Pongamos que hablo de Madrid (2/3)

OM
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3 de octubre de 2020
/
12:39 am
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Pongamos que hablo de Madrid (2/3)

En septiembre de 1984, viajo a Madrid por tres años, gracias a una beca concedida por el Ministerio de Relaciones Exteriores de España, para estudiar un doctorado en Derecho en la Universidad Complutense. Contaba con 26 años de edad. Vivía en el número 9, segundo piso de la Calle Moratín. Las novelas aún no aparecían, pero sí las series como “El coche fantástico”, “la familia Ingalls”, “Dallas”, “Falcon Crest”. “Tristeza de amor”, serie de Televisión española, dirigida por Manuel Ripoll, que consta de 13 episodios, estrenada en 1986, fundamentada en la radio española de los años ochenta.

 

Sus protagonistas principales son: Alfredo Landa (como Ceferino Reyes), Concha Cuetos (Carlota Núñez), Eduardo Fajardo (Rivera), Carlos Larrañaga (Figueras), Fernando Hilbeck (Walter), Emma Suárez (Leticia), Walter Vidarte (Damián), Conchita Montes (Regina) y Nadiuska (que interpretaba a la artista rusa, Catalina Yamanova). La canción de los títulos de cabecera de igual nombre “Tristeza de amor”, compuesta e interpretada por el cantautor Hilario Camacho, alcanzó gran popularidad.

 

Entre los comediantes recuerdo a Miguel Gila (inolvidable video el de la Guerra), Martes y 13 (Josema y Millán, memorable el video de despedida del año 86, llamado “Empanadilla de Móstoles”), Pedro Ruíz, de gratos recuerdos su sección denominada “El libro gordo de Pedrete”, de su programa “Como Pedro por su casa”, en la que hacía parodias de los temas de actualidad. Emilio Aragón, José Luis Moreno, Antonio Ozores.

 

Hoy en día me gozo con las parodias políticas musicales de los Morancos un grupo de extraordinarios humoristas formados por los hermanos César Cadaval (el menor) y Jorge Cadaval (el mayor), originarios del barrio sevillano de El Tardón, en Triana. En el apartado a libros, periódicos y revistas, todos los días adquiría, por lo general en el quiosco más cercano a mi domicilio, los periódicos, “ABC”; “El País” (los que ahora leo en su edición digital) y “Diario 16”. Aquí mismo compraba semanalmente las revistas, “La Guía del Ocio”, “¡Hola!” e “Interviú”, que se vendían los días viernes.

 

Y una vez al mes las revistas de cine. “Fotogramas & videos”, “Acción”, “Imágenes de actualidad”, “Fantastic”, “Cinemanía”, “Dirigido por…”, y “American Cinematographer”. Los días domingos, junto al periódico venia una revista con temas y reportajes de actualidad. Y lo más importante, en medio de esta, el capítulo o fascículos correspondiente al coleccionable del momento. Al término de las entregas, el mismo quiosco vendía las “tapas” (carátulas o pastas duras), y ya quedaba un libro por un precio ciertamente irrisorio, algo que yo llamo “la cultura al alcance popular”.

 

 

De esta forma, me hice de los siguientes coleccionables: “La historia viva del Real Madrid”, “La Gran Historia del Cine”, escrita por Terenci Moix, célebre escritor y apasionado cinéfilo español, y “La historia ilustrada de Franco”, los tres del diario “ABC”. “Historia del Cine Español en 100 películas”, editada para “La Guía del Ocio”, y escrita por el crítico y director de cine, Fernando Méndez-Leite. “Historia del rock” y “Guía Visual de Pintura y Arquitectura”, las dos publicaciones de “El País”, “La Guerra Civil Española” (dos tomos), e “Historia del Cine. A-Z” (dos tomos), ambos de “Diario 16”.

 

“Los Secretos del Cine Erótico”, de la revista editada en Catalunya, “Interviú”, escrito por Luis Gasca, editor español del cómic y del cine. En estos mismos quioscos eventualmente, también se ponían a la venta enciclopedias, saliendo los libros semanalmente. De esta manera pude adquirir “La Historia Universal del Cine”, de la editorial Planeta, que consta de 30 volúmenes, y “Gran Historia Ilustrada del Cine”, de editorial SARPE, que tiene 15 tomos.

 

Y en lo que se refiere a las funciones de cine, estas salas presentaban diversas características, entre estas, pequeñas salas de cine de los centros comerciales o bien, majestuosos teatros, como por ejemplo los situados en C/Gran Vía y Plaza Callao. Las butacas estaban enumeradas, y uno podía escoger las de enfrente o las de atrás. Había un acomodador que nos llevaba a la silla seleccionada, y por lo general, se le daba propina. La pantalla estaba oculta por una cortina que se abría para dar los avances de las películas próximas a exhibir, tras lo cual la cortina se cerraba, y minutos después, otra vez se abría ya para darle paso a la exhibición de la película de ocasión.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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