“El último, ¡que apague la luz!”

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28 de agosto de 2020
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12:13 am
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“El último, ¡que apague la luz!”

Por: Juan Ramon Martínez

El artículo del martes, causó variadas reacciones. Fuera de una aclaración sobre la salida de Rocío Tabora, todas ellas tienen algo en común: fuerte pesimismo, enorme desconfianza hacia JOH y su gobierno, dudas si los mencionados –a los cuales no consulté, como es natural, porque no es propuesta formal– aceptarían “quemarse”, me dijo alguien. Y el más sangrón, para molestarme me dijo: “no te van a escuchar”. De repente, por reflejos de lector, pensé en “El coronel, no tiene quien le escriba”, de Gabriel García Márquez. Solo un colega que escribe en LA TRIBUNA, aceptó que era positivo el planteamiento. Lo que aproveché, para decirle que, estamos en una situación parecida a cuando el avión en el que viajamos, le falla uno de los motores; y el piloto, regresa al aeropuerto y realiza un aterrizaje de emergencia. Todas las reacciones me permiten, algunas conclusiones que, no pretendo que sean la verdad, sino que aproximaciones para iniciar un debate sobre el presente y el futuro de la nación.

La primera conclusión es que la crisis del gobierno y de los partidos políticos, es una crisis de la sociedad. Si solo fuera lo primero, sería fácil la solución. Con solo cambiar el gobierno, las cosas cambiarían. Pero, no es así de fácil. La población está seriamente afectada. La de más edad, por la desilusión y la desesperanza. Los medianos, preocupados; pero aislados y en algunos momentos, interesados en no quemarse, no queriendo participar en el naufragio que anticipan, en la creencia ingenua que, no les afectará a ellos. Nunca nadie les ha hablado de la famosa pregunta ¿por quién doblan las campanas?”; ni tampoco entienden que, nadie es una isla, mucho menos en esta Honduras que, siento amenazada en su existencia. Pero lo peor que tenemos en este momento, es su juventud. Esta fue, desde el principio de la República, idealista, soñadora y emprendedora. Ahora, fruto de un sistema educativo fundamentalmente, más informativo que formativo, que en vez de formar carácter, capacidad para identificar y describir la realidad, ejercer juicio crítico y disposición para la acción transformadora, lo que tenemos es una generación que “es masa y no lo sabe”; y sin los méritos que da el esfuerzo, creen que todo se los deben dar, porque están obligados a servirles. Se imaginan el centro de la galaxia. El compromiso con la patria, es algo para los viejos tontos. Y soñar con una mejor Honduras, una estupidez.

Los universitarios, la mayoría formados por las universidades nacionales, viven de los títulos. Incluso algunos con PHD estadounidenses o europeos, se pavonean frente a las paredes donde los lucen. Cuando les pido cuentas sobre las ideas originales que han producido, callan. Muy pocos exhiben responsabilidad con la sociedad. Sin que pretenda ser original, creo que los que destruyeron la reforma educativa que iniciaron Manuel Antonio Santos, Jacinto Zelaya y otros, –que introdujeron los estudios generales, para dar visiones globales, para entrar al corazón de la hondureñidad y sonar una nueva nación–, son los responsables por las debilidades de la juventud. Y por el cinismo instrumental de los mayores de cincuenta años. Los más jóvenes son manipulables fácilmente. Los llevan a votar, especialmente en contra, porque como niños malcriados, –desde la idea que ellos todo se merecen–, se creen autorizados para destruir todo. Desde un supermercado, hasta el país que, les interesa muy poco.

La segunda conclusión es que, la sociedad se ha quedado sin cuerpos intermedios. En los sesenta del siglo pasado, no se notaba el autoritarismo que ahora se ha impuesto y en que el gobierno se coloca, como director de la sociedad. Sin partidos democráticos, –de verdad–, la falta de cuerpos intermedios, se suple con voces individuales de los escritores, que pedimos que hay que hacer un alto; dialogar, para forjar la unidad. Recuperando el rumbo de una nación afectada por el desprestigio internacional, y la irresponsabilidad que, muestra su población, que le importa un comino que nos lleve el diablo. Obligatorio, reformar la sociedad.

No me preocupa que me escuchen. Solo cumplo con mi deber. Anunciando los peligros y recomendar soluciones, estimulando el debate. No me interesa, que hagan lo que pido y menos, que acepten mis recomendaciones. Yo voy de salida. “El último sobreviviente, que apague la luz”.

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