El sentido correcto de la conversión

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27 de septiembre de 2020
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12:02 am
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El sentido correcto de la conversión

Por: Mario E. Fumero

En los tiempos en que vivimos, muchas verdades tradicionales y fundamentales se han ido diluyendo, para dar paso a técnicas de masificación e inducción, que diluyen el sentido original de las mismas. Una de esas palabras vitales y vinculadas al cristianismo, que se ha desvirtuado es el término “conversión”.

¿Qué es conversión? Procede del griego “epistrophe” que significa volverse atrás, cambio de dirección, media vuelta. Fue el mandato del mensaje de Pentecostés el cual envolvía dos mandatos específicos: “arrepentirse y convertirse”. Hecho 3:19. En el sentido del latín “conversio” que hace referencia a la acción y efecto de convertir o convertirse (hacer que una persona o una cosa se transforme en algo distinto de lo que es en primer lugar el principio bíblico que establece la conversión como la fórmula para el cristianismo.

Sin embargo, entre las técnicas adoptadas en los últimos años para llevar a las personas a una conversión inducida, se estableció el concepto de aceptar a Jesucristo como salvador personal con tan solo “levantar la mano”, o “poniéndose de pie”, o “pasando al frente”, acción con la cual, según dicen, refleja la conversión. Es ahí cuando los evangelistas, en sus campañas, llaman a la gente al frente para ser salvos, y después publican estadísticas afirmando que tantas personas aceptaron a Cristo, y se convirtieron, por el simple hecho de haber pasado al frente, pero ¿hasta qué punto esto es verdadero según las Sagradas Escrituras? ¿Puede una simple acción de pasar al frente producir la salvación? ¿Es esta una evidencia de la conversión? ¿Sobre qué fundamento bíblico podemos sostener tal afirmación?

La conversión es el efecto final de un proceso mediante el cual la persona se arrepiente y cambia de dirección, al escuchar la palabra de Dios. (Romanos 10:17) y ser convencida de pecado por medio de Espíritu Santo. Esto es conocido en la Biblia como el Nuevo Nacimiento. (Juan 3:7). Para alcanzar una genuina conversión, se necesita primero la justificación por medio de la fe mediante arrepentimiento. (Romanos 5:1). El término arrepentimiento envuelve “reconocer mi falta o pecado, y proponerme dejarlo de hacer”. Segundo, la regeneración, que es un cambio de estilo de vida. (Tito 3:5), y tercero, la santificación que es la meta final en el proceso de perfección y la obra cumbre del Espíritu Santo. (1 Pedro 1:2).

Pablo enseña esto enfocando dos aspectos: el cambio en la vieja forma de vivir, del hombre viciado. (Efesios 4:22), para revestirse del nuevo hombre. (Efesios 4:24), conforme a la imagen de Jesucristo, lo cual produce un nuevo hombre o criatura. (Efesios 2:15, 2 Corintios 5:17). ¿De dónde hemos sacado el término “aceptar a Cristo” y pasan al frente como fórmula de salvación? La Biblia enseña que la salvación es el producto de la confección de Jesucristo como Señor o “KYRIOS”, que significa soberano o rey. (Filipenses 2:11), o sea, el que Jesús gobierne nuestras vidas.

Para poder tener la salvación se requiere reconocer la muerte sustitutiva de Cristo en la cruz del calvario como primer paso, y confesar públicamente nuestra fe en Jesucristo. (Romano 10:9). Esta fe tiene que ser coherente con nuestro estilo de vida. Si no hay cambio, no hay conversión. A esto le llamó Jesús frutos de arrepentimiento. (Mateo 3:8, 7:16, 20).

No hay nada más triste que creernos salvos y andar en pecado. O creernos cristianos, sin haber sido transformados. O creer que, con una simple acción, hay una transformación sin humillación. La conversión se manifiesta en la aceptación de las demandas de Jesucristo, las cuales radican en tres principios básicos según Jesús en Mateo 6:24:

Primero: negarnos a nosotros mismos, que es poner nuestro “yo” sujeto a su Señorío porque ya no vivo yo, sino que Cristo vive en mí.

Segundo: tomar la cruz que significa estar dispuesto a padecer como buen soldado de Jesucristo. (2 Timoteo 2:3).

Tercero: obedecerle, que es el estar dispuesto aceptar todo lo que él nos ha mandado. (Mateo 28:20).

Cuando cumplimos estos tres requisitos, es cuando entonces experimentaremos un cambio de actitud que evidenciará la salvación en nosotros, porque aunque somos salvos por la fe, (Efesios 2:8), la misma se evidencia por las obras. (Santiago 2:17-18).

La conversión, por lo tanto, es un proceso, y no se adquiere con el simple hecho de levantar la mano o pasar al frente, sino que se requiere confesión y aceptación del Señorío de Cristo en nuestras vidas. Así que esos llamamientos evangélicos que no envuelven compromiso de sometimiento, no tienen respaldo bíblico. Jesús establece que hay que confesarle delante de los hombres. (Mateo 10:32). La confesión no es una simple acción, sino una forma de creer y vivir reconociendo el Señorío de Cristo, principio este proclamado a todo lo largo de las epístolas paulinas.

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