EL CONTAGIO Y LAS ALARMAS
HAGAMOS la suposición que la mosca que posó dos minutos enteros sobre el inmaculado pelo blanco del vicepresidente, no hubiese sido el atractivo principal del espectáculo. Que aparte de la mosca, objeto de toda la atención y de la divulgación vírica dedicada a su entrometida presencia, lo serio fuera bondad y no motivo de bostezos. Que hipotéticamente se diera más énfasis a lo importante. Que la gente reparara más en las cosas trascendentes de la vida que en la chabacanada. Digamos, que el imaginario colectivo –es decir esta inatenta sociedad líquida de las superficialidades– estuviese más pendiente de la esencia de los debates para informarse que perplejo por trivialidades. A la calidad del contenido de la discusión para aprender. A la sustancia; no a la guasa que divaga ni a la frivolidad que entretiene. Incursionemos pues, solo como ejercicio, para no desperdiciar todo el espacio de este editorial, al campo del aburrimiento. Aparte de la mosca, la parte del debate que resaltó como anécdota curiosa, fue la lección de historia ofrecida por Kamala al vicepresidente.
Ya antes tocamos este tópico. Precisamente por todo lo que está en juego detrás de la confirmación de la juez nominada por POTUS para llenar la vacante de la magistrada fallecida. El cuestionamiento de Trump –hasta calificando de fraude la votación anticipada por correo– al proceso electoral, y su renuencia a garantizar una transición pacífica del poder, en caso de no salir favorecido, ha sonado la bocina de alarma. No se descarta la posibilidad, sobre la que existen antecedentes, que el resultado electoral sea dilucidado en el más alto tribunal de justicia. La elección presidencial del 2000, entre Gore y Bush, prácticamente fue dirimida por un fallo de la Suprema. El juez detuvo el recuento de unos 2 mil votos –de las papeletas perforadas– en contienda en la Florida, inclinando el equilibrio de votos del Colegio Electoral. En esta ocasión, mientras los senadores republicanos se apresuran a confirmar a la nueva juez conservadora nominada por la Casa Blanca, los demócratas insisten en posposición del proceso. (La Suprema quedaría integrada por 6 magistrados conservadores, puestos por los republicanos, y solo tres progresistas colocados por los demócratas). Arguyen, entonces, que la integración del Tribunal debe decidirse hasta después de la elección. Se especula, que si los republicanos colocan su magistrada en este momento y el Partido Demócrata gana la elección, usarían su poder para incrementar el número de magistrados en la Corte Suprema variando la actual inclinación.
Los demócratas no han querido negar o confirmar esa posibilidad. Cuando Pence quiso presionar a Kamala a que respondiera si era cierta o falsa la pretensión de “empaquetar la Corte”, ella salió por la tangente. Con su recuento de la historia: Abraham Lincoln –el venerado presidente de republicanos, e igual de todos los norteamericanos– optó por no llenar una vacante en la Suprema, porque ya estaba en curso una elección. Harris atinó al decir que Lincoln difirió el nombramiento hasta después de la elección, ya con un nuevo mandato. Pero fue por otras motivaciones –no necesariamente las morales citadas por Kamala– más de carácter logístico dado el momento pendular de la guerra civil como por astucia política de evitar riesgos que comprometiesen apoyos a la elección general. Si bien la lección de historia de Kamala se ofrece a distintas interpretaciones, irónicamente sirve para el propósito sobre el que no quiso responder. Lo referente a “empaquetar” la Corte. En 1863 los republicanos emitieron una ley creando el décimo asiento en la Suprema, fundamentalmente por cuestiones partidistas. Lincoln nominó 5 magistrados en sus 4 años y 5 semanas como presidente. Revisamos relatos de historiadores sobre lo sucedido, para contarles el cuento, por si las moscas.
