200 días sin clientes, una tragedia para las vendedoras de “cariño”

ZV
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19 de octubre de 2020
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11:00 am
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200 días sin clientes, una tragedia para las vendedoras de “cariño”

Dayana y Zoe (azul) posan en el redondel de El Arbolito, en el céntrico barrio La Plazuela de Tegucigalpa.

200 días sin clientes, una tragedia para las vendedoras de “cariño”. Son un poco más de las 9:00 de la noche y Dayana y Zoe aún no ligan nada. Tampoco sus cuatro amigas, de las que se ha separado para atender amablemente la entrevista. Llevan cuatro horas deambulando por la calle principal del barrio La Plazuela de la capital, esperando a sus clientes, pero todo apunta que será una noche mala sin clientes y, lógicamente, sin dinero, ni “cariño”.

Por supuesto que sus nombres no son reales, pero en el mundo del trabajo sexual remunerado y, según su identidad de género, prefieren que las llamen así.

Con la mayor naturalidad, Dayana y Zoe relataron las peripecias del oficio más antiguo del mundo: Clientes, valor, posiciones, tipos de servicios, y hasta las veces que se han enamorado.

“Ahora tengo pareja, pero es muy celoso. Quiere que me retire, pero él no puede cubrir mis necesidades”, cuenta Dayana. “Yo estoy soltera ¡y ni quiero compromiso!”, responde Zoe.

Las dos amigas lucen relajadas: Dayana tiene 26 años, es de piel trigueña, cuerpo pasado por el bisturí, delgada, pelo azabache y con más de 8 años en el oficio. Zoe, en cambio, tiene 27 años, es blanca, “chaparra”, pelo pintado, dice que “salí del clóset a los 14 años” y esa noche andaba con unos tragos de cerveza de más.
Cada una tiene su propia tarifa y sus propios clientes, pero cuando de apoyarse se trata, “damos todo por todas”, afirma Zoe.

Entre su amplio catálogo de servicios que incluye sexo oral, anal, fetiches, fantasías, masturbaciones, masajes eróticos, posiciones y hasta le hacen de psicólogas.

“Mis clientes no se quejan, la pasan rico, muchas veces ellos no buscan sexo, solo quieren que los escuchen porque me han dicho que sus mujeres no los atienden, les reclaman, se ponen histéricas, entonces, ellos se estresan”, manifiesta.

En el plano personal, Zoe se declara sexi y atrevida. “Me encanta provocar a los hombres”. Se ha enamorado perdidamente dos veces, pero la relación terminó mal. Estudiaba belleza, pero se salió por la pandemia. Dayana lleva un tatuaje de mariposa y se declara locamente enamorada de su pareja actual. Tampoco terminó el noveno grado.

DRAMA Y DISCRIMINACIÓN

Desde que comenzó la pandemia del coronavirus, el trabajo y los ingresos se han vuelto inciertos y peligrosos para ellas. Son más de 200 días sin un sustento fijo, pero Dayana y Zoe siempre salen con la esperanza de ganarse el pan de cada día, y por qué no decirlo, un amor que las cuide para toda la vida.

Esta noche están alegres, se han tomado un par de cervezas para soportar la faena que casi siempre se extiende hasta las 6:00 de la mañana. Se mueven de un lado a otro, exactamente en el redondel de El Arbolito, el icónico pino de medio siglo que atestigua lo bueno y lo malo que pasa en esa zona tórrida de la capital, a unas cuantas cuadras de la sede episcopal, y una de las más peligrosas, más ahora con la pandemia.

Hace menos de dos meses, mataron a balazos a un hombre sin conocerse los motivos, pero a Dayana, Zoe y sus amigas ya no las asusta la violencia de ningún tipo.

En tiempos normales, aquí es un ambiente carnavalesco, especialmente los viernes y el sábado, pero esta noche solo hay luces y sombras. De vez en cuando se asoman unos peatones que se esconden con la rapidez de un gato doblando la esquina.

En la parte alumbrada de la calle, se puede divisar perfectamente desde lejos quién va y quién viene. Un carro paila cargado de jóvenes con aspecto de jugadores de fútbol pasan por el redondel, escandalizando con gritos y rechiflas cuando miran a Dayana y Zoe y sus amigas.

El conductor baja la velocidad para que los muchachos pidan sexo: “¿Por cuánto, mami?”, gritan y ellas responden con miradas devoradoras y una voz ronca: “¡Bajate, pues, amor!”. “Eso es común, es normal que nos griten, al principio nos molestaba, ahora los ignoramos”, comenta Zoe.

Al rato llega una patrulla de la Policía Militar con intenciones de flirtear, pero se marcha tan pronto cuando se enteran que Zoe y Dayana están platicando con LA TRIBUNA.

Es muy común, dicen las defensoras de esta comunidad, que, al momento de criminalizar la prostitución, las que acaban con más multas y detenciones son las trabajadoras del sexo y no los clientes, muchos de ellos, policías y militares.

Al fondo, las amigas de Dayana y Zoe esperan que lleguen sus clientes.

¿QUIÉNES LAS CONTRATAN?

Otros carros particulares siguen pasando, algunos lujosos, dan la vuelta al árbol, se quieren detener, pero luego se arrepienten. Dayana asegura que entre sus clientes hay famosos políticos, funcionarios del gobierno, empresarios y artistas, pero jamás delataría sus nombres. “Somos profesionales, lo que aquí pasa aquí se queda”, recalca.

En algunas ocasiones, las transexuales alcanzan llegar a la ventana del conductor, pero como no hay trato, el auto arranca bruscamente. En el rato de la entrevista, solo una de las chicas logró subirse a un carro y se la llevó con rumbo desconocido. “Ya va regresar, va a hacer sexo oral, es rápido y lo más barato, no necesitan bajarse del carro”, explica Zoe.

Las “trans” se visten sin dejar nada a la imaginación. Pintarrajeadas, bolsos y mallas negras. Caminan modelando como en una pasarela, a pesar de las altísimas plataformas de sus zapatos, que a veces les hace caminar en zigzag y perder el equilibrio.

La más “palancona” quiere posar para LA TRIBUNA, pero luego se arrepiente. “No me gusta salir en los medios”, se excusa. La más flaca de todas, con un cuerpo aparentemente trabajado por el bisturí, es la más creída y sobre ella caen todas las miradas y las frases obscenas de los libidinosos conductores que pasan en ese rato.

CRISIS
Sin clientes ni pisto, ahora lavan ropa

“Lavamos ropa ajena, limpiamos”, dice Dayana, al referirse a sus nuevas formas de ganar algo de dinero.

Dayana, que es activista de una organización Lésbico, Gay, Transexual y Bisexual (LGTYB), afirma que su comunidad la está pasando mal en esta cuarentena. “Déjeme decirle que está bien duro, porque la pandemia ha puesto en cuarentena a todo mundo, los clientes no salen, pero nosotros tenemos que salir a buscar el pan de cada día, como se dice”, confiesa. “Tenemos que arriesgarnos a la calle, al frío y a la lluvia para buscar qué comer”.

Como no hay clientes, han tenido que compensar sus ingresos de otra manera. “Lavamos ropa ajena, limpiamos y ayudamos en los quehaceres de las casas amigas, y las que tenemos nuestros papás, hemos regresado a nuestras casas, aunque es duro porque nos siguen rechazando”.

Dayana cuenta que las ayudas alimenticias y monetarias del gobierno no llegan a su comunidad, pero la organización a la que pertenece las ha estado apoyando con comida y asistencia sanitaria, cuando algunas han salido positivas de COVID-19.

A pesar que la pandemia mata gente todos los días, ninguna de estas chicas usa mascarillas ni las exigen, tampoco gel, solo el condón. “Para qué me voy a poner una mascarilla, si me la voy a quitar al momento del sexo oral”, justifica Zoe, con una sonrisa picaresca.

Sin movimientos en la calle, esta vez el toque de queda se ha convertido en la “bestia negra” para ellas. En este sector laboran unas 15 transexuales, pero en todo el país puede haber unas 20,000 sexoservidoras, según las organizaciones del arcoíris.

“En los días normales y buenos, podía hacerme unos 3,000 lempiras, pero ahora, con suerte, me hago 500”, dice Zoe. “Muchas veces, se llega las 6:00 de la mañana y no conseguimos nada y tenemos muchas responsabilidades”, agrega Dayana.

“NO SOMOS PAYASOS”

Tanto Dayana como Zoe, desean una ley que les permita portar sus nombres transexuales en la tarjeta de identidad. “Siempre andamos vestidas de mujeres, pero cuando vamos a los centros de salud, por ejemplo, nos llaman por el nombre de pila y las demás mujeres nos quedan viendo raro”, explica Dayana.

En el bajo mundo, el drama se acentúa en cada una de sus historias. “Una vez, el cliente me puso la pistola y me obligó a tener sexo oral, no pagó y me lanzó del carro. Otro, me dejó botada en Comayagua y me vine a jalón porque no tenía dinero”, recuerda Danaya.

Un cliente de Zoe resultó violento pero comprensivo a la vez. “No me quería pagar, forcejeamos, me golpeó y me dejó botada. Yo lloraba pero al rato regresó, se disculpó y me pagó”, evoca.

En este año electoral, aseguran que su comunidad tendrá una partición activa en las planillas de cargos de elección popular y de incidencia en las calles, para lograr la ley de identidad de género. “No queremos ser objeto de burlas, no somos payasos, nos merecemos respeto, como todas las personas”.(Por: Eris Gallegos)

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