Poesía, ciencia y filosofía

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16 de agosto de 2020
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12:01 am
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Poesía, ciencia y filosofía

Por: Segisfredo Infante

Uno de los autores clásicos que pretendió encontrar un punto de empalme entre la ciencia y la poesía, fue el dramaturgo, novelista y poeta alemán Wolfgang von Goethe, uno de mis autores preferidos a lo largo de casi toda mi precaria existencia. Leonardo Da Vinci, dos siglos y medio antes que Goethe, se había apasionado con la anatomía del cuerpo humano y con los más raros inventos mecánicos de su época, asociando sus actividades de pintor renacentista, refinado, con sus inquietudes científicas innovadoras. Pero creo que desde la segunda mitad del siglo diecinueve y primeras décadas del veinte, se experimentó una especie de divorcio casi total entre la ciencia empírica y la poesía, hasta llegar a nuestros tiempos, con las singulares salvedades del caso.

A raíz del evidente divorcio entre la ciencia experimental y la poesía, algunos filósofos de la Europa continental de comienzos del siglo veinte y de fechas posteriores, al buscar los orígenes de la gran “Filosofía” entre las supuestas “ruinas” del pensamiento griego y de la cultura de los hebreos primigenios, se enteraron que la poesía y la filosofía estuvieron hermanadas durante mucho tiempo, sobre todo en el discurrir de los primeros filósofos presocráticos (o preplatónicos) y en algunos textos sapienciales del Antiguo Testamento. Es más, Parménides escribió su tratado metafísico fundacional sobre el “Ser” y el “no ser” utilizando la vieja técnica del verso griego. Razón por la cual los filósofos contemporáneos aludidos, incluyendo al controversial Ludwig Wittgenstein (y exceptuando a los neopositivistas lógicos del “Círculo de Viena”), sopesaron los valores misteriosos de la buena poesía, que según ellos debiera ser parte del discurso filosófico. Tal fue el trabajo intenso del hermeneuta Hans-Georg Gadamer y del crítico Walter Benjamín, para solo traer a los amables lectores los nombres de dos respetables filósofos del siglo veinte, quienes intuyeron que el empirismo, además de divorciarse de la poesía, se había enemistado con la gran “Filosofía” clásica. Al extremo que había que corregir estos entuertos.

Pero no todo ha estado perdido. Ni mucho menos. El mexicano Carlos Chimal publicó, hace algunos años, un conjunto de entrevistas y conversaciones bajo el título de “Luz Interior”, con el propósito de aproximar los “enigmas” del lenguaje de los científicos y técnicos sobresalientes del mundo actual, con los quehaceres literarios, acentuando la importancia de la novela y la poesía, porque los novelistas “se han vuelto los más fieles observadores y cronistas de la civilización tecnológica”, afirmó el señor Chimal.

Pienso que la observación del pensador mexicano podría ser válida para autores de ciencia ficción como Isaac Asimov quien, como una de las excepciones de la regla, supo empalmar la popularización del saber científico con las actividades literarias. En cierta forma también hizo labor popularizadora el científico de la NASA Mr. Carl Sagan, utilizando audiovisuales. Sin embargo, soy de la opinión que más atrás en el tiempo, Víctor Hugo fue un verdadero cronista de su época con la novela “Los Miserables”, en donde el escritor francés realizó una fuerte actividad holística al conjugar en aquella obra la dimensión histórica; los problemas sociales (como una anticipación de la sociología); los problemas del derecho de gentes; las circunstancias económicas y políticas; el humanismo; la religión; algo de filosofía y la literatura misma. Ignoro si en la novelística del siglo veinte existe una obra que exhiba la monumentalidad holística de “Los Miserables”. Tal vez “La Montaña Mágica” de Thomas Mann. O tal vez “El Nombre de la Rosa” del semiótico y pensador Umberto Eco. Es difícil precisarlo.

En Honduras conozco por lo menos cinco casos peculiares: El físico de partículas Josué Danilo Molina, cuando le queda tiempo elabora muy buena poesía, y además lee filosofía. El físico teórico Wilder Guerrero, un apasionado de la filosofía, especialmente en los ámbitos de la epistemología, también ha publicado ensayos en donde relaciona la poesía con la ciencia y el filosofar. Rigoberto Erazo, que está terminando sus estudios de física teórica, desea embarcarse en los temas del “Espíritu”. “Raulito” (me resulta difícil recordar su apellido), es un profesor de matemáticas que memoriza poemas. Y Diana Zepeda, profesora de matemáticas, escribe poesía.

Dilucidemos un poco las cosas. La poesía tiene empalme con la filosofía y la ciencia, y con todos los temas centrales que conciernen a la vida del Hombre. “Nada humano me es extraño”, decía un pensador antiguo. Por tanto el poeta o el narrador contemporáneos disfrutan la oportunidad de poetizar con sus propios lenguajes los grandes temas abordados por los matemáticos y científicos de cualquier especie. Sin embargo, nunca deberá confundirse la actitud científica genuina del poeta o del crítico de literatura, con el quehacer metodológico riguroso de la ciencia empírica que debe recorrer, obligatoriamente, los caminos inductivos y deductivos de la demostración; o de la comprobación práctica. Una cosa es la actitud y otra cosa el experimento.

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