Nuevamente los migrantes, Rafael Delgado
El intento de miles de hondureños, los mojados e indocumentados como se les ha llamado, de emprender el camino hacia el norte, está una vez más allí, plasmado en una muchedumbre de jóvenes y niños. Cargando pocas cosas y muchos sueños sobre sus espaldas, en un ambiente de caos y de una presencia policial hondureña con pocas posibilidades de pararlos, insisten y cruzan la frontera para dejar constancia a los que quedamos de los desaciertos del país y sus terribles consecuencias.
La migración de los hondureños hacia el norte es un proceso recurrente que toma formas variadas. Tradicionalmente eran los pequeños grupos que silenciosamente osaban el camino plagado de riesgos y de varias fronteras. Ahora son los grandes grupos que se organizan con el objetivo de aprovechar alguna circunstancia que haría de esta forma la salida y el trayecto menos difícil. Con esto, es decir con la migración abierta, violenta y desgarradora, sube el nivel del éxodo de los hondureños. Y lo que recibimos ya no son los testimonios de lo que sucedió hace unos días o semanas en algún lugar de las fronteras de la región, sino de lo que está sucediendo en estos precisos momentos con miles de hondureños en algún punto fronterizo desafiando el poder policial y militar de los gobiernos de la región alineados para impedir el paso del migrante. Agobiados por las imágenes de esa masa corriendo, no terminamos de entender completamente la osadía ante un éxito tan incierto, hasta que escuchamos pedazos de la biografía de algún joven que emprende ese camino tan azaroso huyendo de las condiciones sumamente precarias en las que vivía él y su familia.
Al final captamos que se trata de hondureños que además de vivir en situaciones lamentables, vulnerables en todo sentido, han perdido la esperanza que las cosas mejorarán en el país. Eso es fatal. La gran mayoría de ellos muy jóvenes, quizás con apenas 6 años de educación formal, con hijos y otros familiares que sostener; la mayoría de ellos con la ilusión de trabajar y ganar ingresos suficientes al igual que su vecino, su pariente u amigo que ya está allá y que se convierten en el ejemplo de la familia y de la comunidad de algún abandonado lugar de Honduras. El cálculo es sencillo son 13 dólares la hora en EUA contra 1 dólar por hora en muchas actividades económicas en Honduras. Ante estas diferencias, según la lógica de muchos, vale la pena arriesgarse a un camino con riesgos mortales, con autoridades dispuestas a pararlos, pero que si se logra en un par de meses rinde sus frutos.
El mensaje de las autoridades hondureñas, que es inútil lo que intentan hacer los migrantes, es la voz cínica de los que mandan y que han fracasado estrepitosamente en su quehacer supuesto de crear condiciones más o menos estables y prometedoras para los hondureños. La versión sobre algo organizado para manipular la agenda electoral suena incomprensible ante la situación que en efecto se vive aquí.
Esa gente que escapa de la pobreza, de la falta de empleos e ingresos ya no se detiene con nada. Ni los pequeños regalos interesados que pueden recibir de alguna autoridad; tampoco el desplante publicitario de obras públicas que debieron haberse hecho hace más de diez años, mucho menos las ciudades modelo. Han escuchado tantas mentiras, han vivido tantas desilusiones que no pueden esperar más y emprenden el camino hacia adelante.
A la gente hay que devolverle en primer lugar las esperanzas que las cosas pueden mejorar y esto se logra con nuevos líderes en el gobierno, la política y los negocios que deben demostrar verdadera vocación por el bien de la gente. Los escándalos en que una gran mayoría de ellos se ven envueltos, ya sea por corrupción, negligencia, narcotráfico y lavado, son factores que a la larga fomentan la desesperanza de la gente ya que identifican correctamente que todo en el país conspira contra ellos.
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