CAPITALINOS Y EL AEROPUERTOLO DOMÉSTICO Y LA SOLIDARIDAD
AL masivo endeudamiento recurre los Estados Unidos para agenciarse los recursos millonarios con que enfrentar el golpe devastador que le propina la pandemia. “La deuda debería alcanzar el equivalente al 98% del PIB este año y superar luego el 100% del PIB en 2021, para subir al 107% en 2023, el nivel más alto en la historia del país”. “La CBO proyecta un déficit fiscal de 3.3 billones de dólares en 2020, ‘más del triple del déficit registrado en 2019’, principalmente por las perturbaciones económicas causadas por la pandemia de coronavirus y el gigantesco plan de ayuda a la economía desplegado por las autoridades”. En marzo, EE. UU. aprobó un paquete de estímulo económico de 2.2 billones de dólares, el mayor de la historia moderna del país. Ahora prepara otro plan de alivio y de asistencia.
Ello incluiría, “fondos adicionales para el Servicio Postal de Estados Unidos –a modo que pueda fortalecer el sistema de votación por correo en las próximas elecciones–; nuevos beneficios de desempleo ampliados; segundo cheque diseñado para ser gastado; financiamiento para ayudar a las escuelas a reabrir de forma segura; protección de responsabilidad para demandas relacionadas con coronavirus; programa de protección de nómina para ayudar a negocios a mantener los empleos; retención de crédito fiscal podría ayudar a pagar sueldos a los trabajadores; bono de regreso al trabajo hasta de US$450 a la semana; reducción fiscal de nómina para que los trabajadores reciban más dinero”. Obviamente que el imperio tiene avenidas abiertas que no existen para los pintorescos paisajes acabados. El dólar es moneda utilizada para las transacciones en el mundo entero. Aparte de ello, es recurso de reserva. Su valor no solo depende del desempeño económico de ese país sino de un valor agregado. Ello es la confianza que los países y sus bancos centrales atribuyen tanto a la realidad inmediata de la economía estadounidense como a su colosal capacidad de crecimiento y recuperación. Nada de esa confiabilidad tenemos nosotros. Aquí la economía y la salud de los mercados descansa en el ímpetu de su motor interno; de estirar la cobija hasta donde alcance emitiendo deuda interna con que cubrir los hoyos presupuestarios; de las remesas familiares que mandan nuestros compatriotas; de los bonos colocados en el exterior, en la medida que haya alguien de afuera deseoso de arriesgar dinero en esos papeles; y de los recursos frescos habilitados por los prestamistas internacionales.
Nadie confía que el lempira sea hule flexible que pueda estirarse más allá de la capacidad productiva de los hondureños. Aquí –resignados a la ilusión que el MAIZ sea tratamiento milagroso como para ir a compartir afuera la patente– no hay laboratorios experimentales, ni investigaciones científicas, ni descubrimientos tecnológicos, ni Silicon Valley. Ni nada creativo que pueda darle al país un empujón inesperado. Desde antes que la superficialidad de las redes sociales y el vacuo bullicio de los chats, desintegrasen el proceso cognitivo de la sociedad, ya había desaparecido como costumbre el buen hábito de la lectura. Así que no habrá repetición de otro sabio Valle, o de cualesquier otra mente genial de influencia trascendente. Ni réplica de las respetadas figuras de antaño –pocas quedan– cultivadas –cultura, talento e intelecto– leyendo libros no basura. Así que no queda más de lo que ya hay. Y para salir de este hoyo, solo con lazo prestado. La vaina –como decíamos ayer– es que si las multilaterales con su pachorruda burocracia han reaccionado tan pobre, lenta e ineficazmente a las ingentes necesidades de esta gigantesca crisis –ínfima asistencia de recursos a las estructuras económicas que se desploman– sacarles chispa sería más difícil que matar un burro a pellizcos. Pero no hay que desfallecer. La fe es aliento del alma.
