Vida y lealtad de un solitario solidario

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21 de agosto de 2020
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12:48 am
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Vida y lealtad de un solitario solidario

¿Vuelven los oscuros malandrines del 80?

Por: Óscar Armando Valladares

Santa Bárbara, 1894. Un bebé de 12 meses capta el ojo de la cámara: el pelo y las cejas delineadas con carboncillo, los ojos muellemente apesarados. Nadie pensaría que esa angélica desnudez envaronaría un carácter agitado y agitador. Como otros apellidos de raíces foráneas -Morazán, Peck, Rush-, el suyo acusaba procedencia inglesa de enfrascada pronunciación. Llamábase Juan Pablo, hijo legítimo de Alfred -natural de la vieja Albión- y de Carlota Nuila, hondureña, hermana del famoso coronel Leonardo Nuila. Wainwright se apellidaba.

Heliodoro Valle, Medardo Mejía y sobre todo Ramón Oquelí fueron dándonos referencias del personaje, entre quienes como estudiantes activábamos en el Frente de Reforma Universitaria (FRU). Supimos que el hombre del apellido lingual complicado había sido miembro del Partido Comunista y que padeció encierros y persecuciones. Luego, por otros datos del maestro Oquelí, se amplió, en nosotros el espectro del que, además de activista social en los campos bananeros, se desplazaba como agente comercial, gustaba ser trotamundos, era padre y esposo entrañable y de joven hizo armas en la Primera Guerra Mundial.

Diez años se han cumplido del libro “Lealtad y rebeldía: la vida de Juan Pablo Wainwright”, escrito por Rina Villars, nativa de San Francisco de la Paz, Olancho, y residente en EE.UU. Si bien no hubo ocasión de conocerla, sabíamos de su formación en la esfera intelectual por conducto de su hermano, Carlos Villar Rosales, con el cual fuimos amigos y afines en afanes políticos y literarios, al punto de que en los estrados universitarios se hablaba familiarmente del “poeta Villar” y del “poeta Valladares”, por ser ambos ávidos lectores de la producción versal. Con otro común amigo, José Antonio Suazo, mantuvimos los tres un modesto bufete en las inmediaciones del parque Valle. Villar Rosales marchó a San Pedro Sula, ciudad en que la “litis” -ejercida con ahínco- le redituó prestigio y comodidad. En recíprocas y ocasionales visitas, renovábamos remembranzas de estudiantes. La última, convocada por los amigos Armando Dubón y Fernando Martínez, contó además con la presencia de Mario Alvarado, Arturo Morales, Edgardo Cáceres, Jubal y Rolando Valerio, encuentro del que conservo dos postales fotográficas. Su muerte sobrevino la mañana del 2 de agosto de 2007.

En su libro -prologado por Marvin Barahona-, Rina paraleló: “Entre el asesinato de Juan Pablo Wainwright, ocurrido en febrero de 1932, y el asesinato de mi hermano Carlos Efraín Villar Rosales, acaecido 75 años después, se tiende -a pesar de las disimilitudes en tiempo, espacio y circunstancias- un puente erigido sobre una misma base: el imperio de la impunidad reinante en Centro América… Fue bajo la sombra siniestra de esa impunidad, que los asesinos planificaron el crimen de un abogado de quien temían su reconocida capacidad profesional y su incorruptibilidad… La vida de Wainwright, un valiente y sincero luchador que vio en el socialismo la salida hacia un futuro promisorio para Centroamerica fue, de igual modo, cegada por la impunidad y ausencia de inseguridad jurídica en Guatemala”.

El estudio biográfico se sustentó en documentos, entrevistas, correspondencia, reportes desclasificados, todo ello dispuesto en partes y construido conversacionalmente, de manera que la autora, al habla con su biografiado, le va recordando sus andadas por Honduras, El Salvador, Guatemala; su camaradería con Manuel Cálix Herrera y Graciela García; su amor por la joven consorte María Eufemia -Fema- Durán y las niñas de sus ojos, Elena y Silvia; su retoño William Paul, que procreó en Barbados con Gwendolin Bynoe; el sobrenombre Juan Rayo; su rol de representante de Rolph-Clark-Stone, de Canadá (que según la inteligencia gringa proveía propaganda roja); su fuga del castillo de Omoa; sus reuniones y preparativos clandestinos; en suma, su arresto, su rebelde intento suicida y su fallecimiento a manos de sicarios al servicio de Jorge Ubico.

Dos fotografías, tomadas poco antes, recogen la estampa de un hombre seco, barbado, anteojos permanentes y cejas negrecidas que ya lucía en la mínima infancia aquel rebelde solitario y solidario. Lúcida y laboriosa es esta obra ilustrada de 2010, que Rina ofrendó a la memoria de Oquelí, a Silvia, la confidente hija de Juan Pablo y, por supuesto, al poeta Villar, su hermano, a quien por mi costado renuevo la evocación cariñosa a trece años de su infame deceso.

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