¿QUIÉN SIGUE?

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19 de septiembre de 2020
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¿QUIÉN SIGUE?

EL CONTAGIO Y LAS ALARMAS

DESDE que aquí se apearon al titular del Ejecutivo bajo la fachada de la “sucesión constitucional”, otros han sido más cautelosos. Se dieron cuenta que tomar atajos podía acarrear castigos. Entre otros, suspensión de la OEA. A cualquiera, menos a la enraizada autocracia venezolana. Esa polvareda, de aquellos lodos, no se la han podido sacudir de encima. Pese a que el asiento en la organización hemisférica lo ocupa el representante del autoproclamado, Nicolás dirige las riendas del gobierno de hecho. Antes bien, maniobró dejando como florero de adorno al parlamento controlado por la oposición. A estas alturas del cuento –escaramuzas para quitarlo y nunca lo quitan– el pueblo resignado perdió la fe. No estima que vaya a llegarse ese día. A lo que los lleva es a otras elecciones, con la oposición desparramada, para librarse de los estorbos que quedan. Pero sigamos recapitulando. En Perú aprendieron la lección hondureña. Al cura tunante lo corrieron con una renuncia apurada y un juicio político sucinto.

A Dilma Rousseff en Brasil le metieron un “impeachment”. Para no dejar títere con cabeza, a su jefe lo metieron al calabozo. Desde allí quiso volver a postularse, pero le atravesaron las trancas. Vetado a participar. El líder autóctono de los cocaleros en Bolivia intentó eternizar haciendo trampa. Las calles se calentaron, el desorden hizo caos y la OEA se le dio vuelta. Cuando los militares le retiraron el apoyo obedientemente renunció y se zafó. Barajustó a México. Bajo el ala protectora de su aliado, estuvo refugiado unos días pasando el aguacero. Allá cambió la versión a la de “golpe de Estado”. Emprendió viaje de regreso al sur. Estar más cerca, pero a distancia prudente, de los molotes. Disfrutando la hospitalidad de su otro aliado argentino. Está como huésped distinguido instalado a pocos kilómetros de su país. Inhabilitado políticamente. Pero cuenta con un partido leal y organizado. No despega el ojo del conflicto, ni de la tentación de regresar. En el peor de los casos no perder del todo lo que le queda. Hurgando para que las próximas elecciones no sean remedio a la inestabilidad que sufre el país. Allá en Perú los tentáculos corruptores de Odebrecht pulverizaron la clase política. Aparte de descabezar varios gobiernos. No hay presidente que sirva ni chunche que les funcione. Los que no están presos se suicidaron. La vacancia obligada de PPK (nada que ver con la escuadra alemana) fue cubierta trayendo de Canadá al embajador –segundo a bordo– a quien tenían marginado, allá en el exilio dorado.

La cruzada populista del sustituto –ya cómodo en la silla– contra políticos y diputados malqueridos le agenció popularidad. Sin partido y sin apoyo político, se encaramó a tuto de la indignación callejera. Emulando a Fujimori disolvió el Congreso. Pero contrario a lo ocurrido al agonizante dictador, esta vez las cosas fueron distintas. La gente hastiada de la política vernácula ocupa de adalides –o remedo de adalides– que desmoronen lo que queda de los partidos. Sonoros aplausos y vítores en las calles. Ahora, el Congreso, –con moción de destitución–, le abrió juicio político por “incapacidad moral”. El Tribunal Constitucional rechazó extender la medida cautelar, solicitada por el Ejecutivo para atajar el proceso de interpelación. El mandatario golillero –“yo no me corro”–acudió con su abogado a defenderse. Improbable que obtengan los 87 votos requeridos para cesarlo del cargo. Casi, que ocuparían sumar todos los abstencionistas a los que votaron a favor de abrirle juicio. Ese es el triste espectáculo que se repite, con variación de actos, pero con los mismos actores, una y otra vez. La tragedia se agudiza con crisis políticas en medio de los estragos de la pandemia. Si cae Vizcarra –dudoso que suceda– el bullicio de la juerga continúa. Con cábalas y conjeturas alrededor de ¿quién sigue después? A cuál de la cola le toca el turno.

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