La primera noche

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18 de octubre de 2020
/
12:01 am
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La primera noche

Por: Otto Martín Wolf

A veces no es fácil distinguir dónde termina la realidad y empiezan los sueños. Es más, creo que es posible soñar dentro de un sueño. Pero no es este el caso, lo que sucedió esa primera noche fue totalmente real, aunque ahora, en la distancia, parezca un sueño que, en efecto, es imposible distinguir de la realidad.

Cómo empezó? Debo aclarar que no consumo drogas, jamás lo he hecho, tampoco tomo licor, en ninguna cantidad, ni una sola gota.

Pero, contrariamente, hay una especie de droga que siempre ha luchado por dominar mi cerebro… la imaginación.

Me ha perseguido desde niño, soñando cosas, planeando maravillas, conquistando ciudades, destruyendo imperios, liberando bellas mujeres cautivas de enormes monstruos, salvando princesas en peligro y rescatando infantes a punto de caer en precipicios.

He sido viajero interplanetario, espadachín de gran habilidad, campeón de artes marciales, descubridor de fórmulas secretas, espía y, también, un niño que jamás, con el paso de los años, con la llegada de la madurez, nunca dejó de soñar.

Pero puedo decir con toda sinceridad que lo que voy a relatar, lo que ocurrió esa primera noche es cierto, ocurrió de verdad aunque, con todo lo que he dicho antes y con lo que diré después, es muy posible que quien lea esto se niegue a creer. Lo más seguro es que pensarán que se trata de otra de esas fábulas que de vez en cuando -quizá con demasiada frecuencia- acostumbro escribir.

Pero es cierto.

La primera noche no empezó cuando todo estaba oscuro, era más bien la tarde, pero sí, una tarde oscurecida por una neblina que la teñía de noche dominando al sol, ayudada por grandes árboles que crecían al lado de la carretera por la que me dirigía a una ciudad cuyo nombre ha sido borrado de mi memoria, no por el tiempo sino por otra clase de neblina.

Hasta unos minutos antes disfrutaba tanto del paisaje como de gobernar mi lindo vehículo plateado, casi nuevo, delicioso de conducir.

La neblina llegó de repente, mi velocidad disminuyó de inmediato. Fue tan rápido el cambio de tarde a noche falsa, que no sé en qué momento perdí la carretera principal y me adentré por un camino que me llevó a un lugar mágico, sin realmente darme cuenta de lo que estaba sucediendo.

Ese camino no era diferente a la carretera principal, pero en realidad era totalmente distinto. Los baches a que estamos acostumbrados, así como las señales de camino semidestruidas por el vandalismo y el tiempo, no existían, todo estaba en perfecto estado, como debe de estar.

Al cabo de un rato -o casi instantáneamente cuando tomé la ruta equivocada- la niebla desapareció, la noche falsa volvió a ser la tarde brillante de unos minutos (horas?) antes.

No me di cuenta de lo que sucedía. Es más, hasta este momento no lo comprendo realmente.

Y entonces, de la nada, apareció delante del auto un pueblito, el pueblito.

No era muy diferente a cualquiera de nuestros pueblos perdidos en las montañas o, al menos, eso era lo que parecía.

La gente lucía normal, dedicada a sus actividades sin importarle mucho el semilujoso auto que apenas si levantaba un poco de polvo en su no pavimentada calle principal.

No tenía ningún motivo para detenerme, no había nada especialmente atractivo que me invitara a parar ni por un momento, pero eso fue precisamente lo que hice; me detuve.

Una señora de edad indeterminada venía en dirección mía, con un niño de unos ocho años de la mano.

“Dónde podré tomar un refresco bien helado” -pregunté como todo saludo y realmente sin saber por qué, no tenía sed o siquiera curiosidad.

Ella me vio y sonrió de una manera extraña, con su índice señaló al niño encargándole la respuesta.

“Toque cualquier puerta, entre a cualquier casa, ahí encontrará ese refresco bien helado” -después de eso los dos siguieron su camino-.

El resto de la gente, no mucha por cierto, pareció no darse cuenta de mi presencia o de la breve conversación sostenida con la pareja de madre e hijo.

Qué hacer? Cómo tocar cualquier puerta y pedir un refresco?

Pero eso fue exactamente lo que hice. Toqué la primer puerta frente a mi auto, que casi en el acto abrió una anciana de rostro y ojos dulces, con un vaso de refresco en su mano, el cual me ofreció como si me hubiese estado esperando.

Tomé el vaso sin dudar, aunque no lo llevé de inmediato a mi boca.

“Bebe sin temor Otto, es el refresco helado que querías” -dijo como si sus ojos pudieran leer mis dudas-.

Me pareció lo más normal que supiera mi nombre, no sé por qué.

Ese sabor me pareció conocido, pero realmente no sé a qué sabía, aunque ciertamente estaba bien helado.

La señora sonrió con la vista y con voz suave, casi inaudible, me dijo,: “En cada casa encontrarás lo que deseas -como este refresco- nada más tienes que estar seguro de qué es lo que deseas, pues precisamente eso es lo que encontrarás Otto”.

La segunda vez que la escuché pronunciar mi nombre a diferencia de la anterior, sí sentí algo raro, no miedo, tampoco sorpresa, simplemente algo extraño.

Cerró la puerta con suavidad, aunque no recuerdo haber salido de la casa, pero estaba afuera.

De nuevo la gente seguía dedicada a sus asuntos sin parecer percatarse de mi presencia.

Regresé a mi auto y por primera vez desde que llegué al pueblo me puse a pensar en lo que estaba ocurriendo.

Cómo alguien en un lugar casi en medio de la nada podía saber mi nombre? Cómo una anciana podía haberme estado esperando con un refresco helado en la mano?

Qué lugar era ese? Qué clase de pueblo era ese?

Tomar la decisión de tocar otra puerta fue mucho más difícil de lo que se pudiera pensar. Las palabras de la anciana, ofreciéndome encontrar lo que deseara en cualesquiera de las casas hacía mucho más difícil saber qué era lo que deseaba.

Decidí probar, tratar de comprobar si aquello era un sueño, mi imaginación o una bella realidad.

No elegí una flor, eso hubiera sido fácil de adivinar por cualquiera con deseo de sorprenderme, tampoco algo de comer. Opté por lo más difícil que se me ocurrió en ese momento, algo que en un remoto pueblo como ese nadie podría tener.

Decidí tocar la siguiente puerta y pedir una bola de cristal.

No tuve que esperar ni un segundo, el hombre que abrió la puerta, de unos cuarenta años, cabello totalmente blanco y una mirada dulce como la de la anciana me entregó una bella bola de cristal sin decir palabra y, lo que es más extraño, sin esperar que yo la pidiera.

Era pesada, perfectamente pulida, absolutamente transparente, más que la más pura de las aguas.

Sé que por unos momentos entré en esa casa pero, de igual manera que la anterior, no supe cuándo salí, ni escuché la puerta cuando se cerró suavemente detrás mío.

Era magia? Podía haber encontrado un lugar mágico donde todos los deseos y sueños se cumplen? Quién era esa gente? Qué lugar era ese?

El primer pensamiento de cualquiera creo que hubiera sido, ante la evidencia con las dos peticiones anteriores, solicitar dinero, quizá ahí estaba toda la riqueza del mundo a mi alcance.

Podía tocar la siguiente puerta y recibir todos los millones que pidiera?

Después de unos momentos de pensarlo, llegando a sentir una especie de nerviosismo en mi cuerpo por todas las posibilidades que la casualidad me brindaba, no pude estar seguro del paso a seguir.

Era realmente dinero lo que yo quería? Era riqueza lo que buscaba ya que la fortuna se había puesto al alcance de mi mano?

Como tantas veces a lo largo de la vida no supe qué era realmente lo que quería.

En todas las encrucijadas en mi vida saber el camino a tomar nunca fue fácil, siempre existió la duda, la incertidumbre de saber si era el paso correcto.

Aunque acerté muchas veces no siempre estuve seguro que la decisión fue la mejor, quizá no elegí bien, pude haberlo hecho aún mejor?

La duda llenó mi cabeza. En primer lugar, debería seguir tocando puertas para ver qué encontraba, qué era todo lo que podía conseguir en ese lugar mágico?

O debería nada más disfrutar el momento, estando en un lugar especial como ninguno otro en el mundo, llenarme de la paz que se sentía hasta en el aire, de la bondad que llenaba a los pobladores de ese pueblo perdido entre las montañas y oculto por la niebla?

Sin noción del tiempo transcurrido tuve que volver a ver mi reloj, ni un segundo había pasado, sería posible?

Algo más fuerte en ese momento que el atractivo del lugar me llamaba, tenía que estar en la ciudad esa misma tarde, para una reunión comercial muy importante. Debía abandonar mi realidad para seguir tocando las puertas de la fantasía?

Tenía que marcharme, monté en el auto, di la vuelta y me alejé sin volver la vista hacia atrás.

Un poco antes de la salida del pueblo encontré de nuevo a la madre con el niño, me vieron a los ojos y yo a los de ellos. Eran lágrimas lo que derramaban o era, de nuevo, mi imaginación?

Supe que estaba a punto de dejar el lugar, pues vi la niebla delante, detuve el auto y marqué la ubicación en mi teléfono para volver, sabía que tenía que volver y debía ser pronto.

Ahí, en ese lugar mi mente había encontrado más paz de la que jamás había sentido en la vida y tendría que regresar.

Cuando terminó la niebla y regresé a la carretera principal era de noche, mi reloj misteriosamente detenido, el de mi celular me indicaba que eran exactamente las 10:30 de la noche.

La tarde y la mitad de la noche habían transcurrido sin apenas sentirlo, cómo pudo haber pasado tanto tiempo si solo estuve en el lugar unos cuantos minutos?

Mis asociados me estaban esperando preocupados, no había contestado las llamadas -que no escuché- y que tampoco estaban registradas en mi teléfono.

Dormí en el pequeño y bello hotel como tenía meses, años de no hacerlo, en completa paz y profundamente.

Qué había ocurrido? Qué fue aquello? Habría una “segunda noche”?

Seguramente sí, deseé, ojalá que sí.

ottomartinwolf.com
[email protected]

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