla por un ratito. En eso pegó la pandemia. Con alto costo de desgaste al manejo de las intríngulis gubernamentales. La senadora que encabeza la transición es candidata presidencial. Pero también el académico –recuerdan la historia– sustituto del depuesto presidente cuando la crisis del gas. En la medida que el interinato se alarga el descontento crece, y la pandemia no merma. El partido MAS, del que se fue, parecería armarse con oportunidad de regresar. Aprovechando al desgrane de la mazorca. Las elecciones programadas para septiembre fueron pospuestas al mes de octubre. Otra vez la táctica desestabilizadora. Los cortes de carreteras y las trancas callejeras. Reina la incertidumbre y la zozobra. Esa es la naturaleza de la crisis política, en medio de una crisis sanitaria. El cuento no ha acabado. Y, quizás, el berenjenal, de momento, no tenga compostura. Lo viejo –rejunte de los mismos viejos partidos– no entusiasma al joven público indignado. Como para hacerlo recuperar la fe. Son los mismos resabios. Los mismos políticos de mañas parecidas. Quizás si surgiera algo nuevo que avivase la esperanza. No es solo de nuevas caras sino de nuevos liderazgos. Que es cosa distinta. (Como siempre, hay gente acuciosa con imaginación florida que alguna semejanza encontrará entre eso de allá y lo propio).

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