Septiembre, visión pesimista

MA
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15 de septiembre de 2020
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12:26 am
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Septiembre, visión pesimista

Juan Ramón Martínez

Desde el sábado anterior a las elecciones del 2017, me hice la pregunta si el sistema político y cultural de Honduras, soportaría los estremecimientos que provocaría en sus cimientos, un hecho que históricamente ha sido rechazado por el pueblo hondureño: la reelección. Especialmente porque había sido evidentemente forzada, manipulada por los órganos llamados a defenderla y respaldada hipócritamente por políticos pragmáticos que creyeron que podían derrotar a JOH. Tenía algunos antecedentes. En 1919, Honduras fue a una reelección en que el gobernante, presentaba como candidato a su concuño –de mucho prestigio, que había vivido toda su vida en El Salvador–, que el pueblo no conocía y era obvio que el gobernante quería seguir tras bambalinas gobernando al país. La revuelta militar, terminó con la forzada renuncia del gobernante.

Además de tal coincidencia que me hiciera pensar en su dolorosa repetición, tenía presente la visión circular de la cultura maya. Y, en lo práctico, la percepción sobre el deterioro del sistema institucional, la falta de compromiso del hondureño con el respeto a la ley, el retorno al paternalismo estatal, el individualismo que nos hace perder carácter y personalidad; y la debilidad de los partidos que, en vez de representar los intereses de sus adherentes, eran de hecho, sociedades de responsabilidad limitada en que, un caudillo en forma de propietario los había convertido en su hacienda particular, creaban las condiciones para una revuelta. Los hechos se produjeron como habíamos anticipado. Y el precario gobierno de JOH, no cayó por el respaldo de las Fuerzas Armadas y la Policía. El Partido Nacional, para entonces y ahora más, había perdido el control de la calle y carecía de fuerza y liderazgo, como el de antaño, en que todos, o la mayoría de los “profesionales” tenían en la alforja, el despacho de coroneles gritados. Porque, realmente la única institución que impide que el gobierno se mantenga en forma precaria –hasta cierto punto, porque es limitada su capacidad para controlar todo el desorden que se pueda producir– son las Fuerzas Armadas y la Policía Militar del Orden Público. La Policía, por más esfuerzos que se han hecho, no ha recuperado la jerarquía, la obediencia a la ley y el compromiso con Honduras y sus instituciones. Los narcotraficantes le han hecho mucho daño a su imagen.

Por lo anterior, los que siguen creyendo que la anarquía nos llevará por ella misma –en una dialéctica marxista que se ha demostrado que no es operable– se han dedicado a desprestigiar a las Fuerzas Armadas. Desde la academia universitaria, con apoyo de fundaciones extranjeras, algunos medios periodísticos sonámbulos que no saben cuánto pesan los muertos y, desde algunos políticos egocéntricos descontrolados que, no saben que, sin las Fuerzas Armadas jamás ellos podrán gobernar. Y que crear una nueva, no es cosa de un día para otro. La creación de la Guardia Civil en 1959, provocó o aceleró el golpe de Estado de 1963.

Una justificación de mi pesimismo. Lo he repetido mucho: los políticos en su mayoría, tienen muy poco pupitre en su hoja de vida. Y como ciudadanos, pocas lecturas. Lo que los anima no es la historia; ni el análisis de las fortalezas y las debilidades de la sociedad hondureña. El individualismo exacerbado que, ha llevado a algunos a trasladar la soberanía, de Tegucigalpa a Nueva York, les ha impedido tener una lectura correcta de la realidad. Por ello, no perciben el disgusto ciudadano generalizado y creciente; los efectos que las suspensiones de garantías que sufrimos, han producido en el temperamento nacional. Y menos el rechazo que las mayorías tienen contra la política, la democracia y los políticos. Por ello, siguen como si nada, hablando bobadas, peleando por confites regalados en el suelo, sin conciencia del peligro que enfrentamos. Especialmente si JOH, incurre en el error de imponer su sucesor. Carías pudo hacerlo. Y con sabiduría escogió a Gálvez, porque sabía que sanaría las heridas provocadas por su extenso y duro gobierno. Pero Gálvez no era albañil. Y Carías era un hombre con más habilidades políticas que nuestro gobernante. Por ello, ahora que celebramos el Día de la Independencia, en que algunos creen que como niños, que esta nos la regalaron los fundadores, debemos ver con preocupación la realidad. Para que el vendaval no destruya los cimientos de la nación.

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