La Hispanidad siempre debe celebrarse

MA
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17 de octubre de 2020
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01:13 am
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La Hispanidad siempre debe celebrarse

Esperanza para los hondureños

Héctor A. Martínez
(Sociólogo)

“Día del Descubrimiento de los dos mundos” como se dice en Chile, “Día de la Diversidad Cultural Americana” en Argentina, o “Día de la Resistencia Indígena” en Nicaragua y Venezuela, como sea, el tema de la celebración de la Hispanidad se ha vuelto un polígono relativista de interpretaciones históricas, dependiendo desde qué atalaya se vean las cosas, si desde la perspectiva tradicional en la que nuestros dómines nos enseñaron a conmemorar el orgullo por la herencia; o desde la óptica crítica de la izquierda latinoamericana que asegura que ese pasado está precintado más con la vergüenza que con la gloria de los pueblos.

Hace aproximadamente veintiocho años, desde cierto sector académico se nos insiste en que lejos de celebrar, debemos denunciar que la conquista española no ha sido, sino, un desafortunado choque de civilizaciones y un incobrable atropello contra las culturas originarias, no solo por el desaforado saqueo de las riquezas minerales, sino también por el exterminio masivo de millones de indígenas como parte de un bien pensado programa de conquista y colonización. Según los denunciantes de la Hispanidad, la historia de América Latina está signada con la tinta de la sangre indígena y escrita con la pluma criminal de los arcabuces genocidas, y que por ello no hay nada qué celebrar.

En contraposición, debo decir que existen justificaciones que equilibran la balanza historiográfica, y que resultan tan verdaderas como la ignominia que resaltan los censores de la Hispanidad. Si nos atenemos a la herencia de una lengua casi universal como es el español con el que podemos comunicarnos casi 700 millones de hispanoparlantes; o de un catolicismo no menos cosmopolita, sin dejar de lado el legado de la filosofía y el derecho latino que nos fueron transferidos a través de las instituciones coloniales, no podemos menos que sentirnos orgullosos de ese pasado que nos llama a formar parte de esa gran hermandad que pregona la Hispanidad. Y no por ello debemos renunciar al reconocimiento de los hechos vergonzosos, aunque de nada sirva mantenernos en una contienda permanente sobre quién tenga o no la razón. Porque, hay una tendencia muy academicista en encuadrar los hechos históricos en una determinada tesis o en una ideología, debido a esa manía positivista de enclaustrar la historia bajo los preceptos de leyes científicas, como si se tratara del mismísimo mundo natural.

Lo que no debemos permitir es que, el hilo conductor de la historia sirva para justificar nuestro atraso económico y político por culpa de las instituciones coloniales como si se tratara de un fenómeno de causa-efecto. Sí y no: primero, porque la historia es un “continuum” indisoluble donde todo permanece conectado; pero, son los hombres los que marcan el rumbo de las sociedades con sus decisiones e ideas. No debemos olvidar que, bajo el significado de la vilipendiada Hispanidad, se cobijan los ideales de prohombres como Bolívar, Rubén Darío y José Martí, pero, también se incluye a todo ese hatajo de malos gobernantes y dictadores de izquierdas y de derechas, así como las pésimas adaptaciones institucionales que nos han impedido convertirnos en naciones prósperas y exitosas.

Celebremos siempre la Hispanidad, de cara hacia el futuro, sin ver en nuestro pasado la coartada perfecta que nos imposibilita desarrollarnos mientras no aclaremos las cosas y nos pidan perdón por nada: “Somos -dijo Bolívar-, una especie media entre los legítimos propietarios del país y los usurpadores españoles”. Debemos aprender a vivir con eso, tanto en los genes como en la consciencia cultural. Muchos países han salido adelante después de holocaustos y guerras fratricidas, y se han levantado después de conciliar las diferencias y haciendo a un lado los tradicionales enconos que les impedían la unificación colectiva. La Hispanidad también nos permite hacer eso.

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