La inmoralidad nos lleva al caos

MA
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18 de agosto de 2020
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12:32 am
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La inmoralidad nos lleva al caos

Marcio Enrique Sierra Mejía

La inmoralidad política es un hecho histórico crónico del devenir del Estado de Honduras. En cada época que ha vivido la sociedad desde los tiempos de su conquista hasta la actualidad, se realizan actos ofensivos que contradicen la conducta y los valores morales aceptados en nuestra sociedad. Son actos que reflejan la carencia de moral. Una maldad que indica costumbre. Cae en lo profano y la inmundicia. En un sentido cristiano, refleja la impureza del ser humano. Hay quienes sostienen una apología de la inmoralidad al argumentar que es una virtud, y que, a través del razonamiento, podemos encontrar una forma ética para vivir que no se limita a la moral como la obediencia a las costumbres impuestas; es decir, siendo éticos podemos encontrar una mejor forma de vivir en sociedad.

En la perspectiva filosófica, existe la ética normativa que arguye principios y reglas de cumplimiento obligatorio. “La ética es diferente de la moral, porque la moral se basa en la obediencia a las normas, las costumbres y preceptos o mandamientos culturales, jerárquicos o religiosos, mientras que la ética busca fundamentar la manera de vivir por el pensamiento humano”. O sea, para los filósofos no tenemos que limitarnos a lo moral como costumbre o el hábito, sino que debemos buscar un fundamento teórico para encontrar una mejor forma de vivir, un mejor estilo de vida. Toda ley se basa en principios éticos pero el Estado hace caso omiso a las cuestiones de la ética.

Históricamente, en Honduras la inmoralidad es crónica. Pareciera que la incultura predomina por sobre la cultura cívica. Y que, la ambición por el poder y el dinero, es lo que hace mover el desarrollo de Honduras sin ética alguna. Como que la sociedad política está atrapada en un círculo vicioso en el que las transacciones ilícitas son la droga que los hace caer en una especie de adicción.

Como lo evidencian muchos casos emblemáticos ocurridos en nuestra historia política, las conductas políticas son poco honradas, nada íntegras, de pandeado proceder, tachables que, nos indican, ausencia de virtuosismo, deslealtad a los principios, a la ética, a la justicia. Somos un país en donde la corrupción política es tolerada abiertamente y muchos de sus habitantes están faltos de moralidad. La ausencia de la verdad va de la mano con la desaparición de la virtud.

Los políticos hondureños en su mayoría caen en corrupción, actúan para alcanzar objetivos personales u oligárquicos que buscan enriquecerse del erario público. La corrupción se ha enraizado como modo de vida y pareciera prácticamente imposible cambiar dichos hábitos, e incluso, adquirir ideales sanos. Parece que los políticos han caído en un pozo de inmoralidad del cual no pueden salir.

Dicha expresión es muy reveladora, defectuosa y peligrosa. Al decir caer como que indicamos una mentalidad de víctima. En realidad, no es que han caído en la inmoralidad, sino que caminan hacia ella o se conducen de cabeza hacia ella.

Debemos darnos cuenta que la inmoralidad es una elección. No es algo que les ocurre a las personas. Es un hecho que los políticos hacen que ocurra. Los que cometen inmoralidad se vuelven cínicos e irónicos. Los individuos se tornan oscuros, nerviosos y envidiosos. Lo triste es que muy pocos se recuperan. Pierden la vitalidad y la alegría de la vida. Se han rebajado a tal nivel nuestras exigencias éticas, que inmoralidad y corrupción, se han convertido prácticamente en un estilo de vida. Es tan corriente y cotidiana que nos hemos acostumbrado a ella, como algo normal, natural y aceptado. La palabra, el honor y la dignidad parece hoy en día que no valen nada. Todo es liso y permitido. Todo da lo mismo, al menos en los políticos que son descubiertos en actos de inmoralidad y corrupción, cualesquiera sean estas, abarcando a nuestros diputados, funcionarios gubernamentales, municipales y otros políticos, genéricamente reconocidos como políticos de oficio.

Tal parece que son muy pocos los políticos que no toleran y consienten la inmoralidad, la mayor parte de ellos callan y continúan como si nada. Por más que se intente construir sobre cimientos inmorales como la corrupción y la mentira termina colapsando, cayéndose. Nada bueno se puede edificar sobre esas bases.

No queremos políticos cuya vocación sea maligna o corruptiva, sino una con actitud y convicción fundamental para dar servicio, testimonio de uno mismo, a la familia, a la sociedad y ante el Estado. Necesitamos una generación de políticos que den testimonio de coherencia de vida que, es el fundamento indestructible, sobre el que podemos construir un futuro personal, familiar y social.

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