La ira social en Honduras

ZV
/
8 de octubre de 2020
/
12:03 am
Síguenos
  • La Tribuna Facebook
  • La Tribuna Instagram
  • La Tribuna Twitter
  • La Tribuna Youtube
  • La Tribuna Whatsapp
La ira social en Honduras

Por: José Luis Núñez Bennett
Cnel. (R)

Sentimos como si Honduras estuviera llegando al punto de ebullición, vemos más llamas fulgurantes que chispas en el fogón. Una crisis económica sin precedentes nos acosa, producto en parte por la pandemia, superando los ochenta mil contagios y dos mis cuatrocientas muertes. Esta semana se avivaron nuevos incendios, incluida una escena deleznable ante la estatua del héroe epónimo Francisco Morazán y un circo público prejuzgando a dos exfuncionarios de Invest-H. La ciudadanía en general percibe una fría respuesta a las acusaciones de corrupción en el manejo de fondos públicos. Rotulaciones alusivas se instalaron en varias ciudades. Así mismo, grupos sociales reclaman solución al desempleo y la salud. Y, a medida que la contienda política se aproxima la ira social se calienta, esto nos permite observar con un lente crítico los orígenes de la actual situación y las creencias cívicas que amenaza con derribar, así como las formas en que podemos trabajar juntos para apagar las llamas.

Nos preguntamos si estamos ante la muerte del civismo. Requerimos en forma urgente moralizar la política, una que evolucione más allá de las simples diferencias de opinión. ¿Cómo puede la sociedad hondureña lograr el consenso que necesita para funcionar si los contrincantes políticos y sus simpatizantes, consideran a sus rivales como “apátridas, enemigos de la democracia o del pueblo, dictadores, ñángaras, sátrapas o traidores”?

Líderes, autonombrados como porta antorcha de la nueva Honduras, o de una sociedad más igualitaria, en ocasiones han atizado las tensiones sociales y tratan de pisotear a sus oponentes, al sistema institucional, a las Fuerzas Armadas y a cualquiera otra que cumpla una función reguladora en virtud de ley o que disienta de sus ideas. Unos más radicalizados, buscan enfrentar fuego con fuego, desde erigir guillotinas hasta acosar a las fuerzas del orden, y defender a los saqueadores violentos, como cobrando lo que creen la sociedad les debe. Mientras tanto, los politiqueros secuestran el discurso cívico, propiciando la impunidad y el favoritismo partidista. Por un lado, los llamados a ser más reflexivos y sosegados muestran un silencio cómplice y apañador. Y los más extremistas diseminan ideas de odio hacia las instituciones fundamentales de la nación. La pérdida de civismo que se desarrolla en el escenario nacional tiene efectos desencadenantes reflejados en un aparente aumento en la maldad y el odio nacional. Vemos ciudadanos comunes arrebatando los ornamentos de honor a nuestros héroes, el sacrílego ataque a las iglesias o la simple desnaturalización del buen actuar, propiciando el ataque anónimo y los improperios cobardes, que se tropiezan entre sí, en las redes sociales, o enfrentándose en las calles a pedradas destruyendo el bien común. En una democracia joven y multipartidista, cada vez más polifacética, respetar las cosas en común y reconocer las diferencias, debería ser la forma más segura de avanzar, pero lastimosamente en estas trágicas circunstancias, la democracia se ha convertido en la víctima de la creciente ira social entre los hondureños.

A veces nos preguntamos si estamos ante la desaparición del juego limpio en la política. Hoy es común el cuestionar las verdades basadas en hechos, y algunos medios de comunicación, socavando la democracia al ignorar los hechos o el permitir la circulación de narrativas egocéntricas y teorías de conspiración, en ambos lados del espectro político, unos oficialistas aprovechando el erario nacional y la necesidad para bien alimentarse, y otros en la oposición, destruyen lo construido sin aportar soluciones volviéndose anarquistas del relajo, pero no componedores del diálogo y el civismo. Contribuye a esa anarquía el periodismo chusco, a veces intolerante al disentimiento o a veces arrogante ante la menor falla del gobierno.

Si nuestros políticos tan siquiera confiaran en los hechos básicos que todas las partes valoran positivas, en temas como la recuperación económica, el enrolamiento, la seguridad del proceso electoral o la confiablidad de las boletas, etcétera. Pero no, es imposible encontrar puntos en común. Ahora, socialmente, los usuarios de internet son poco generosos y muy agresivos con aquellos que perciben como sus enemigos. Políticamente, la equidad y la objetividad están siendo descartadas. Debemos cambiar la forma de ver y administrar el país, no es hacienda particular ni el barrio exclusivo de amigos y electores de un solo bando. El poder desnuda la incompetencia y el egoísmo, pero siempre da la opción de corregir el rumbo.

Más de Columnistas
Lo Más Visto