“Palabras… Palabras… Palabras”

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1 de octubre de 2020
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12:15 am
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“Palabras… Palabras… Palabras”

Por: Segisfredo Infante

Se trata de una canción popular, cantada en español y en italiano, como en una especie de contrapunto entre dos personas hipotéticamente enamoradas. Pero sospecho, a la vez, que en su origen es una frase de William Shakespeare, en una de sus obras inmortales. Creo que más específicamente se encuentra en el “Hamlet, Príncipe de Dinamarca”. Ojalá que la memoria no me traicione. Pues se trata, además, del tema vital del lenguaje que sufre una especie de vaciamiento cuando los parlantes usan y abusan de él, especialmente en las campañas políticas, en donde no existe ningún contrapunto, en tanto que sólo hablan los que tienen derecho a subirse a las tarimas o a utilizar el micrófono de ocasión.

El segmento social que escucha a los “oradores”, solamente puede gritar algunas consignas prefabricadas. Pero nunca opinar a fondo acerca del discurso. Mucho menos en una concentración pública masiva, dentro del estruendoso ruedo preelectoral. Además, la psicología ha estudiado que las personas suelen exhibir dos comportamientos contrapuestos: Uno cuando están colectivamente agrupados y se vuelven histéricos, violentos o casi violentos. Y otro comportamiento, muy diferenciado, cuando tal o cual individuo se encuentra aislado y le preguntan sobre sus verdaderas opiniones políticas de ocasión; o respecto de diversos temas. El individuo solitario (de ambos sexos) parece una mansa paloma incapaz de inferirle daño ninguno a nadie. Por eso Medardo Mejía solía expresar que los olanchanos son buenas personas. Pero sólo es que se junten más de tres individuos a conversar en una esquina, o debajo de un matorral, y ya se organiza “una banda de cuatreros”. Esto lo verbalizaba “Don Medardo”, quien era un olanchano orgulloso de su origen “milpero”; pero al mismo tiempo culto y chapado a la antigua. Un poco en la línea del exquisito Froylán Turcios y del conciliador Guillén Zelaya. (Es incomprensible cómo los olanchanos actuales han podido olvidar a aquellos escritores que sabían expresarse correctamente; que amaban a Honduras; que eran finos con las mujeres; gustaban de los buenos libros; eran condescendientes con el prójimo y respetaban a otros escritores, aunque “razonaran” muy diferente de ellos).

Para los auténticos filósofos, el lenguaje es uno de los temas vitales. Por eso uno de los grandes filósofos del siglo veinte expresó en un pequeño libro que “el lenguaje es la casa del ser”, y los pensadores y poetas son los guardianes de esa casa. Estoy escribiendo lo anterior a pura memoria. Por eso corro el riesgo de equivocarme, en algún entrecomillado o en una tilde. En consecuencia: si acaso “el lenguaje es la casa del ser”, algunos políticos de nuestro patio atropellan al “Ser” casi todos los días y semanas. Dicen cualquier barbaridad. O el primer disparate que se les cruce por la mente; y ofenden a diestro y siniestro a todo aquello que perciben como un posible obstáculo para sus objetivos propios derivados de la megalomanía extrema que les caracteriza, para desgracia del pueblo de Honduras. Sopesar tales ofensas cotidianas es muy poco, pues en realidad algunos se dedican a exagerar los hechos, a difamar y calumniar.

No logro comprender cómo tales individuos con nivel universitario, que según una vieja clasificación de Aristóteles son “animales políticos” (o “animales racionales” según otras versiones), logren “percibir” que al difamar, abiertamente, a todas las instituciones y personas del país, le hacen un beneficio al pueblo. De hecho, en mis lecturas políticas he conocido personajes europeos que pierden las elecciones en los últimos días por el simple hecho de difamar en público a su principal contrincante. Hay un tribunal oculto en el alma de cada persona más o menos madura, que se disgusta en el momento en que alguien difama o calumnia a sus “adversarios” por motivos justificados o injustificados, como suele ocurrir en varias campañas políticas. O en eventos de literatura sectaria. Acepto que mis lecturas en este territorio de la política son bastante limitadas, si las comparamos con las lecturas de los politólogos Julio César Cabrera, Ernesto Paz Aguilar y Edgardo Rodríguez, los tres de diferentes tendencias; pero respetables en sus propias cosmovisiones y actitudes. Porque la democracia sólo tiene sentido cuando se respetan las diferencias plurales y se evitan los totalitarismos.

Cuando algunos personajes hablan en nombre del pueblo me dan escalofríos en la espalda. Por varios motivos y razones. A algunos de ellos les conozco desde hace varios años y entiendo que nada saben del concepto histórico cambiante de “pueblo”. Encima, toda la gente reconoce sus estilos de vida y sus enormes distanciamientos con las necesidades reales y multiláteras del pueblo heterogéneo de Honduras, incluyendo su clase media, muchas veces lastimada. Cuando William Shakespeare utiliza la frase extendida de “Palabras… Palabras… Palabras”, lo hace en el contexto de una tragedia medieval en el pueblo confundido y engañado de Dinamarca. Esto se refiere a la pérdida de contenido del lenguaje que es altamente precioso en sí mismo.

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