Reapertura, precaución y fraternidad

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15 de octubre de 2020
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12:03 am
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Reapertura, precaución y fraternidad

Por: Segisfredo Infante

Decían las abuelitas de antes, que a veces pasamos por momentos en que “no estamos para tafetanes”. Al comienzo no tenía ni la menor idea qué significaba la palabra de origen persa “tafetán”. Pero me imaginaba que era algo fino o precioso, que se alejaba de las posibilidades económicas de aquellas matronas. Creo que en algún momento conversamos sobre este subtema con el poeta Alexis Ramírez, en aquellas tardes y noches “eternas” de bares y cafeterías. El hecho concreto es que ahora mismo Honduras “no está para tafetanes”. Nuestra economía está casi al nivel de un nuevo submodelo de subsistencia. Por eso es indispensable la reapertura económica gradual, sistemática y realmente ordenada, sin improvisaciones irresponsablemente peligrosas, que vengan a poner en juego la vida de los individuos y familias.

Me contaba una buena amiga que vive en París, que en Francia se han detectado nuevos brotes de coronavirus. Lo mismo me ha informado un gran amigo español: Que hay fuertes rebrotes en Madrid, en Navarra, en Cataluña y en diez pueblos aislados, porque los jóvenes salen a beber licor y comparten los mismos vasos. Ahora mismo en Madrid hay nuevos “confinamientos” de quince días. Los viajes aéreos son escasos. Esto significa que con las reaperturas económicas muchas personas se han descuidado demasiado. O han extraviado las precauciones en el camino, creyendo que el fenómeno ha desaparecido. Por eso los japoneses han adoptado varias precauciones cotidianas para varios meses y años. La gente no debe, en ningún momento, abrazarse al salir a la calle o al momento de retornar a la casa. Tampoco, según los japoneses, se debe hablar frente a frente. Lo recomendable, como decimos en estos paisajes medio rurales, es hablar de medio lado. Si es posible con mascarilla. Evitando las aglomeraciones.

Aquí mismo he recibido varios informes de Tegucigalpa y de Catacamas, en donde la gente incurre en toda clase de transgresiones sanitarias. Tegucigalpa, o el Distrito Central, es la subregión más poblada de Honduras. Con la reapertura varios individuos han dejado de usar las mascarillas, incluso en algunas oficinas claves del gobierno y del Estado, en donde llegan muchos usuarios. Ni los empleados respetan a los visitantes, en tanto que caminan “desprotegidos” por los pasillos y oficinas, sin guardar los famosos “distanciamientos”. Tampoco los visitantes respetan a los empleados. Se dan casos de personas que llegan a ciertas instituciones públicas y privadas sin mascarillas. O las llevan mal puestas; o las utilizan como pulseras para los brazos.

Catacamas, una ciudad más o menos remota del interior del país, también exhibe transgresiones. Las gentes se aglomeran sin “tapabocas”. Comen en las calles. Y los taxis cargan hasta cuatro personas. En Tegucigalpa y Comayagüela, en donde la gente registra más escolaridad, las cosas habían mejorado sustantivamente. La clase media había sido la más respetuosa en materia de confinamientos. Pero en fechas recientes muchas personas jóvenes salen a jugar futbol; a beber cerveza; a bailar a media noche; y además nadie vigila si en los autobuses se respetan las debidas distancias individuales. Así que la pandemia continúa “en ebullición”, tal como me lo expresó un amigo médico que trabaja en un organismo internacional.

Los anteriores son los informes directos que he recibido de París, Madrid, Tegucigalpa y Catacamas. No los he visto en la televisión ni tampoco en las redes sociales como es lo acostumbrado. Sin embargo, también parece que lo mismo ocurre en los departamentos de Ocotepeque, Cortés, Lempira, Yoro, Copán, Choluteca, El Paraíso y Comayagua. En donde continúan las aglomeraciones, celebrando cumpleaños y velorios que duran hasta veinticuatro horas. Es “divertido” que, en Tegucigalpa, en donde la gente guarda las apariencias, en cuanto logran viajar hacia Choluteca o El Corpus, se van de parranda a las fiestas, a bailar y beber durante toda una noche.

He subrayado que la reactivación económica es indispensable. Pero que al mismo tiempo debe ir acompañada de un alto sentido de respeto a la vida, especialmente de las personas cuyas edades han sobrepasado los cincuenta años. Ninguna ley y ningún reglamento deben obligar a los adultos mayores a realizar trámites legales en ciertas instituciones en donde es inevitable hacer largas filas y manosearse. Aquí la “ley moral universal” de Immanuel Kant, es decir de la justicia o conciencia universal, debe estar por encima de la “ley legal” de las realidades normales. No se debe instrumentalizar a las personas. Porque las personas son fines, en sí mismas. No medios o instrumentos.

Para alcanzar conciencia respecto de lo anterior, debe prevalecer el espíritu de fraternidad humana universal sin dobleces. Son cosas que puedo conversar con amigos como Oscar Soriano, Rolando Kattán, José Antonio Funes, Cardona Chapas, Waleska Gómez, “Manuelito” Rodríguez, Brenda Cruz, Josué Molina, Martín Mejía, Wilder Guerrero, Águeda Chávez y Óscar Alvarado Mora; y otras personas muy especiales.

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