Los pobres, desconocidos y ofendidos

MA
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22 de septiembre de 2020
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01:06 am
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Los pobres, desconocidos y ofendidos

Juan Ramón Martínez

De las declaraciones de Yani Rosenthal, lo que más me impresionó fue su expresión, que tuvo que ir a Estados Unidos, para conocer a los pobres. Pese a ser un joven político, exministro de la Presidencia, egresado en Derecho de la UNAH y que, como banquero participó y conoció negocios y actividades en los que los humildes meten el hombro, nunca se dio cuenta quiénes son los pobres, qué hacen, cuánto sufren, qué sueñan, por qué se van a los Estados Unidos y a Europa. Su sincera declaración, permite una conclusión elemental: el distanciamiento entre los políticos y los votantes, es muy profundo. Basado en el mutuo desconocimiento. Que los pobres no conocen a los políticos lo sabía. De lo contrario, no votarían, suicidamente, por ellos. Y siguen haciéndolo no por estupidez, sino fruto de su ignorancia. Lo que no había oído nunca es, a un político adolorido y afectado, por el encarcelamiento en Estados Unidos, que en Honduras no había conocido a los pobres. Oído de sus contribuciones a la vida económica. Y, mucho menos, de su capacidad para soportar el irrespeto y la desconsideración de los que se creen dueños de Honduras. Y que pueden hacer de ella, una finca cafetalera, ganadera o de producción agrícola para exportación.

Después de oír a Rosenthal, caí en la tentación de pensar que, sería bueno para los políticos unas vacaciones en las cárceles de Estados Unidos. Para que allí, desarrollaran una visión más exacta, comprensiva y compasiva de los que, hay que decirlo, son los que sostienen a Honduras. Ya un médico –mientras conversábamos en la entrada del Hospital Escuela, donde tenía hospitalizado al único sobrino que llevaba mi nombre– me había sugerido, durante la primera campaña de JOH, que era muy bueno que lleváramos a los candidatos disfrazados, a internarlos en los hospitales para que conocieran la situación, que no es nueva, sino que es una forma de irrespetar, por ignorancia o mala fe, a los más pobres. Me reí. No le di mayor importancia. Pero ahora, oyendo a Rosenthal, llego a la conclusión que hay picarillos en la política; acomplejados sociales que quieren el poder para demostrarle al padre desconocido, de lo que son capaces sus hijos despreciados; o ególatras desquiciados, que viven fuera de la realidad; pero lo peor es que la clase política –perdón por la expresión– la mayoría no conocen el país, ignoran a su población, y olvidan de dónde sale la riqueza para financiar sus vanidades. Que es buena idea para que conozcan la calidad del sistema hospitalario.

Los pobres son los que sostienen la economía. Mantienen equilibrada la moneda. Sin su contribución generosa; pero poco valorada, aquí nos estaría llevando el diablo a todos. Ellos aportan al Producto Interno Bruto, la mayor contribución por sector. Más que la maquila, los cafetaleros, los agricultores de granos básicos y de otros sectores. Además, desde la distancia y los sufrimientos, efectuando trabajos que no quieren hacer otros, a ellos los vemos en desfiles, orgullosos con la bandera hondureña, celebrando con alegría las fiestas del 15 de septiembre. Mientras sus hijos, atrás, abandonados, corren los riesgos de la violencia.

Aman más a Honduras que, muchos que la usan solo para cumplir sus caprichos. A cambio, no reciben el reconocimiento merecido. Apenas, hay una ley mezquina que les permite, una vez al año, traerle a sus familiares, recuerdos y regalos, por los que no pagan impuestos de introducción. En El Salvador, país donde la situación es más apreciada, han construido un monumento al “Hermano Ausente” que los saluda en el Bulevar de los Héroes. En Honduras no. Los pobres, aunque sean muchos, como dijera Sosa, en una expresión evidente para todos, menos para los políticos que los ignoran porque no los conocen siquiera, no reciben consideración y aprecio. Más bien aquí, es un deporte engañarlos, comprándoles los votos, haciéndoles regalos ofensivos, que aunque necesarios, laceran su dignidad.

Los que dominan y manejan este país, como si fuera suyo, tienen que estudiar el fenómeno de la pobreza, sin tener que ir a las cárceles de Estados Unidos. Y dejar el cinismo de aprovecharse de ellos para ganar elecciones, a cambio de ofenderlos con todas las ingratitudes imaginables. Y más bien se impongan, como tarea inevitable, liberarlos de la esclavitud de la pobreza.

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