Culpabilidad y esperanza

MA
/
13 de octubre de 2020
/
12:50 am
Síguenos
  • La Tribuna Facebook
  • La Tribuna Instagram
  • La Tribuna Twitter
  • La Tribuna Youtube
  • La Tribuna Whatsapp
Culpabilidad y esperanza

Juan Ramón Martínez

El discurso –que anima a “quedarnos en casa”– es útil contra el coviv-19. Pero ha provocado daños colaterales. Ha incrementado el individualismo mezquino, aumentado el odio, la envidia y la rabia. Frente a la tarea de frenar el virus que provoca la pandemia, necesitamos comprometer a los políticos en la recuperación de la economía; mejorar los sistemas de operación del sistema, y perfeccionar los mecanismos para buscar la igualdad. Y, lo más importante, devolverle la esperanza al pueblo, con un nuevo discurso que refuerce la confianza en las instituciones, dándoles la seguridad que saldremos adelante, moviéndonos por nuestros propios pies. Sin perder la libertad y el control ciudadano.

El discurso hasta ahora, se ha basado en el miedo a morir, atribuyéndonos la responsabilidad a los ciudadanos. Tanto los sintomáticos que hay que aislar, como los asintomáticos a los cuales hay que mantener a distancia. No volverlos a ver siquiera. Las predicciones de los que vamos a morir, han dañado el corazón de la esperanza individual. Los médicos han efectuado estimaciones, con modelos matemáticos improvisados, que han estremecido el alma nacional, seguros que el pueblo no puede juzgar sus errores predictores. Ni analizar sus fallas, en el manejo de los enfermos. Los culpables, son “los muertos”. Por viejos. Por tener debilitados sus sistemas inmunológicos: por no seguir sus instrucciones y en consecuencia, por irresponsables. Pocos se preocupan por los muertos, como no han sido cuestionados, los médicos han ido más adelante, culpabilizando al gobierno, siendo parte del mismo. Responsables por el manejo del sistema sanitario que, pese a sus deseos, no ha colapsado. Como es fácil concluir, solo los valientes –algunos hasta la temeridad– han podido defenderse de este discurso paralizante que, nos vuelve cosas manipulables, subordinados a la voluntad del gobierno para protegernos y amenazados por el disgusto de los médicos que, nos consideran culpables. Muchos, incluso, se han acostumbrado tanto, que ahora, cuando hay que salir de casa a trabajar, no quieren hacerlo. Y más bien, celebran que algunos funcionarios, anuncien rebrotes, para tener la justificación de continuar, echados en brazos de la molicie y la inactividad.

No podemos seguir así. Con tal actitud, no volveremos a la situación que teníamos antes de marzo y menos remontarla, como pretenden los que quieren usar el presupuesto para buscar un crecimiento del 5%. Es razonable el optimismo y justificada la búsqueda de la confianza de la población que valorará más los resultados económicos personales que, cualquiera otra consideración.

Pero, hay que empezar por el principio. Restaurar la esperanza, inevitablemente exigirá fortalecer la fe y orientar sus ecos hacia la caridad y fraternidad mutuas. El discurso del gobierno sigue moviéndose en las promesas, cuyo cumplimiento, muy pocos toman en serio, porque le han perdido la confianza. Las iglesias, en general –excluyendo el apóstol Santiago que es muy popular por elemental y primitivo– han perdido el podio, para recordarnos los valores de la vida eterna, los retos del tránsito terrenal y los gozos prometidos de la vida definitiva. Algunos sacerdotes y pastores, en vez de fortalecer las convicciones cristianas, han entrado en el juego de usar la religión para finalidades políticas. O, de simple gozo personal.

El discurso gubernamental, sigue siendo elemental y primario. En vez de apelar a los grandes valores de la teología cristiana, ha terminado atontado por las fallas de la “teología de la prosperidad” que, como negocio, funciona en tiempos normales, pero es inútil para la crisis que enfrentamos. Fumero ha sido el más claro en esto, mientras otros, poco preparados, han perdido pie. Y en vez de preocuparse del alma de sus ovejas, han preferido un discurso más para las barricadas que para el espíritu, afectado por el relato negativo de los médicos que, se ha centrado en el miedo y la culpa. El gobierno sigue ofreciendo cosas, enfrentando a los más pobres con los más ricos; descuidando la unidad nacional, y la forja de consensos que nos hagan fuertes, para enfrentar esta fase compleja, de reconstruir los daños que la pandemia le ha causado al carácter colectivo, volviéndonos, más dóciles, más débiles y más dependientes.

Porque si no recobramos la confianza en nosotros mismos, en los demás, en las instituciones y en los líderes gubernamentales y religiosos, nuestra recuperación económica, social y política será más lenta y dolorosa. Recobrar la esperanza es, vital.

Más de Columnistas
Lo Más Visto