La dictadura del dataismo

MA
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13 de octubre de 2020
/
12:54 am
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La dictadura del dataismo

Armando Euceda

Si no cree que usted y yo, una y otra vez, ya hemos vendido el alma al dataismo, piénselo de nuevo. Los sacerdotes de los datos han puesto a Siri y Alexa a competir ferozmente por invadir la privacidad de todos los hogares del mundo. Armadas hasta los dientes con el internet de las cosas, los algoritmos de la inteligencia artificial y la economía de la vigilancia, nos hacen a diario las preguntas: “Escoge: ¿tu salud o tu libertad?, ¿tu entretenimiento o tu privacidad?”.

Si lo duda, recuerde que -despierto o dormido, en la salud o en la enfermedad- no nos podemos dar el lujo de estar a más de un par de metros de nuestros celulares.
La economía digital nos está imponiendo un determinismo tecnológico que asfixia con liderar la imposición del cambio social con el aroma único que emana de la tecnología vista como primer motor de la historia. Y, lo más trágico, en su entropía nos deja -por voluntad propia- vigilados para siempre.

Tal parece que el dataismo nos teje la historia pasando por un solo camino. Basta estudiarla para saber cómo es que hemos llegado desde el momento en que el humano se puso erecto y se dio cuenta que era capaz de vivir una aventura jamás pensada, que lo ha llevado desde contemplar su dedo pulgar y un día producir una revolución industrial. En el camino inventó el transistor y continuó hasta retar la teoría de la evolución y superarla con una evolución algorítmica que hasta hace poco era posible solamente en el reino de las ficciones.

En su melodía del entrelazado en el reino de los ceros y unos, ya está sumergido en el qué y cómo de la computación cuántica. Y este viaje desde lo digital hacia lo ignoto no parece tener retorno.

Pero es igualmente importante la creatividad tecnológica en los templos del dataismo -la única religión a la que por voluntad propia todos, en algún momento le hemos dicho “Sí acepto las condiciones” como nos lo han demostrado los estudiosos de nuestros derechos digitales.

En mi caso, consciente o no, sin que nadie me presione, pago mi diezmo religiosamente al dataismo, ¿y usted? Pago a la compañía de teléfonos, de cable para TV y la Internet. Pago la música que escucho en imusic, Amazon Music o en Spotify; el libro que leo en Kindle o en iBook, o el libro que escucho en audible; y, para rematar, la película que, a solas o en familia, disfruto por prescripción de Netflix.

Orwell se quedó corto, muy corto, al imaginar el mundo en su “1984”. Ya vivimos en una sociedad bajo la dictadura de los datos. Si hasta ahora hemos mirado hacia las nubes rezando por consuelo, muy pronto vamos a reclamar en los juzgados el derecho a ser ignorados en la nube impuesta por la economía de la vigilancia. Ya para mañana será muy tarde la creación de una legislación que regule nuestro “consumo tecnológico”.

No es para tanto, no todo está perdido, recurramos otra vez a la ciencia. Existe una teoría que permite la existencia de múltiples mundos. Además, ya J. L. Borges, en la literatura, había encontrado varios años antes que los físicos, “El Jardín de Senderos que se bifurcan”, con múltiples universos, en uno de los cuales usted y yo somos amigos. Mientras escribo, en otro… en un universo, con el dataismo en mano, somos despóticamente gobernados al estilo “1984”; en otro, nos gobierna una “Rebelión en la Granja”, donde hay “unos animales más iguales que otros”, al estilo de una tiranía brutal, trasnochada, descrita magistralmente por el mismo Orwell.

Por suerte que la teoría permite un número infinito de universos posibles. Escojamos uno en el cual no terminemos regalándole el alma por completo al dataismo.

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