DOS FACETAS CULTURALES

ZV
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6 de septiembre de 2020
/
12:34 am
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DOS FACETAS CULTURALES

EN la evolución de las familias, las tribus, los pueblos y las naciones, el factor cultural es decisivo para el avance hacia adelante; o para el estancamiento. Los ejemplos al respecto son muchos, en cualquier punto cardinal del globo. Desde luego que una cosa es el avance modernizador y otra cosa, bastante diferenciada por cierto, la felicidad individual y colectiva. Las comunidades bosquimanas del sur del desierto de Kalahari, en África, se encuentran congeladas en un tiempo prehistórico, semisedentarizadas. Y en los días que corren, en plena hipermodernidad tecnológica, los bosquimanos parecieran ser felices, con sus taparrabos y con su modo particular de coexistir. No le hacen daño al planeta ni le hacen daño a nadie. No son consumistas ni tampoco le imponen sus cosmovisiones religiosas a los transeúntes. Así que debemos ser cautelosos al momento de abordar el tema tradicional de la cultura de los pueblos, en sus facetas positivas, ambiguas y negativas.

Honduras es un caso digno de ser estudiado en el capítulo de la cultura. Sabemos que existen estudios parciales al respecto, algunos muy cargados de ideología. Razón por la cual se necesitan estudios antropológicos sistemáticamente sobrios, a la luz de la realidad y de otras disciplinas como la etno-historia y la filosofía, desde la perspectiva axiológica. Esto cobra mayor importancia en una época en que parecieran haberse extinguido todos aquellos valores del hondureño bueno: propositivo, trabajador, obsequioso y educado.

Cuando utilizamos la palabra “educado” no nos referimos, de ninguna manera, a la consabida educación formal. Sino al hondureño respetuoso de los mayores. Cuidadoso para hablar y caballeroso con las mujeres. Esto conviene subrayar en un contexto en que hoy abundan las personas malcriadas y groseras de ambos sexos, que se explayan hablando mal de todo prójimo, sin ninguna capacidad real, u operativa, para transmitir valores positivos a los niños ni mucho menos a los adolescentes, quienes repiten como maquinitas todas las barbaridades. Tampoco nos referimos a aquellos profesores maleducados, o inciviles, que en diversos niveles escolares pasan, casi todos los días, inyectando odios políticos e ideológicos insubstanciales a las nuevas generaciones de estudiantes. Principalmente en secundaria y en las universidades. Con las buenas salvedades del caso, ciertos profesores exhiben pobreza cultural desmesurada. Varios de ellos son expertos en poner en circulación, en las redes sociales, todo el veneno seudo-político que sea posible a fin de hacerle daño, consciente o inconscientemente, al futuro de su propio pueblo.

De lo anterior podemos inferir que hay, cuando menos, dos facetas en la cultura tradicional de los pueblos y naciones. Una positiva y otra negativa. Las cuales chocan, se complementan o se excluyen mutuamente. En unos países más que en otros. Aquí conviene repetir que hace falta un estudio sistemático de los comportamientos promedios, y predominantes, de la mayoría de los catrachos. Hay factores positivos todavía subsistentes en varias comunidades del interior del país. Y en ciertos grupos urbanos integrados por personas de buena voluntad. Pero en las principales ciudades, sobre todo en las barriadas marginales, hay una cierta presencia de la cultura “lumpesca”, que tiende a imponerse cada día más, y que conspira contra toda posibilidad de desarrollo económico y humano.

Reflexionar, imparcial y sistemáticamente, sobre la problemática cultural de Honduras, tanto en las dimensiones materiales como espirituales, es un asunto que habrá de incidir sobre el futuro vital, de corto y largo plazos, de nuestro periférico país. No se trata solamente del “pensum” de las carreras educativas formales. Sino además, y sobre todo, del comportamiento diario de cada uno de los hondureños, incluyendo a los integrantes de los grupos dirigentes viejos y nuevos.

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